Afecto

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 Había noches, donde en medio de la madrugada, despertaba abruptamente. Era como un sobresalto, los últimos recuerdos de la pesadilla instalados en su memoria, hasta que desaparecían al cabo de unos segundos al darse cuenta de su entorno y en donde se encontraba. No le sucedía seguido, y casi lo veía irónico, Hisoka acostumbraba a ser el que infligía las pesadillas, no el que las recibía.

Pero a veces, solo a veces, soñaba con unos ojos dorados muy parecidos a los suyos y unas manos perfectamente cuidadas que acunaban su rostro con cariño. Oía susurros, pero no lograba entender las palabras, y, aun así, solían brindarle un estado de tranquilidad y paz absoluta. El sueño nítido de un recuerdo agradable de su madre pronto se transformaba en algo que prefería no recordar; las paredes bañadas de sangre y un hombre en medio de la habitación.

La idea le arrebataba un escalofrío involuntario.

Y cuando giraba el rostro, ella estaba allí, sana y viva. Parecía siempre estar consciente de sus cambios de humor, porque en esos momentos (T/n) se acurrucaba sobre su pecho y murmuraba algo. Hisoka no necesitaba consuelo, nunca de niño lo necesitó, pero el afecto que su alma gemela le proporcionaba era adictivo y de una forma u otra, siempre se veía a si mismo buscando más, aunque no quisiera demostrarlo.

Un beso demás, un abrazo que duraba unos minutos extras, unos jadeos más, una última ronda...

—¿Sabes cómo se forman las almas gemelas? —había dicho ella un día, en medio de una película de acción, sus piernas cómodamente apoyadas sobre los muslos de Hisoka—. Alguien me contó la historia hace tiempo, cuando era joven.

El pelirrojo tenía sus ojos pegados a ella, alzando una ceja.

—Ilumíname, cariño.

Ella rió, una de sus manos jugando con el dije que colgaba de su cuello; un regalo del Cazador.

—Las almas gemelas son dos almas destinadas a ser una, y que anteriormente, durante cada vida vivida, se encontraban una y otra vez —comenzó, cada tanto paseando sus ojos por el rostro de Hisoka—. Como amantes, como amigos, como esposos...pero siempre juntos, siempre buscándose. Si se reencontraban durante cien años seguidos, los Dioses unirían sus almas para que, en la próxima vida, pudieran buscarse con facilidad. 

No era de creer en esas supersticiones, pero como se veía tan feliz de compartir un poco de esa historia, Hisoka no dijo nada más que;

—¿Me has estado persiguiendo durante cien años? Cuanta perseverancia —fue una broma, y esperaba una réplica similar, pero no se imaginó lo que diría a continuación.

—Ciento uno, Hisoka —corrigió (T/n), con unos ojos sinceros que lo dejaron sin aire por unos segundos.


Un año y medio de relación...

Sin pensárselo demasiado, hundió su rostro en el cabello de la joven, aspirando su aroma, tan familiar, tan tranquilizador, tan suyo.

Y en silencio deseo que lo persiguiera durante muchos, muchos años más. Con sus altibajos y discusiones, con sus problemas y todo...esperaba que estuviera allí, al final del camino, siempre por él.

Porque Hisoka no podía verse acompañado por nadie más, solo por (T/n). 

25 días con Hisoka [Hisoka Morrow x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora