Capítulo 26 🌹 Piromanía

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Mis lectores,


Fue tremendo escribir este capítulo y por eso necesitaba acompañar la inspiración de una muy  buena canción. Elegí a Rammstein, una de mis bandas favoritas.




Piromanía


-Déjeme aquí, por favor.

Le pago al taxista y me bajo. Tardo un instante porque sólo puedo disponer de una mano y tengo dos bolsas. Como una de ellas es más liviana, la tomo con la mano derecha, la del hombro dislocado.

Mientras camino hacia la nueva imprenta, la que antes era una fábrica textil, los recuerdos nefastos me invaden.

Revivo la noche en que mi vida comenzó a adquirir ese tinte tan trágico y oscuro, porque fue desde esa noche que mi calvario comenzó. La sonrisa perversa en los labios de Rafael cuando sus amigos le preguntaron a qué hora empezaría la "fiesta". Él inclinando la cabeza hacia mí, justo cuando yo me volvía en su dirección, y yo, de ingenua, por no emplear otra palabra, no caí en la cuenta de que ellos estaban planeando algo muy diferente. Incluso Luisa Belalcázar estaba al tanto. Hubo un momento en el que las dos nos quedamos solas, porque ellos dijeron que iban a traer más cervezas de la camioneta.

El olor a humo y plástico quemado fue el primer indicio de lo que en realidad estaba pasando. Luisa se levantó, me dedicó una expresión agria y se fue sin decir nada más. Su labor era la de mantenerme entretenida, tranquila y quieta mientras ellos iniciaban su fiesta piromaníaca.

A medida que avanzo hacia la fábrica, recuerdo mi tos, mis lágrimas, mis súplicas a Rafael para que se detuviera, la forma en que me sujetó del hombro y me sacudió con violencia cuando yo iba a llamar a la policía. El brillo en sus ojos cuando todo comenzó a arder; una expresión exultante y placentera que yo nunca le había visto antes, como si el fuego avivara una clase de hedonismo macabro que sólo él podía comprender.

La pasión con que roció la gasolina sobre las máquinas, telas, armarios y anaqueles era algo que, hasta ese momento, me resultaba inentendible, perverso. La felicidad tan gloriosa en la cara de Rafael cuando lanzó el encendedor y todo ardió.

Hasta ese preciso instante.

Sólo hasta ese preciso instante, me recorrieron todas esas emociones sombrías y acerbas que acompañaban los actos destructivos.

Me detengo cuando estoy a escasos cincuenta metros de la fábrica. Saco la máscara antigás de una de las bolsas y me la ajusto al rostro como el dependiente de la tienda me explicó. La siento apretada, dura y sé que me va a dejar unas marcas tremendas en la piel. Al principio, me cuesta un poco acostumbrarme a respirar a través de ella, en especial porque el olor a caucho, silicona y látex es asfixiante. Pero es algo necesario, ya que no quiero derrumbarme como una torre cuando vaya a mitad de la faena.

Me siento como una especie de exterminador maltrecho.

Justo como yo sospechaba, encuentro dos hombres en la entrada principal de la supuesta imprenta. No me sorprende. Pensé que habría todo un batallón, teniendo en cuenta lo que hacen allí adentro.

Y también, como supuse, hay una camioneta estacionada. Por ahí comienzo. Rodeo la fachada lateral de la imprenta. Camino con mucha precaución y mantengo los ojos muy abiertos por si me cruzo con algún otro hombre que esté vigilando. Eso no pasa. Al parecer, sólo están los dos hombres de la entrada.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora