Capítulo 9 🌹 Cambios

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Cambios


Desde luego, jamás se me pasó por la cabeza que el primer día de regreso a Colinazul lo iba a pasar encerrada en una celda.

No puedo evitar recordar que estuve aquí mismo, años atrás, mientras se decidía lo que harían conmigo. Cada día era peor que el anterior. Me despertaba, convencida de que estaba en mi cama, en mi habitación y que los barrotes eran nada más el rezago escénico de una pesadilla espantosa.

En todo ese tiempo que estuve encerrada y que fueron alrededor de seis meses, concluí que los seres humanos nos movíamos por el mundo dando por sentadas un montón de cosas; la libertad, la salud y la presencia de los seres queridos, entre otras. En el caso de las personas adineradas, famosas y poderosas, era mucho peor porque, a medida que se adquieren más y más privilegios, se adquiere también por ende, el miedo a perderlos.

Comprendí que había tres situaciones en la vida, capaces de enseñarle a uno cuál era su exacto y minúsculo lugar en el mundo. La escasez de dinero, la enfermedad y el encierro.

Yo las había experimentado las tres, pues si bien mi decadencia externa no provenía de un origen natural o genético, era algo que me había minado físicamente.

Volvía a estar encerrada, como en ese entonces, así que no era nada nuevo para mí y podría decirse que lo sobrellevaba mejor ahora. No me acechaba la terrible angustia de creer que me vería privada de mi tan valiosa libertad, porque, después de todo, no iban a condenarme por haber estrellado a dos mujeres provocadoras contra la mesa y la pared de un restaurante.

Sin embargo, me sentía profundamente avergonzada y decepcionada de mí misma.

Me había prometido ser mucho más racional, sensata y asertiva en mi manera de actuar, y todo eso se había ido al caño con la primera puesta a prueba. Estaba segura de que había logrado exorcizar la rabia y la violencia que bullían en mí, cuando la realidad era que esos monstruos sólo se habían mantenido agazapados a la falta de escenarios que los estimularan.

Una parte de mí me decía que no había hecho nada malo. Esas mujeres me estaban insultando, provocando y una me había enterrado las uñas como un cuervo.

¿Qué más podía haber hecho yo?

Pero la respuesta de mi lado conciliador también surgía de inmediato: "haberlas apartado y salir del restaurante enseguida. No tomar a una de ellas del cabello, arrojarla sobre la mesa, y luego estampar a la otra contra el muro mientras le asestas una cachetada tras otra".

-Estás muy callada – dice con sorna, Sandra, la que llevaba el mandil en el restaurante - ¿Qué pasa? Tienes una celda para ti sola. No puedes quejarte.

Luego de pasearme por los escasos dos metros cuadrados, me dejo caer en el catre duro y frío que hay empotrado a la pared. Ella y su compañera Eliza han estado burlándose y dedicándome todo tipo de insultos floridos con la intención de molestarme. Yo, sin embargo, me siento más superada y humillada por mi propio comportamiento.

Transcurrió un buen rato, o así me lo pareció a mí, hasta que los dos hombres que había en el restaurante decidieron que ya no era divertido vernos pelear y trataron de separarnos. Mi adrenalina ya estaba disminuyendo para ese entonces mientras que la de mis rivales apenas estaba tomando fuerza. Una de ellas me había tirado del cabello y la otra me había asestado una patada que perdió contundencia cuando yo logré apartarme.

Ellas no habían salido tan bien paradas. La del mandil estaba despeinada, tenía las mejillas enrojecidas por los bofetones y lucía un moretón en el pómulo derecho que ya estaba comenzando a hincharse. La otra tenía la frente arañada y como la falda hizo poco por proteger su rodilla cuando cayó, ahora tenía un raspón en carne viva.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora