Capítulo 30 🌹 Unicornio

29 7 2
                                    


Unicornio


-¿Es en serio?

Mateo asiente con gravedad.

-¿Adónde pensabas que iba a llevarte? – masculla – Te está persiguiendo la mafia y la policía. Eso sin contar con que la mitad del pueblo te detesta, así que no podemos ir a ninguna posada o motel.

-Estoy segura de que a tu esposa no le gustaría oír eso último – comento en un intento de aligerar el ambiente.

Oigo que Mateo suspira.

-Para nada. Ella preferiría eso a que anduviera exponiendo mi vida todos los días. Lo sé porque me lo ha dicho. "Es que si te acostaras con otra mujer, al menos sabría que estás a salvo" – dice adoptando un tono más agudo y quejumbroso.

-La comprendo. De seguro ella también debe detestarme.

Mateo me mira por el retrovisor y arquea una ceja.

-No te creas tan importante. El odio de Eliza está reservado para los hijos de puta que comenzaron todo esto. Por cierto, ella apoya totalmente lo que hiciste – suelta una carcajada amarga -. Dice que tienes unos huevos del tamaño de la luna. Mira que meterse con el dinero de esa gente...

Detiene la camioneta a unos cuantos metros de la cabaña.

Me bajo de un salto e inspecciono los alrededores con paranoia. Sólo escucho el ulular de los búhos, los silbidos de los grillos y el susurro del viento nocturno. Estamos rodeados de bosque por todas partes; enormes pinos, arbustos, setos y flores. Sin duda, es un lugar hermoso de día, pero de noche, como es ahora, se torna espeluznante y amenazador.

-Aquí nadie va a venir a buscarte, Fernanda – asevera Mateo señalando la cabaña -. Sólo tú y yo conocemos este sitio. Ni siquiera Camilo sabe dónde estamos. Cuando me llame, le daré las indicaciones para que pueda llegar.

Tuerzo el gesto al pensar que Mateo da por sentada la invencibilidad de Camilo, como si fuera una especie de súper héroe. No desconfío de su fuerza ni de su inteligencia, después de todo, es un detective; pero mi angustia por su seguridad es más grande que cualquier cosa.

Mateo se adelanta para abrir la puerta y veo el arma que lleva encajada en la parte trasera de los pantalones. Extiende el brazo para que yo entre.

Por fuera, la cabaña parece vieja y destartalada. Por dentro también lo está, pero tiene mejor apariencia. La estrecha escalera de madera indica que hay dos pisos, aunque no por eso es grande. Hay una cocina diminuta a la izquierda, una estancia con un único sofá raído y empolvado, y un cuarto cerrado al fondo que a juzgar por lo diminuto, debe ser el baño.

-Sé que se ve mal, pero me encargaré de traer cobijas, almohadas y todo lo que necesites para vivir – comenta Mateo detrás de mí.

Yo me giro.

-¿Cómo que vivir?

Él resopla con impaciencia.

-Parece que no entiendes cuál es tu situación ahora mismo. Los únicos policías que no quieren echarte el guante somos Camilo y yo, algo por lo que seremos despedidos o si no, amonestados en algún momento. Sin embargo, de la policía es de quien menos debes preocuparte; hay gente peligrosa detrás de ti y estoy seguro de que si fueron a la estación por ti con suficiente armamento como para declarar una guerra, no será para invitarte a tomar café – agrega en tono sarcástico -. No tienes de otra más que esconderte por un tiempo, mientras Camilo averigua cómo resolver todo esto. Y como nadie sabe que estás aquí, no se me ocurre un sitio mejor. Seguramente tú estarás acostumbrada a colchones hechos de nubes, pero es lo que hay.

Su comentario me deja algo mosqueada.

-No me estoy quejando del sitio, Mateo. Me quedaba en lugares peores los primeros meses que estuve en San José. Es sólo que... mi padre debió venir aquí, por algo me dejó las coordenadas. Yo no sé qué hacía en este lugar o por qué quería que yo viniera.

Mateo suaviza la expresión y me mira con algo de pena.

-Yo sí – contesta -. Ayer mismo, mientras tú ibas y organizabas tu fogata a gran escala, vine y lo registré todo. Rebusqué hasta debajo de las piedras y nada. Pero justo cuando comenzaba a pensar que estaba perdiendo el tiempo, encontré un juguete feo con un cuerno y el pelo morado.

Un nudo se me hace en la garganta.

-Era un unicornio.

-Sí, algo así – coincide Mateo mirándome con curiosidad - ¿Lo habías visto antes?

Asiento.

-Fuimos a una feria cuando yo estaba pequeña; bueno, más pequeña que ahora. Lo vi en un puesto de tiro al blanco, donde te timan porque los peluches y premios están aferrados a la base. Papá me dio monedas para que intentara ganarlo, pero fue imposible – sonrío y comienzo a ver borroso por las lágrimas -. Yo quería ese unicornio y me regresé muy triste. Cuando llegamos a la casa, papá lo sacó del asiento trasero y me lo entregó. No sabes lo feliz que me hizo. Me arrojé a sus brazos y lloré mientras le daba las gracias. Mamá dijo que me estaba malcriando y que yo no podía acostumbrarme a obtener todo lo que quería. Lo que papá contestó fue algo que aun hoy en día, soy incapaz de olvidar: "ojalá fuera tan fácil para los adultos ser feliz como lo es para los niños. Y mientras yo pueda hacer feliz a Fer, voy a aprovecharlo".

Se hace el silencio durante un largo instante.

-Bueno – dice Mateo de repente -. Ojalá yo hubiera conocido la historia de ese peluche, así no habría perdido tanto tiempo revolcándolo todo.

Sonrío, aun con lágrimas en los ojos.

-Supongo que papá quería que lo encontrara yo – me vuelvo hacia él -. Por cierto, ¿qué fue lo que encontraste?

-Una USB colgaba de un hilo en su cuello. La tengo conmigo pero debo traer una computadora para poder analizarla.

Se da la vuelta.

-¿Adónde vas?

-Pues a conseguirte comida, las cobijas y todo lo indispensable para estar aquí varios días – me mira con dureza -. Supongo que no tengo que escribirte las reglas en un papel. Camilo y yo estamos arriesgando muchísimo por ti, y sería una total falta de respeto y consideración que no valores ese sacrificio. No salgas de aquí, no hagas ruido y no llames a nadie, ni siquiera a tu madre. Ella se está recuperando y no necesita que la llames a angustiarla más de lo que ya lo has hecho. Espera a que Camilo te dé noticias suyas. Él los tiene a ella y a Tomás en un lugar seguro.

Camilo me había devuelto el celular que me decomisó cuando me llevaron a la estación, luego del incendio.

-No hay lugar seguro mientras estén en este pueblo.

Mateo arquea una ceja.

-Sí – asiente mientras se da la vuelta -. Aquí hay cada loca a la que se le da por incendiar fábricas, no una sino dos veces. No le vayas a prender fuego a la cabaña también. Volveré en cuanto pueda. Te dejo una linterna, ya que no hay electricidad. Ojalá tuviera una correa de perro para ti y así poder irme más tranquilo – sigue murmurando más para sí mismo -. Quizá sea buena idea comprar una.

Luego de decir eso, abre la puerta y se va.

En cuanto me quedo sola, no puedo evitar la tentación de subir al segundo piso. Hay un único cuarto muy pequeño que más bien parece un ático. Ilumino con la linterna y veo un estante de madera, un nochero viejo y una cama-catre, apenas un estándar por encima de la celda cinco estrellas en la que Camilo me encerró en la estación.

En el estante hay varias estatuas de porcelana, un recipiente de barro y en un rincón, está el unicornio todo sucio.

Lo tomo con un cúmulo de emociones atoradas en mi pecho, luego me tumbo sobre la cama con cuidado de no apoyar el peso de mi cuerpo sobre el hombro. Abrazo el unicornio, sin importarme el polvo que desprende y sólo entonces, me suelto a llorar intensamente.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora