VIII

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«Qinghe. Un rojo amanecer»

El hedor a sangre, el sudor corriendo por su frente y el peso de su sable en mano era lo único que el Emperador de Qinghe podía percibir. El sol se había ocultado hace poco y el azul intenso comenzaba a teñir el cielo que cubría a Qinghe.

Poco antes de las diez, cuando su Alteza y los discípulos habían abandonado sus tareas del día y se disponían a dormir, un grito agudo había cortado el silencio, entonces nadie perdió el tiempo, los discípulos principales y los entrenado para el ejército abandonaron cuarteles y aposentos para dirigirse a las puertas del Palacio Imperial del Reino Impuro.

Era un ataque en contra del Palacio.

Los guardias de la puerta habían sido asesinado y de sus cuellos seguía escurriendo la sangre, los discípulos invocaron sus sables y en seguida adoptaron las múltiples posiciones y formaciones de defensa que solían aprender desde que su educación comenzaba. Nie Mingjue, como Emperador del Reino de Qinghe, no podía permanecer sentado en su trono tranquilamente y bebiendo té mientras que su ejército se enfrentaba en el campo de batalla, ese no era su estilo. Con la mirada endurecida y el arma en mano, Nie Mingjue se abrió paso entre sus tropas y se colocó a la cabeza, frente a las puertas del Palacio en espera de los bastardos de Qishan. No podía ser nadie más.

Los discípulos rodearon a su Alteza y mantuvieron sus sentidos alerta ante cualquier posible movimiento que pudiese poner en riesgo la vida del Emperador, siendo sinceros, ninguno se arriesgaría a permitir que un solo pelo suyo fuese tocado, sin embargo, no era posible evitar lo que inevitablemente sucedería.

Los discípulos del Reino de Qishan entraron uno tras otro igual que un montón de perros falderos siguiendo a su estúpido dueño, Wen Xu cruzó el umbral del Palacio del Reino Impuro, con los labios apretados pero con una palpable arrogancia en la mirada.

— Wen Xu... — masculló Nie Mingjue con la irá comenzando a burbujear en su interior.

El hijo mayor de Wen Ruohan finalmente le dirigió una sonrisa socarrona que resultaba casi burlona. — Mingjue... Nos volvemos a ver.

Uno de los discípulos le miró deseando cortar su garganta, no había modo de que alguien tan insignificante osara dirigirse con tan poco respeto a un Emperador de un rango mucho más alto que un simple príncipe malcriado.

Wen Xu avanzó unos pasos al frente y cruzó los brazos detrás de su espalda, su mirada recorrió el Palacio Imperial. — Qishan desea establecer una oficina de supervisión en el Reino Impuro — soltó sin más. Nie Mingjue palideció — Tienes dos opciones, entregar Qinghe por voluntad propia o arriesgarte a morir.

Nie Mingjue desenvainó a Baxia y masculló. — Sobre mi cadáver...

Wen Xu se burló. — Como desees — hizo un gesto pequeño y la risa se esfumó dejando en su lugar la sed de sangre — Matenlos...

La orden fue corta, clara y lo suficientemente poderosa como para desatar el caos en cuestión de segundos. Desde la primera vez que el Emperador de Qinghe blandió el arma, discípulos y guerreros se lanzaron de lleno a pelear en nombre de su Reino. Wen Xu se mantuvo alejado del caos disfrutando del espectáculo que acababa de montar, la espada pocas veces salía de su funda.

Los discípulos de Qinghe rodearon la entrada al Palacio para impedir que cualquier intruso ingresará, después de todo, en el interior aún debían proteger la vida del segundo príncipe, estaban entre la espada y la pared.

Máscaras de Cristal ⚔️ WangxianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora