Capítulo 25: Sinceridad

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Hacía apenas segundos que había llegado a su departamento, apenas puso un pie dentro corrió al baño, se desprendió la camisa y se colocó frente al espejo: las palabras que Jennie había escrito aún permanecían intactas y, a pesar de que debía darse una ducha antes de acostarse, no quería que el tinte negro desapareciera de su piel. Cerró los ojos, tal vez se daría un baño de espuma al día siguiente.

Su rostro dibujó una sonrisa al estirar su brazo derecho y repasar con cuidado letra por letra de la pequeña frase; recordó la mueca de Jennie al escribirla, tan atenta, cuidadosa y segura de lo que quería transmitir que algo removía entre sus pensamientos, se preguntó por qué esos gestos, por qué esa orden de cuidar las dos cosas más importantes que el ser humano posee y por qué no la besó cuando ella quiso hacerlo. Abrió los ojos con lentitud, deseaba que Jennie no terminara arrepintiéndose de lo que estaban viviendo juntas.

—Cuerpo y alma —susurró observándose de lleno en el espejo aún sosteniendo su hombro y dejando al desnudo esa parte solo para ella— ¿Qué estás haciéndome, Jennie? –se preguntó a si misma apenas moviendo los labios. Jamás había dejado que alguien la desmoronara tan fácilmente de manera emocional como lo hacía la morena. Jamás alguien la había tocado tan respetuosamente como lo hacía, aunque de manera escasa, Jennie. Jamás había sentido miedo, nervios y excitación con la sola presencia de alguien. Jamás había extrañado por culpa de la lejanía a alguien. Jamás había amado.

Volteó su cabeza con violencia hacia el pasillo como si alguien la hubiese descubierto haciendo algo malo. El timbre sonó con vehemencia y luego dos golpes de puño llamaron su atención, se acomodó con velocidad la camisa y tomó la bata que estaba en su camino y llegó a la puerta. Suspiró con calma cuando vió a su padre del otro lado.

—Me asustaste, papá —le reclamó apenas abrió.

—¿Te asusté? ¿Por qué? —preguntó él dejándole un beso en la mejilla y abrazándola fugazmente— ¿Esperabas a alguien más? —volvió a preguntar cuando ya estaban en el living.

—No, al contrario, no esperaba a alguien. Pero la manera en que tocaste

—Fue igual que siempre ¿te sientes bien? —le preguntó Marco tocando la frente de su hija y luego negando con la cabeza— Sí, estás bien… Traje vino —dijo alzando la botella del favorito de ambos— ¿Podemos hablar?

—Sí, solo que aun no preparé la cena

—¿Tienes hambre?

—Demasiada

—Ve y te pones algo más cómodo mientras yo pido algo ¿sí?

—Está bien. Adentro de la cartera tengo dinero

—¡Oh, Lisa! —se quejó él— Te estoy invitando, no te hagas la tonta. Ve a cambiarte

Estaban terminando otra porción de pizza y la tercera copa de vino cuando Lisa soltó unas palabras que tomaron a Marco de sorpresa. El hombre clavó su mirada en la botella de la bebida, cada vez que Lisa tomaba vino tinto en cantidad solía soltar unas cuantas cosas que no debería; como en ese momento.

—La besé —dijo la pelinegra con la voz apenas audible y escondiendo sus labios tras la copa ya casi vacía por ser la tercera. Marco dejó su comida a un costado y se movió contra el sillón algo incómodo.

—¿Cuándo?

—Hace dos semanas. Cuando pasé la noche en Lima y me quedé en su casa.

—¿Estaban sus padres ahí?

—Si… es decir, no nos vieron

—¿Y pretendías que lo hicieran?

—No, no comiences a usar ese tono —murmuró Lisa cuando su padre cambió la pasividad por un tono más grave, más molesto. Más incómodo— Te lo estoy diciendo porque necesitas saberlo… Y… bueno, volvimos a hacerlo

Lenguaje del amor - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora