Capítulo 32 🌹 Confesión

45 8 1
                                    


Confesión


Para mi gran sorpresa, Camilo pasa por nuestro lado sin decir nada. Eso sí, con la expresión de querer matar a alguien y no poder hacerlo.

Trae algunas bolsas, al igual que Mateo. Ambos descargan las bolsas en la cocina y otras en el suelo. Camilo da dos zancadas hacia la estancia y se deja caer con desgana sobre el sofá, haciéndolo crujir. La ansiedad me embarga cuando veo que lleva una cerveza en la mano.

"Si hasta volviste a beber por su culpa", resuenan las palabras de Valeria en mi cabeza.

Camilo no nos mira. Su vista está perdida en un punto lejano.

Yo me acerco a él.

-¿Está todo bien? ¿Qué pasó en la estación? ¿ estás bien?

-¿Por qué me lo preguntas a mí? – espeta, aun con la mirada ausente – Él ya debió contártelo todo. Aprovechó todo el desorden para fugarse y la intuición no me fallaba. Vino a buscarte.

Mateo carraspea y se rasca la nuca.

-Yo... voy a montar guardia allá afuera un rato. Necesito un cigarrillo.

Sale y cierra la puerta.

-Te prometí que iba a confesar y a entregarme, Durán – masculla Alex -. Pero lo haré en cuanto Fernanda esté segura.

Camilo enarca una ceja y se vuelve hacia él finalmente, enfocándolo con sus ojos azules fríos como el hielo.

-Y hablando de confesiones, ¿ya le dijiste la verdad?

Alex resopla y niega con la cabeza.

-¿Qué está pasando? – intervengo - ¿De qué están hablando ustedes dos?

Camilo y Alex intercambian una mirada.

-¿A qué viniste entonces? – inquiere el primero.

-Ya lo dije – me señala -. Ella está en peligro y tú sólo no vas a poder contra los peces gordos que tienen azotado este pueblo. Necesitas mi ayuda. Yo trabajé con ellos, sé cómo actúan, cómo piensan y cómo se mueve todo ese submundo al que tú, con tu placa, no tienes acceso. Fernanda los cabreó en grande y nadie mejor que yo sabe lo que van a hacerle si le ponen las manos encima – su mirada es sombría -. He visto a Antonio torturar personas por afrentas menos graves.

-¿Sabes cómo llegar a ese hombre? ¿Dónde encontrarlo?

-Cambia de guarida cada semana – explica Alex -. Los políticos y personajes prominentes de este pueblo lo esconden y le permiten quedarse en sus propiedades siempre que él se los pide. Su guardia también rota constantemente, y sólo hay un grupo estricto de cinco hombres que saben en dónde se encuentra exactamente y el próximo sitio en el que va a refundirse. Es un maldito estratega, como te dije. Mueve a otros a su antojo y los manipula, los chantajea para que lo encubran. No tiene escrúpulos ante nada.

Camilo asiente.

-Si ni siquiera respetó la vida de su propio hermano y atacó la estación para hacerse con su sobrina... No me cabe duda que es un desalmado, un psicópata con mente fría.

-Su mayor debilidad es el dinero – afirma Alex -. Está dispuesto a sacrificar lo que sea por conseguirlo. Cuánto más, mejor. Es supremamente ambicioso.

Me adelanto y miro a Camilo con los ojos entrecerrados.

-¿Tú sabías que se trataba del hermano de mi padre?

Camilo se limita a observarme.

-¿Y aun así me criticaste por no haberte dicho nada? – le reclamo – Me hiciste sentir como una mierda. Con ese discurso de decir la verdad y todo eso.

-Y me sigues guardando secretos, así que estamos a mano – contesta sin vergüenza alguna -. Desde hace meses que conozco la identidad de ese hombre. Pero necesito pruebas, información contundente sobre los negocios ilegales que lo involucran a él y a ciertos hombres de prestigio que ocupan cargos públicos importantes. Por eso era que no podía llegar a allanar esa imprenta así nada más. Yo sabía que era una fachada, pero no podía aparecerme a registrarlo todo sin una orden.

-Menos mal que yo no tenía ese impedimento – me atrevo a decir con un poco de presunción - ¿Qué otras cosas me estás ocultando, Camilo? ¿Qué más sabes de ese hombre?

Su expresión es inescrutable.

-Esa información es clasificada, Fernanda. No te puedo confiar nada porque enseguida vas y sales corriendo a ponerte como carne de cañón.

-Pues yo tampoco confío en ti. No puedo creer que me guardaras un secreto tan delicado.

Camilo se pone en pie.

-Pues te dejo con alguien que, en definitiva, no te guarda secretos – masculla en tono enigmático y punzante -. Es evidente que tienes protectores de sobra y yo necesito dispersarme.

-¿Y adónde vas?

Él levanta una ceja.

-Me iré por ahí. No es asunto tuyo.

Yo lo escruto de pies a cabeza.

-Pero... ¿tú estás bien?

-Claro – encoge los hombros.

-¿Y tus compañeros?

-Todos están bien. Somos más duros de lo que crees – contesta a la defensiva -. Amenazaron con volver a atacar si no te entregábamos a ellos, pero yo sospecho que eso sólo es una excusa para lanzarse contra mí. No me quieren como jefe de policía porque saben que les estoy pisando los talones – agita una mano -. En fin, no nos cogerán desprevenidos la próxima vez.

Se da la vuelta, sale de la cabaña y azota la puerta.

Yo suspiro.

Los ojos me pesan y lo único que quiero hacer ahora es dormir, así que me encamino hacia las escaleras.

-Fernanda.

Me giro hacia Alex. Había olvidado su presencia por completo.

-Necesito decirte algo muy importante.

-Hoy no, Alex. Estoy agotada. Hay una colchoneta ahí por si quieres quedarte – señalo las bolsas -. Mañana hablaremos.

Empiezo a subir las escaleras.

-Yo era uno de los hombres que iba en el auto – dice él a mis espaldas -. Mi objetivo era intimidar a tu padre, pero todo se salió de control, él murió y tú resultaste herida. Por mi culpa llevas esas cicatrices.

Me detengo a mitad de las escaleras y cierro los ojos profundamente.

Lo sospechaba, algo dentro de mí me lo decía. Ya sabía que Alex trabajaba para Antonio, pero quise creer que era noble en el fondo. Soy una estúpida.

Me vuelvo hacia él y lo miro. Recuerdo que la primera vez que lo vi, su rostro se me hizo conocido, como si lo hubiera visto antes. Y así era. Él fue uno de esos desgraciados.

Estoy destrozada en todo sentido, hecha polvo por el desastre en el que se ha convertido mi vida, mi cada vez más precario estado físico y mental, y la certeza de que apenas estoy vislumbrando la superficie de todos los problemas que se me van a venir encima.

-Lárgate – espeto en voz baja, aplastada bajo todo ese abatimiento -. Y no te vuelvas a acercar a mí lo que te quede de vida.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora