Capítulo 29

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Las palabras que tanto ansiaba escuchar. Aquello con lo que había soñado tantas veces y de tantas formas distintas, se había hecho realidad. La miro sin poder creer el significado de lo que acababa de decir.

-¿Tu...?- la miró fijamente para asegurarse de que no estaba mintiendo. Si pudiera se habría pellizcado en el brazo para comprobar que no era un sueño- ¿me amas?

Diana lo miró. Nunca pensó que lo diría. Hasta hacia poco no había creído posible que esa clase de sentimientos surgieran pero cuando lo miraba a los ojos sabia, en su interior, que era verdad. Asintió suavemente.

-No- le dijo tomando su rostro entre sus manos- necesito que lo digas. Necesito escucharlo- la miró con renovada ansiedad, esperando.

Diana guardo silencio mientras lo contemplaba. Sebastián sentía que los segundos se convertían en siglos mientras esperaba su respuesta.

-Te amo- susurro Diana en voz baja pero clara- lo se hace tiempo pero no sentía que fuera el momento adecuado para decirlo. Hasta ahora- puso sus manos en las mejillas de su marido- ya no puedo ocultarlo.

-¿Que me amas?- le preguntó Sebastián de nuevo, buscando la manera de que volviera a decir las palabras mágicas que alimentaban su alma, que hacían que su pecho ardiera.

Diana rio, dándose cuenta de sus intenciones.

-Que te amo- confirmó con una sonrisa.

-¿Y que no puedes estar sin mi?

-Y que no puedo estar sin ti.

Sebastián la abrazo con fervor, reteniéndola con fuerza contra su cuerpo. Tenia ganas de gritar y de correr y de salir al jardín de nuevo para gritarle a todos lo que estaba sucediendo, por muy insensato que pudiera resultar. De pronto, la realidad surgió antes sus ojos. Era su turno de decir la verdad. Se separó de Diana y esta lo miró en la penumbra con un brillo inconfundible en sus preciosos ojos.

-Creo que lo sabes. Lo sabes muy bien.

-¿Saber que?- comenzó a darle pequeños besos en la mejilla mientras lo acariciaba cariñosamente con la punta de la nariz.

Sebastián se separó para asegurarse de que ella lo viera cuando por fin dijera las palabras que lo cambiarían todo.

-Te amo.

Se miraron sin poder creer lo que estaba sucediendo. Diana lo atrajo de nuevo hacia ella, mientras se reía llena de felicidad.

-Nos casamos por la razones equivocadas. Y luego no enamoramos. Somos afortunados- volvió a reír- dijiste que podías hacerme cambiar de opinión y lo hiciste.

Eso fue como recibir un golpe bajo. Se sofoco ante la idea de que Diana supiera de la farsa que él y el conde habían tramado para hacer posible su unión.

-Diana, yo...-no se sentía capaz de decirle que todo ese chantaje había sido producto de su amor por ella. No lo perdonaría. No lo haría y él quedaría inevitablemente destrozado. Pero tampoco quería seguirle mintiendo. No quería pensar que la había presionado para amarlo pero así era exactamente como se sentía- yo...

-No digas nada- lo miró mientras ponía sus dedos en sus labios, haciéndolo callar- admito que el asunto del dinero no fue la mejor manera de lidiar con tu búsqueda de esposa y un heredero para tu titulo- lo miró con reproche- pero ahora solo me siento feliz. Me siento orgullosa de ser quien soy en tu vida y no lo querría de otra forma. Ahora solo puedo sentirme completa sabiendo que ambos sentimos lo mismo.

-¿Sabes que nunca te haría daño verdad?- le preguntó, sintiéndose un impostor.

-Lo se- aferró ambas manos a las solapas de su camisa. Lo atrajo a ella, besándolo- ¿podemos olvidarlo? ¿olvidar todo y comenzar a ser felices?

Sebastián pensó que no era tan difícil, más cuando lo besaba así.

-Te necesito- le dijo, haciendo que todos sus sentidos se pudieran en alerta- necesito estar cerca de ti- volvió a besarlo pero esta vez en el cuello. Le gusto comprobar que su piel se erizaba al contacto con sus labios y como su cuerpo se tensaba ante sus caricias. No sabia a ciencia cierta porque no sentía una vergüenza apabullante al decirle semejantes comentarios,  nada propios en una dama. Pero era lo que sentía, solo podía sentirse invadida por un ardiente deseo.

Sebastián no pudo seguir conteniéndose. Al parecer el deseo pesaba más que el remordimiento que había comenzado a sentir. De pronto la empujo contra la pared y cubrió sus labios con los suyos, con un gemido bajo que brotó del fondo de su garganta.

                           ***
Comenzaron a caminar por entre la hierba hasta que llegaron a los contornos del laberinto de la mansión. Ninguno de los dos se había dado cuenta de que se habían alegado de la fiesta. Estaban completamente solos.

-Debo admitir que hace mucho tiempo que no me divertía tanto- dijo Claire con una sonrisa radiante.

-Me alegro que se siente cómoda Claire- le contestó Gilbert con afecto- yo mismo debo admitir que me he divertido más de lo que pensaba.

-¿Porque lo dice?- lo miró con la ceja levemente arqueada.

-Bueno, soy una persona tranquila- se encogió de hombros- claro que me gustan las fiesta pero de manera moderada.

Claire asintió en señal de aprobación.

-Yo siento lo mismo- admitió gratamente sorprendida por otra similitud entre ambos.

Gilbert también pareció darse cuenta de esto, porque la miró de una forma diferente. Se pregunto a si mismo por enésima vez porque precisamente esa mujer tenia que estar casada.

-¿Sucede algo señor Brooks?

-No. Es solo que no puedo evitar darme cuenta que usted es una de las personas con las que mas cómodo me he sentido en los últimos años.

Claire desvió la mirada, algo azorada por la honestidad del caballero.

-Por favor, no se avergüence- le dijo Gilbert, acercándose peligrosamente a ella. Tomo lentamente su barbilla con los dedos, levantando su rostro hacia él. Se miraron por unos segundos, sin saber que decir. Sabia que se arrepentiría pero no pudo evitar acercarse más, apoyando su frente en la de ella.

-A veces siento como si nos conociéramos de toda la vida...

-Por favor Gilbert- le dijo Claire con desesperación.

-No puedo...

No supo que fuerza se apodero de él pero sin proponérselo rozo sus labios con los de ella, en un gesto suave, dulce. Ella no respondió al principio, resistiéndose a las sensaciones que le provocaban esos labios tan suaves, tan cálidos. Pero después de unos instantes le respondió tímidamente.

De pronto se escucharon risas. Alguien se aproximaba. Eso hizo que Claire volviera a la realidad. Se apartó con rapidez de Gilbert, mirándolo con los ojos vidriosos.

-Creo que será mejor que me vaya- dijo en un susurro tembloroso.

-Claire, por favor...no te vayas...yo no sabia lo que hacia...yo....- sabia que eso no era del todo cierto. Una parte de si mismo sabia perfectamente lo que estaba haciendo pero eso no fue suficiente para detenerse.

-No- lo detuvo Claire con una mano en alto cuando él intento acercarse- será mejor que no nos veamos más.

-¡Claire!- exclamó Gilbert, dolido.

-Debo irme, debo irme- repitió Claire unas cuantas veces antes de dar media vuelta y desaparecer tan pronto como había llegado ahí.

La apuesta del marquésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora