Capítulo 25: ALP

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Un trago de whisky no viene mal, mucho menos para una mujer como Kate que llevaba la mente sumergida en un saco de problemas y recuerdos que la llenaban de nostalgia. 

Hacía pocos minutos que colgó su teléfono celular. Óscar se había comunicado con ella para informarle que ya tenían el fragmento de Amatista, pero había perdido de vista al Bajang por lo que pasaría la noche buscándolo. 

La morena aproximaba por cuarta vez la copa afnor, de dónde bebía su whisky, hasta sus labios teñidos de un oscuro labial rojo que le sentaba de maravillas. 

Su madre se quedó a dormir en su casa, en la habitación de huéspedes y debido a esto su hogar, como de costumbre, permanecía totalmente silencioso.

Kate se encontraba en la sala, sentada sobre su sofá. Pensaba en su hija a quien claramente no podía proteger del todo. 

«¿Qué harías José?» preguntaba observando una foto donde se podía ver a su esposo y ella siendo felices, en aquella época donde era más joven y apenas se había embarazado de Ámbar.

La cabeza de la morena comenzaba a retumbar y su vista a ser borrosa. Dejó la copa y la foto sobre la mesa de té frente a ella, se puso de pie con algo de dificultad porque se encontraba un poco mareada y se despojó de sus zapatos. Sus pies se lo agradecieron, estaban libres y podían sentir el tacto frío del suelo. 

Caminó, tambaleándose, hasta la puerta principal, salió dispuesta a recorrer su enorme y cuidado jardín, pero no esperaba ser sorprendida por una desagradable presencia. 

Junto a las rosas, en medio de la oscuridad, guapo y con su sombrero bien puesto se encontraba el Alp. Aparentaba nuevamente como aquel hombre alto, perfecto y vestido de negro, mientras observaba a la atolondrada mujer con una fija mirada. 

—Te dije que no tengo las piedras. —exclamó Kate arrastrando un poco las letras de algunas de sus palabras.

—Honestamente, puedo saber que mientes. —respondió en tono respetuoso el Alp.

—¿Entonces venís a matarme? —preguntó la morena alzando las cejas mientras se le acercaba. 

Era la primera vez que el Alp veía a aquella mujer con la mirada perdida y sin rastros del miedo que solía percibir en ella. 

—No. En cierto modo me gustaría hacerlo, pero he decidido perdonarte si haces algo por mi. —dijo el Alp llevando sus pasos hacia adelante hasta quedar frente a frente con ella.

—No pienso hacer nada que me pidas. —respondió Kate sin noción de sus palabras, actuó por impulso, lo detestaba y no haría nada por él. —Perdés tu tiempo. —agregó con una divertida sonrisa. 

En su estado, todo le resultaba divertido.

—Creo que no nos estamos entendiendo. —dijo esta vez con paciencia él. —Los dos queremos las piedras y sé que no me he portado bien contigo, pero no soy tu verdadero enemigo. —al decir aquello tomó a la mujer de su barbilla. —Haz lo que digo y te diré dónde está José. 

Saber sobre José era lo único que mantenía a Kate en flote, pese a lo incoherente que sonaban las palabras del Alp, sus emociones comenzaban a desordenarse en su interior. 

—Mentiroso. —habló Kate alejándose de sus grandes manos. —No te creo nada, jamás nos ayudarías. —agregó presionando el pecho del contrario con su dedo índice. —Vos no sabes nada de él. —ante eso último perdió un poco el equilibrio.

El Alp la sostuvo de la cintura, evitando que se cayera y ella enfureció ante su acto. En situaciones normales se hubiera inmovilizado del susto, pero ahora en su estado de ebriedad lo único que hacía era mostrar su desagrado. 

AMATISTA (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora