Manuel entró cuidadosamente a la habitación, Mayte estaba dormida. Sonrió al verla, estaba tan hermosa.-¿Gordito? –preguntó abriendo los ojos.
-Sí mi amor, soy yo. –se acercó. -¿Cómo te sientes?
-Cansada, pero feliz. –sonrió. -¿Y nuestra hija?
-Está en el cunero, es una hermosura como tú. –le acarició el cabello. –Afuera están tu mamá, Isa, tus hermanos, Ale y Fer, no sabes lo emocionados están. Querían pasar a verte, pero solo me dejaron a mí. –tomó los labios de ella entre los suyos, se besaron lentamente, sin prisas, demostrándose en ese beso todas las emociones y el amor que sentían en ese momento.
-¿Se puede? –dijo una enfermera entrando. –Aquí traigo a esta muñequita, ya es hora de que coma. –se acercó dejándola en brazos de Mayte y le dio algunas indicaciones. –Si se les ofrece algo me llaman, con permiso y felicidades. –dijo yéndose.
Mayte no dejaba de verla mientras la amamantaba, era tan pequeñita. Con el dedo índice le acarició el rostro y ella abrió lentamente los ojos; tenían el mismo color avellana que los de Manuel. Su piel era completamente blanca y el poco cabello que tenia, rubio, parecía una muñequita de porcelana.
Por su parte, Manuel no les quitaba los ojos de encima ¡ese par lo tenía totalmente enamorado! No pudo evitar emocionarse hasta derramar un par de lágrimas.
-Mi amor, ¿estás llorando? –dijo al verlo.
-Soy el hombre más afortunado del mundo. –le besó la frente. -Gracias por darme tanta felicidad.
-Gracias a ti por darme la oportunidad de hacerte feliz. –rozaron sus labios y juntaron sus frentes. Mayte terminó de amamantarla y Manuel la tomó. –Gordito, ¿recuerdas el día que nos pusimos a ver nombres para bebés? –Manuel asintió. - ¿Recuerdas también que te dije que si era niña me encantaría ponerle... –estuvieron hablando un rato sobre cómo se llamaría la pequeña nueva integrante de la familia Mijares Lascurain.
-Hola. –dijo Doña Mimí abriendo la puerta. -¿Cómo estás mi amor?
-Mamá. –extendió su mano para que se acercara. –Nunca antes me había sentido tan bien. –sonrió.
-¿Mi nieta?
-Aquí está. –dijo Manuel acercándose con la pequeña en brazos. –Se acaba de quedar dormidita.
-Miren nada más, que belleza. –la tomó en brazos. –Me acaba de llegar a la mente el momento en el que te tuve en mis brazos por primera vez. –dijo emocionada. –tiene tus mismos cachetes. –Manuel rió.
-¿Verdad que sí? Hace un rato se lo dije y me dijo que eran iguales a los míos.
-Ay no, gracias a Dios. –dijo bromeando. Los tres rieron. -¿Ya saben cómo se va a llamar? –Mayte asintió.
-Sophia Mijares... –comenzó a decir.
-Lascurain. –terminó de decir Manuel y le acarició la mejilla mientras se daban una mirada llena de amor.
-Qué bonito. –sonrió. Doña Mimí estuvo un rato más hasta que llegó una enfermera para informar que las visitas habían acabado, le estuvo insistiendo a Mayte en que se quedaría con ella, pero al final accedió a irse puesto que Manuel se iba a quedar y al día siguiente le darían de alta.
Alrededor de las 3:30 pm Mayte, Manuel y la pequeña se encontraban camino a su hogar donde los estaba esperando una sorpresa. Manuel estacionó el coche, se bajó, tomó el porta bebés y ayudó a bajar a Mayte quien enseguida cargó a su hija.
-¡Bienvenidas a casa! –dijeron al unísono cuando la puerta se abrió. Mayte sonrió al ver a su familia y la de Manuel ahí. Todos estaban felices y emocionados con la llegada de la pequeña Sophia.
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Manuel se recostó en el marco de la puerta y sonrió mientras observaba como Mayte amamantaba y le cantaba a Sophia.
-Gordito. –dijo al verlo. -¿Qué haces ahí?
-Me desperté y al no verte, supuse que estabas aquí. –respondió.
-Sí, es que me desperté con su llanto. –dijo mientras terminaba de amamantarla. –Estaba reclamando su comida.
-Sacó tu carácter. –sonrió. – ¿Y a mí no me vas a dar comida? –le echó una mirada pícara.
-Pues si tienes hambre, puedes ir a la cocina y prepararte algo. –respondió haciéndose la desentendida y se inclinó sobre la cuna para acostar a la bebé cuando sintió las manos de Manuel sobre su cintura.
-Estás más hermosa que nunca. –le susurró al oído. Mayte sintió su piel erizarse. -Gordo, ya. –se zafó de él.
-Ya, no. –la tomó ágilmente entre sus brazos. Mayte ahogó un grito, no se esperaba que él hiciese aquello.
La llevó directamente a la habitación, la depositó suavemente sobre la cama y se tumbó encima de ella sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Se acercó a su boca besándola lentamente, bajó a su cuello y siguió bajando mientras con sus manos recorría cada rincón de su cuerpo.
La despojó de su pijama y se quitó la suya quedando ambos completamente desnudos. Esa noche hicieron el amor, pero no como se acostumbra a pensar; hacer el amor no implica tan sólo entrar en el cuerpo del otro, va mucho más allá de eso y esa noche lo hicieron, sus almas se unieron como nunca antes. No hubo rincón de sus cuerpo que el otro no acariciara y besara, fue el momento perfecto. Su amor era perfecto.