Durante todo el viaje por más que trató de sacarle información, Manuel no le dijo absolutamente nada. Bajaron del avión, buscaron el equipaje y afuera estaba un muchacho totalmente desconocido para Mayte, esperándolos.-Manuel, que bueno verte. -estrecharon sus manos.
-Darío, mira ella es Mayte, la mujer de mi vida. –dijo volteando a verla. –Y este es nuestro hijo, o hija. –sonrió y le acarició el vientre.
-Un gusto, bonita. –le besó la mejilla. –En persona eres mucho más hermosa.
-Muchas gracias. –sonrió. –El gusto es mío. –Manuel carraspeó.
-¿Qué pasa? ¿Te vas a poner celoso? –soltó una carcajada. –Bueno sí, hazlo porque no te había dicho, pero Mayte siempre ha sido mi amor platónico. –dijo tomándola de la mano para conducirla al interior de la camioneta. Manuel puso los ojos en blanco, sino lo conociera desde niño quizás lo habría golpeado.
Ya dentro de la camioneta, Darío no hacía más que piropear cada vez que podía a Mayte, una para molestar a Manuel; siempre lo hacía. Y otra, porque en verdad le parecía increíble la belleza de ella, y aún más embarazada.
Llegaron a la zona diamante, y se detuvieron frente a una casa verdaderamente grande.
-Bueno, llegamos a su destino. –aparco y apagó el coche. Bajó las dos maletas y se despidió. –Los dejo para que disfruten.
-¿Cómo, no te vas a quedar? –preguntó Mayte.
-No, a menos que quieran hacer un trío. Yo encantado. –bromeó. Mayte rió nerviosa.
-Darío, ya vete. –dijo Manuel. –Mi amor, ¿lista para la primera parte de tu sorpresa? –Mayte asintió y él le colocó un pañuelo en los ojos.
-Gordo no, no veo.
-Esa es la idea, May. –le dijo. –Tranquila, yo te guio.
Sintió a Manuel abrir la puerta, segundos después la tomó de la mano y se adentraron en aquella casa, Mayte no veía nada, solo se dejaba guiar por aquel hombre que era su vida entera. La casa era tan grande como se veía por fuera, pensó, por más que caminaban Manuel no se detenía.
-Gordito, ¿ya me puedo quitar el pañuelo?
-No amor, ya va. Viene un escalón, cuidado. –dijo. Subieron varios escalones y siguieron caminando. –Ya vamos llegando. –lo sintió abrir una puerta, caminaron un poco más, otra puerta. Al abrirla, Mayte comenzó a sentir la brisa rozar su piel y escuchar las olas del mar. Manuel se posicionó detrás de ella y con suma delicadeza quitó el pañuelo de sus ojos. Parpadeó varias veces hasta acostumbrarse a la luz. -¿Y? ¿Te gusta? –preguntó abrazándola.
-Manuel. –dijo viendo a todos lados. Estaban en un balcón que daba con la parte trasera de la casa, era enorme, había un gran alberca y un poco más allá comenzaba la arena que varios metros después desaparecía bajo el mar. –Me encanta. –se volteó para mirarlo fijamente. –Es perfecto. –sonrió y Manuel juntó sus labios en un cálido beso.
-Sabía que te iba a gustar. –juntó sus frentes. –Ven, déjame enseñarte el resto. –le enseñó cada rincón de la casa, ¡qué grande y hermosa era!, con las paredes blancas, la decoración era perfecta y una que otra foto de ellos le daban ese toque especial. Llegaron a la cocina, Mayte se sentó en una de las sillas que estaban junto al desayunador.
-Mira lo que encontré. –dijo sacando un tazón lleno de fresas del refrigerador. Tomó una entre sus dientes y se acercó para besarla. -Mm, que rico. –se separó saboreando sus labios.
-¿Aún lo dudabas? –encarno una ceja.
-Para nada. –respondió guiñándole el ojo. -¿Estás cansada? –observó la hora.
-Un poco, gordito.
-Pues vamos para que descanses, mira que a las 8:00 pm tenemos que salir.
-¿Salir? ¿a qué?
-Es sorpresa.
Por primera vez, Mayte estaba lista a la hora, tenía un vestido largo color blanco con algunos detalles que le acentuaba perfectamente, unas sandalias sin tacón tipo romanas, maquillaje ligero y el cabello al natural, suelto. Manuel también estaba vestido completamente de blanco, tomó las llaves, sacó el coche que estaba guardado en el garaje y tomó rumbo a un lugar desconocido para Mayte.
Condujo alrededor de media hora hasta que llegaron a aquel lugar, aparcaron el coche y entraron por un camino iluminado por antorchas. Al final del camino los esperaba un joven que los llevó a una única mesa puesta a varios metros de una gran alberca. Mayte estaba un poco confundida.
-Cielo, ¿Qué hacemos aquí? –Manuel rió.
-Ya lo verás. –le besó el dorso de la mano.
En ese momento se apagaron las luces y se encendieron todas las que se encontraban alrededor de la alberca dejando ver una pareja de delfines junto a un hombre que comenzaban un espectáculo maravilloso. Mayte estaba completamente emocionada, le tomo la mano a Manuel y él la observaba completamente hipnotizado. Una suave melodía inundaba el ambiente haciéndolo más romántico aún. Momentos después, se levantó y la ayudo a levantarse.
En ese momento se comenzaron a encender varias luces al fondo formando la frase "¿Quieres casarte conmigo?".