Capítulo 19 🌹 Juicios

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Juicios


-La hora de visitas ya terminó – zanja la enfermera con cara de pocos amigos.

Yo no tengo que mirar hacia la puerta para saber quién estaba en el umbral. Mi cuerpo entero siente su presencia como si fuera un radar y mi corazón aletea ante su sola cercanía.

-Soy Camilo Durán, el jefe de policía de este pueblo – su tono grave y tosco reverbera en las paredes -. Necesito hablar con ella.

La enfermera lo mira de pies a cabeza con desdén e impaciencia.

-No creo que pueda hablar mucho. Todavía está sedada y acabo de administrarle medicamentos para que pueda dormir.

Luego de que mi querido tío terminara de amenazarme, le ordenó a dos de sus hombres que nos llevaran a mí y a Alex a un hospital. Yo no quería estar más cerca de Antonio ni de ninguno de sus matones, pero escasamente lograba mantenerme despierta y Alex estaba inconsciente así que no podía darme el lujo de ser rebelde.

Un tipo me empujó para subirme a la camioneta. Con Alex no fueron tan considerados. Lo embutieron en la parte de atrás y lo arrojaron a la rampa de concreto de emergencias como a un cadáver. Escuché un golpe y supuse que esa era su cabeza soportando otro embate despiadado.

Me resultaba imposible de creer que pudiera sobrevivir a eso y aun así, gimió cuando nos lanzaron a ambos fuera de la camioneta. Hice acopio de toda mi fortaleza interna para levantarme del suelo e ir en busca de ayuda porque estábamos tirados en plena calle, afuera del pabellón de urgencias y nadie había salido a auxiliarnos porque no nos habían visto.

De eso habían pasado como dos horas y ya estaba a punto de amanecer.

En efecto, me había dislocado el hombro y lo tenía escayolado, luego de que me sedaran para ponerlo en su lugar. La anestesia era muy molesta porque me dejada mareada por horas, pero el dolor en el brazo era todavía peor. Había ido aumentando a medida que el efecto de la anestesia pasaba.

Sin embargo, lo más humillante y la razón de que la enfermera recién me hubiera medicado fue el hecho de que me dio un ataque de nervios cuando nadie me dio información sobre cómo estaba Alex. Yo no me engañaba. Sabía que él no era un buen hombre, que era un asesino o algo mucho peor. También sabía que me estaba siguiendo y que todo lo que nos ocurrió, había pasado en gran parte por culpa suya.

Todavía no me quedaba muy claro cuál era la relación que tenía con Antonio y por qué decía que lo había traicionado, pero también me sentía un poco culpable por lo que le habían hecho. Antonio estaba detrás de mí y Alex, en apariencia, sólo quiso advertirme y sacarme del pueblo.

Pero ahora tenía la certeza de que el pasado turbio de mi padre me seguiría adonde quiera que yo fuera, a menos que lo resolviera de una vez por todas. Y eso iba a hacer.

Camilo tuvo la paciencia suficiente para aguardar a que la enfermera saliera del cuarto a regañadientes y entonces, cayó sobre mí como ogro furioso.

-¿Qué ocurrió, Fernanda? ¿Qué pasó con lo de "no voy a darte más problemas"?

Yo no lo había mirado en ningún momento. No quería. Ya sabía con qué me iba a encontrar.

-¿Me estás escuchando?

Noto de soslayo que se acerca a la cama y se planta en el extremo.

Como yo sigo sin contestarle, comienza a subir la voz.

-¡Dime alguna cosa, carajo! ¡Sé que estás despierta!

-¿A qué viniste, Camilo?

Oigo que resopla sonoramente.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora