Capítulo 7 🌹 Hostilidad

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Hostilidad


Volver a Colinazul es como regresar a un infierno conocido, pero no deja de ser infierno después de todo.

Cuando Alex toma la saliente que da a la entrada del pueblo, puedo percibir los límites de ese manto que lo cubre y oscurece todo, cerrándose también a nuestro alrededor como un cerco.

El carácter de mi acompañante se ha ido suavizando bastante a medida que conducía a sus anchas por la autopista. Como es tan taciturno, soy yo quien ha monopolizado en un noventa por ciento la conversación. No parece que le moleste porque pude percibir que sus labios se curvaban en varias ocasiones, a pesar de la rigidez a la que siempre los tiene sometidos. No obstante, su carácter se fue agriando más y más a medida que nos acercábamos al pueblo, tornando a Alex más sombrío que de costumbre.

He mantenido la charla sobre temas seguros, como los pasados seis meses en San José y el amor que siento por la literatura. Él me escuchaba en silencio, girando la cabeza hacia mí en ocasiones. Me preguntó por qué había dejado la universidad y si pensaba retomarla algún día estando en San José. Le dije que mi prioridad por ahora era mi trabajo en Sonata y el proyecto de escribir consumía demasiado tiempo. No me habían concedido el intercambio y yo no podía pagar por mi cuenta el resto de semestres que me faltaban.

Noté que fue muy cuidadoso en no preguntarme acerca de las razones por las que me marché del pueblo, así como yo evité hablar de la masacre y de su extraña advertencia el día antes de que ocurriera. Tenía el fuerte presentimiento de que la vida privada de Alex era algo de lo que yo no querría saber. Así lo comprobé cuando le pregunté sobre su trabajo y si era oriundo de Colinazul, ya que yo nunca lo había visto antes.

-No, no nací en ese pueblo de mierda – contesta con más aspereza de la habitual -, y nunca hubiera ido por voluntad propia.

-Entonces, ¿por qué te quedaste?

La expresión fría e irónica que me dedica es tan intensa que enseguida me arrepiento de haberle preguntado aquello.

-¿En serio quieres saberlo? – masculla en un tono cargado de advertencia – No voy mentirte, Fernanda, así que sólo te diré que lo que hago para ganar dinero no es bueno en absoluto y, si te lo dijera, sentirías asco de estar a mi lado y bajarías ahora mismo de este auto, sin dudarlo. Pero si quieres saberlo, te lo diré.

Él aparta la vista del camino y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos castaños están empañados por una tribulación intensa, como si se librara una tormenta muy fuerte dentro de él. Sin embargo y pese a que siento la necesidad de saber quién es este extraño con el que estoy viajando, un extraño que puede llevarme adonde él quiera y hacer conmigo lo que le plazca porque estamos totalmente solos; el sufrimiento y el miedo que veo en su mirada me impulsan a hacer a un lado la preocupación por mi propia seguridad y despiertan en mí una especie de empatía sorda que sólo escucha con el corazón.

-Hazlo, si sientes que tu conciencia te lo pide – contesto -, pero yo no voy a presionarte para que hables de ello.

Alex esboza un gesto raro, contorsionando la mitad de la cara, como si hubiera mordido un limón. La mueca resulta algo aterradora, pero intento mostrarme impasible.

-Yo ya no tengo conciencia, Fernanda – asevera con voz lúgubre -. Si la tuviera, no me habría acercado a ti y mucho menos te habría ofrecido venir conmigo.

Yo lo contemplo con más desazón que antes, insegura sobre si decir algo sea lo más conveniente. Quizá lo mejor es quedarme callada.

Apenas unos instantes después, vemos un puesto de control bien montado, con barras de metal y enormes bloques de cemento separando ambos carriles para impedir que los conductores den vuelta en el último momento. Hay tres policías uniformados junto a una cabina situada al lado de la vía. Ninguno de ellos se molesta en ocultar las armas que llevan prendidas del cinturón y que tienen apariencia de pesar una barbaridad a juzgar por el tamaño del cañón y el tambor.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora