23. Todo ✿

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La mañana era tan brillante que en algún punto llegaba a ser cegadora, tan cálida que quemaba profundamente la piel, tan serena como el sonido de olas en una playa desolada, tan fresca como respirar aire puro en medio del bosque… 

Esa mañana, lleno de regocijo y con una tranquilidad plena cubriéndole el pecho, finalmente pudo descansar en compañía de su omega, a quien se rehusaba a apartar de su lado aunque fuese por un breve segundo. 

Lo mantuvo abrazado contra su pecho, regalándole mimos y caricias que él, al igual que siempre, recibía gustosamente. Lo llenó de su aroma, amargo y embriagante; le besó los labios y cada pequeña peca que llevaba dibujada en el rostro; lamió la marca dorada sobre su clavícula; le recordó que no lo amaba porque, más que amarlo, lo adoraba hasta el borde de la locura, hasta ser incapaz de tomar un solo respiro estando lejos de él. 

Luego de una larga madrugada, entre análisis y revisiones varias, a las exactas ocho en punto de la mañana finalmente pudo conocer a sus cachorros. 

Fue en ese instante, mientras se perdía en las gentiles pasadas que sus manos dejaban distraídamente en el cabello castaño de su alfa, quien había colocado la cabeza encima de su regazo antes de caer rendido en un profundo sueño. 

Se dedicó a apreciarlo, a disfrutar de su calor y su presencia… a reflexionar acerca de lo perfecta que era su vida, de lo suertudo que había sido tras estar a punto de palpar el manto de muerte con la yema de sus dedos. 

Se sintió tan afortunado, tan completo que cuando la puerta se abrió, dando paso a una sonriente enfermera que cargaba consigo una incubadora en la que dos diminutos bultitos se movían de manera inquieta, temió que su corazón se reventara de emoción.

Liam pareció notarlo. Despertó de repente, instintivamente guiando la vista hacia su omega, en busca de la herida más mínima. Lo único que encontró fueron las lágrimas de alegría que escaparon de esos ojos tan claros como la miel, en cuanto la amable beta colocó la incubadora junto a la camilla y permitió que tuvieran una vista clara de las adorables criaturas que lo observaban todo con fascinación.

Zayn alargó una mano hacia ellos, casi aterrado de provocarles algún daño. Sus caritas eran tan coloradas como el carmín, sus manos eran minúsculos puños que se abrían y cerraban en busca de algo que sostener, sus ojos eran tan grandes e inocentes que solo necesitó una breve mirada de ellos para dejarse ahogar por el llanto. 

Su alfa lo consoló, depositándole un beso en el pelo y corroborando en que eran un par de angelitos de luz. 

La enfermera lo ayudó a sostener al más pequeño de ellos por primera vez. Aquel tan ligero que casi no pesaba entre sus brazos; tan frágil, al igual que la mismísima seda en la que se encontraba envuelto. 

Le besó la carita de porcelana y las manos de algodón, acercando la nariz hacia el cuello menudo para impregnar un poco más de su aroma en él y transmitirle todo su calor. 

Liam lo tomó de sus brazos para que pudiera reconocer a la pequeña, quien de inmediato y como si ya lo supiera todo, le sostuvo el dedo dentro de su puño, rehusándose a soltarlo hasta recibir sus respectivos arrumacos. 

La enfermera dejó la habitación luego de pasarles varias indicaciones. Dos minutos más tarde, Karen Payne se hizo paso en el interior, mostrándoles una sonrisa sincera y tranquila. Se acercó a ellos, felicitándolos en una voz suave, netamente maternal. 

A las nueve y cinco, les llegó el aviso de que era momento de alimentar a los cachorros. 

Zayn quedó confundido, y sin poder evitarlo los nervios lo invadieron de sopetón, poniéndolo paranoico. Sin embargo, tras ceder a recibir una breve clase por parte de la única experta en la habitación, el malestar se esfumó, trayendo consigo una rebosante felicidad. 

My pregnant omega [ZIAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora