Extra

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Cuando Zayn regresó a la habitación, el aroma cálido lo acogió; familiar, fragante, embriagador, empapando cada esquina, hasta el ruedo de las colchas y directo a sus pulmones.

Se le erizó la piel, humedeciéndose como reacción natural, antes de que el alfa se asomara por la puerta del baño contiguo llevando una sonrisa en el rostro y acortara toda distancia que los alejaba, posando un par de manos grandes en la espalda delicada.

"Zai y Adry dormirán en casa de Marie" el moreno le hizo saber, aferrándose a los hombros robustos y provocando que el gesto en su semblante se ensanchara considerablemente.

"Música para mis oídos" murmuró de vuelta, eliminando el más mínimo espacio que se interpusiera en medio de sus bocas para dar inicio a un beso suave, paciente, de labios tersos, sedientos… Dedos delgados atraparon los botones de la camisa blanca, desabrochándola mientras sus lenguas se acariciaban con necesidad y justo después de que la prenda cayera al suelo, el omega rompió el contacto, paseándose por su barbilla, navegando entre los lunares de su cuello, donde se detuvo un momento; succionó la piel olorosa, llenándose de la fragancia embriagante y apropiándose de ella como si saliera de sus poros.

Escuchó un suspiro pesado. Palmas amplias le palparon los glúteos sobre la ropa, masajeándolos con ansia antes de arrancarle los pantalones de un solo tirón. Y siendo igualmente ágil, lo despojó de la ropa interior al segundo siguiente, siendo capaz de palpar el lubricante que goteaba de su entrada.

El omega tembló bajo el tacto, empujándolo hasta la cama; sus labios sedientos aún marcándolo. El alfa tomó asiento en el colchón blando, sintiendo el perfume dulce por encima del suyo. En ese instante, unas manos de seda le abrieron el pantalón e hipnotizado por las pupilas dilatadas de aquel querubín, permitió que le desprendiera las últimas prendas que le restaban y cayó de rodillas en la alfombra.

El hombre se quedó sin aliento, observando con un remolino de sensaciones agolpándose en sus entrañas, cómo esas mismas manos de seda se posaban alrededor de su miembro erecto, guiándolo hacia una lengua rosada que lamió cada centímetro de él. Un gruñido escapó de su garganta mientras se derretía ante la mirada brillante de esos ojos marrones.

Una boca húmeda lo saboreó con ambrosía, dándole atención al glande abultado y poco a poco abarcando la mitad del falo.

No recordaba la última vez que su pareja lo había complacido de aquella forma, pero la espera había valido cada jodido segundo, porque la imagen que tenía ante sus ojos era la más erótica que sería digno de presenciar; porque su omega lo acariciaba como si hubiera nacido para ello; porque no podía contener ni uno solo de los sonidos que salían de su garganta y tampoco quería hacerlo; quería hacerle saber lo bueno que era en ello; quería enredar sus dedos en esos bucles sedosos, percibir toda una lluvia de fuegos artificiales bajo sus párpados y sentirse reventar de placer.

"Arc-cángel… M-maldición…"

Su mundo se sacudió repentinamente, el tambor en su pecho amenazó con abrirle un agujero en la piel, la mezcla de los aromas agolpándosele en la cabeza, y esa carita angelical por la que mataría mil veces, observándolo como si supiera el efecto avasallador que producía en él.

"¿Uhm?"

Cuando el desastre se desató, arrastrándolo directo al ojo del huracán, rugió con intensidad, entregándose en su liberación más atroz y arrolladora.

Quedó hecho un montón de jadeos y músculos temblorosos, afectado por la intensidad del orgasmo. El omega apoyó la mejilla sonrojada sobre su muslo, admirándolo en silencio, dedicándole esos ojos cristalizados, esos labios hinchados que lo habían arrastrado a su punto límite con una facilidad vergonzosa.

Llevó una mano al cachete enrojecido, acariciándolo suavemente. Usando el pulgar, limpió los restos que habían quedado cerca de su boca, regresándole la mirada.
"Arcángel…"

"Aún no" le murmuró con la voz rasposa, frenándolo sin permitirle una palabra más. Poniéndose de pie, se colocó sobre él, lo abrazó de los hombros e inició un nuevo beso, rudo, lleno de una ambrosía casi palpable.

Se sentía empapado.

El alfa fue capaz de notarlo cuando comenzó a frotarse contra él, haciendo que se endureciera a ley de un parpadeo. Lo tomó de la cintura, y rehusándose a abandonar sus labios, lo atrajo lentamente hacia abajo, enterrándose en su interior, siempre cálido, siempre estrecho y húmedo para él.

El omega hincó los dedos en su espalda ancha, liberando un sonido satisfecho en medio del beso. Cegado por la impaciencia, se levantó sobre sus rodillas, embistiéndose hasta el fondo.

Gimió con fuerza y su alfa le siguió de cerca, ayudándolo a crear el ritmo correcto.

En ese momento, solo eran ellos dos, atrapados en una burbuja de profundo placer, en la que arañaban cada uno de sus deseos carnales y podían dejarse arrastrar por las sensaciones; donde más que cuerpo, eran dos almas tan enlazadas que eran como una sola, y siempre sería de aquella manera.

Lo sabían.

Liam miraba a su omega, ahogándose en medio de una tormenta de placer; tan cerca, tan unido a él, y lo sabía, que aún en cien vidas más seguiría siendo enteramente suyo, que sin importar cuánto girara el mundo o lo mucho que soplara el viento, el lazo inquebrantable que los unía jamás iba a romperse.

La luna presenció cómo ambos se caían a pedazos en el enardecimiento de su liberación, y el alfa, poseído por una abrumadora vorágine de sentimientos, hundió el rostro en el cuello de su amado, hinchando los colmillos en la marca plateada que destellaba bajo la penumbra de la habitación.

Enterró sus caninos en la piel de porcelana y cerró la mandíbula con una fuerza descomunal, provocando que el omega arqueara la espalda en un alarido de dolor mientras lo azotaba el orgasmo más intenso; mientras su cuerpo entero se sacudía en un violento espasmo y el nudo de su alfa crecía en su interior.

Una lengua cálida se encargó de fregar la sangre, en busca de mermar el dolor.

Zayn permitió que lo curara, acurrucándose en  el hombro corpulento, en la espera de su recuperación. Una mano fina se paseó por las hebras castañas, peinándolas descuidadamente.

"¿Satisfecho?" susurró, recibiendo un sonido positivo por respuesta "Me cuesta creer que mi clavícula aún siga en su lugar luego de tantos años" una ligera risa vibró contra su omóplato derecho y esos ojos de bronce se posaron en los suyos.

"Eres tan dramático…"

"¿Dramático? ¡Te voy a dar un par de mordidas para que llores!"

Liam logró hacerse ganador, regalándole un pequeño beso que bastó para apaciguarlo.
"Arcángel… sé que siempre lo digo, pero gracias por darle sentido a mi vida, llegaste cuando más lo necesitaba" murmuró, regocijándose en el brillo cegador de su mirada.

El omega liberó un suspiro, paseándose momentáneamente entre sus palabras.
"Durante mucho tiempo odié a mi padre por haberme vendido cuando mi madre falleció… Pero el rencor solo se mantuvo conmigo hasta que te conocí, y poco a poco volví a sentirme completo" confesó, rodeado por un par de brazos fornidos que le brindaban seguridad; envuelto en la intimidad, arrullado por aquel aroma varonil.

"... Eres el alfa más perfecto que existe; el único alfa que me hizo sentir que valía y jamás me miró por encima del hombro… Yo no sabía lo que era amor hasta que me salvaste, Liam. Siempre estaré en deuda contigo."

El hombre se abrazó a la cintura estrecha, acariciando sus narices juntas.
"El único que morirá quedándose en deuda con el otro, soy yo. Tú me lo diste todo, mi hermoso arcángel, y nunca podré pagártelo" declaró, culminando con un beso que se mantendría fresco en sus labios eternamente, al igual que sus palabras; al igual que sus caricias… y su sempiterno amor.

My pregnant omega [ZIAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora