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-Dale Mateo, dame una galleta, ¡Una sola! -le hice puchero-.
-Pero si vos tenés.
-Me las dejé en la mochila, genio -me di la vuelta y miré a Manu-. ¡Manu! -me quejé señalando a Mateo-.
-Ni mi quiri dir uni gilliti -me hizo burla Mateo y me dio la sagrada galleta-. Toma.
-Los poderes de Manuel Vainstein -dije feliz comiendo mi galleta-.
Manu sonrió, le dio un corto beso en la mejilla a Mateo y se sentó.
-¿De que hablaban? -preguntó apoyando su cabeza en el regazo de Teo-.
-De la galleta -habló obvio el de rulos mientras acariciaba delicadamente el rostro de Vainstein-.
-Me empalagan -dije haciendo una mueca de asco-.
-Me chupa un huevo -respondió Mateo sacándome la lengua-.
-Ese es el trabajo de Manu -me levanté del piso-. Me voy a pasear por la escuela, nos vemos.
Caminaba por los pasillos del colegio, estaban repletos de gente. Era el recreo. Saludaba a la mayoría, siempre fui una persona sociable y amable. Me llevaba bien con todos.
-¡Paulo! -chillé con emoción y la abracé-. Te extrañé mucho.
Paulo hace unas semanas se enfermó y por eso no había estado asistiendo al colegio. Lo extrañaba mucho.
-Danilo -saludó mientras nos abrazábamos-. Yo también te extrañé.
-¿Viste lo trolos que están Manu y Teo? -negó con la cabeza mientras reía-. Vení -lo agarré de la muñeca y lo llevé hacia donde estaban nuestros amigos-. Miralos.
-¡Paulo! -gritaron al verlo y se levantaron a abrazarlo-.
