A Richard parker le encantaba hacer actividades con su hijo. Si bien tenía una agenda muy apretada, él había decidido que cada dos días haría un esfuerzo para salir con su pequeño.
Al pequeño Peter le volvía loquito saber que podría usar su bicicleta para acompañar a su padre mientras este paseaba sus mascotas, dos enormes perros de pelaje amarillo llamados chocolate y dona. A Peter también le emocionaba poder ver a sus amigos, porque en su pequeñita mente de nene de 5 años, pensaba que todas esas personas que se encontraban en el camino y lo saludaban, eran sus amigos.
La hermosa señorita Wanda, el señor Steve que siempre estaba regando sus plantas, el señor Sam que salía a trotar todas las mañanas, todos ellos conformaban algunas de las personas que encontraban en su recorrido. Pero, para Peter, siempre había habido algo que llamaba su atención, y esto era aquella casa que estaba a 5 casas de la suya, la cual siempre parecía estar sola. Por alguna extraña razón, Peter sabía que no era así. Las plantas a un costado de dicha casa, siempre estaban cuidadas, regadas y podadas. En ocasiones, las cortinas de las ventanas estaban corridas y se podía divisar un poco el interior, por eso el pequeño sabía que alguien vivía ahí.
A Peter le gustaba usar el patio del frente de esa "solitaria" casa, para pedalear con más fuerza en su bicicleta y dar vueltas a lo ancho y largo del espacio. Eso, hasta que Richard parker le daba alcance y podían continuar con su recorrido.
Y así, todos los días el pequeño ciclista hacia de las suyas y utilizaba aquel patio para su diversión. Peter no contaba con que, al paso de unos días, una sorpresa le esperaría en aquel lugar.
Era un jueves tranquilo. Poca actividad, unos cuantos adolescentes yendo y viniendo, y alguna que otra persona haciendo su rutina de ejercicio.
Richard se había quedado un poco atrás, hablando con el señor Steve y su señora, una mujer bajita y castaña, muy bonita, la señora Margaret.
Peter, inquieto como solo él y su pequeñita mente podían ser, decidieron avanzar hasta el lugar que le gustaba.
Los ojitos de Peter brillaron emocionados cuando al llegar al espacio libre frente a la cochera de esa misteriosa casa, encontró dibujada sobre el suelo, una pista. Peter soltó una risita al tiempo que pedaleaba más fuerte y guiaba su bicicletita para avanzar entre el camino marcado. Sabía que en aquella casa había algo muy interesante. Peter ahora sentía una extraña emoción por poder conocer a su escurridizo vecino.
Y así, continuamente, Peter lograba encontrarse una nueva pista con diferentes obstáculos que lo hacían emocionarse más.
***
Uno de esos días, Mary decidió acompañar a sus dos hombres en su rutina. Si bien ella solía cargarse un poco más de trabajo, sabía que podía hacerse un espacio en la agenda para poder aprovechar un día con su familia.
La mujer vio con cariño a su pequeño, ponerse un casquito para evitar accidentes y subir con emoción a su vehículo de dos ruedas. Mary puso la cadena a Chocolate mientras que Richard se encargó de llevar a dona. Pero el recorrido no fue tan esperado, pues Richard nuevamente se quedó enganchado conversando con su buen amigo Steve. Mary sonrió. Sin duda Richard necesitaba más amigos además de su vecino anciano.
Mary dejó a los hombres hablar, mientras ella se dedicó a seguir a su pequeño. Todo estaba bien, todo era agradable como se podría esperar de un condominio como ese. Sin embargo, al desviar la vista de nuevo a su pequeño luego de observar alrededor, lo que vió la dejó paralizada.
Peter finalmente había conocido al autor de aquella idea para su diversión. Peter sonrió enormemente, enseñando al hombre sus pequeños dientitos. Él se llamaba Tony y al fin podía ponerle un rostro al misterioso vecino.