Capítulo 10 🌹 Defectos y atributos

52 13 2
                                    


Defectos y atributos


Desde el mismo instante en que tomé el autobús en la estación seis meses atrás hasta este preciso momento que me encuentro a escasos metros de él, Camilo siempre estuvo en mi mente. No hubo día que no pensara en él.

No era una cuestión consciente ni voluntaria, su rostro simplemente aparecía frente a mis ojos y me acompañaba a donde quiera que yo fuera.

Era algo reconfortante y torturador a la vez.

Jamás pasó por mi mente la idea de que pudiera olvidarlo con el tiempo, y tampoco me costó mucho comprender que iba a amarlo hasta el final de mis días. Nunca habría nadie, ningún hombre a quien yo pudiera llegar a querer más que a él. Sin importar lo que ocurriera. Él estaba arraigado en lo más profundo de mi ser, así como el tatuaje lo estaba en la piel de mi brazo.

Recordaba las palabras de Camilo justo antes de hacérmelo.

"¿Y si lo nuestro no es para siempre?".

En ese entonces, él temía que yo pudiera arrepentirme algún día de tener una marca permanente que me recordara su existencia. Pero eso era como recordarle a alguien que tenía que respirar o dormir. Algo absurdo.

En las noches solitarias que pasé en el hotel y luego en el departamento cutre, cuando lloraba la ausencia de mamá, Tomás y por supuesto, también la de Camilo, el tatuaje me brindaba una especie de calma transitoria. Yo lo veía como la evidencia externa de que una enorme parte de Camilo se había quedado conmigo, así que no estaba completamente sola.

Era un consuelo y un autoengaño tonto, yo lo sabía, pero en verdad funcionada, ya que luego de eso, me tranquilizaba y me quedaba dormida. Y siempre soñaba con él después de haberlo añorado, de haber llorado hasta que los ojos se me hinchaban y me escocían. Me resultaba increíble que alguien pudiera derramar tantas lágrimas sin secarse porque antes de él, ninguna persona o situación me había sacudido tanto.

Esa cuerda invisible que nos ataba se había estirado hasta lo indecible, pero a medida que se alargaba, tiraba de mí dolorosamente, como si me desgarraran las entrañas y el corazón. De camino a Colinazul, esa tensión había ido disminuyendo poco a poco de manera inconsciente porque el carrete se iba enrollando, acercándome más a él.

Sería una mentirosa si dijera que no esperaba encontrármelo, por coincidencia, durante los días que estuviera en el pueblo. Sin embargo, no esperaba verlo el primer día y mucho menos, luego de salir de una celda.

Había estado preparándome para cuando por fin llegara ese momento; lo que iba a decirle, cómo comportarme con él y lo que haría en caso de que quisiera retomar lo que dejamos inconcluso cuando me fui.

Nada de eso hizo falta, porque Camilo lo tenía todo muy claro.

Sólo con verlo, sentí unas inmensas ganas de correr hacia él y abrazarlo, preguntarle cómo estaba, qué había hecho durante estos seis meses. No obstante, el instinto me aconsejó sabiamente que debía contenerme.

Luego de salir de aquella oficina, me reiría de mí misma y de lo ilusa que había sido al creer que él todavía podría querer algo conmigo.

-Siéntate, Fernanda.

Es su voz, confiada y grave, aunque su entonación también destila firmeza y dominio. Encaja más con el hombre grosero y tajante que me había contestado por teléfono que con el Camilo dulce y amable que yo conocía.

Apenas si logro avanzar tres pasos de forma insegura porque mis piernas parecen haber olvidado cómo deben moverse. El corazón me golpea fuertemente contra el pecho, como si tuviera un pajarito salvaje adentro, pugnando por salir.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora