Capítulo 30

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Todo había resultado un tanto borroso hasta que habían llegado a la habitación de Sebastián. Recordaba vagamente como la había tomado en brazos al pie de la escaleras y había subido a la siguiente planta a una velocidad vertiginosa. No le había parecido cansado cuando había subido todo el tramo de escaleras, por el contrario, parecía un hombre con una misión, absolutamente decidido a llegar a la habitación. Sebastián se alegró de que la puerta estuviera abierta. Entró inmediatamente con Diana en brazos para después cerrar la puerta a sus espaldas de una patada.

No habían dejado de besarse mientras se decían palabras amorosas. Pero los comentarios de Sebastián habían dejado de ser meramente románticos para convertirse en algo más. Le había susurrado cosas que la hacían sonrojar, haciendo que su piel se sintiera caliente y necesitada.

La depositó suavemente en el colchón. Después, se irguió y la contemplo, extasiado, queriendo inundarse de su imagen. Resultaban tan erótico verla así, ansiosa en sus gestos y deseosa en su expresión. Una sonrisa traviesa asomó a su rostro.

-Podría estar así toda la noche, observándote.

Diana pareció contrariada y excitada a partes iguales por eso comentario. Sebastián no pudo evitar lanzar una risa seductora. Se subió a la cama, colándose entre sus muslos. Tuvo que removerse un par de veces, buscando la posición más cómoda, provocando una fricción tan placentera que casi resultaba dolorosa en el centro del cuerpo de Diana. Esta lanzó un gemido involuntario. Sebastián ahogo sus exclamaciones con su boca.

Permanecieron así unos minutos, completamente concentrados en enardecerse mutuamente solamente a base de besos. En cierto momento Diana lo mordió ligeramente en el labio inferior. Sebastián lanzó un gemido ronco y se separó unos centímetros para verla, con la boca enrojecida.

-¿Donde aprendiste eso?- le preguntó más excitado de lo que lo había estado en toda su vida.

Diana lo miró con confusión y sorprendida consigo misma por su forma de actuar. Pero sentía que no podía parar.

-Yo...no lo se- dijo, jadeando- no se que estoy haciendo, solo no quiero parar.

Sebastián comenzó a besarle el cuello descendiendo hasta llegar a la base, forcejeando con la tela del vestido hasta tener mejor acceso a la parte superior de su pecho, lamiendo y mordiendo su clavícula. La respiración de Diana se aceleró. Enredo sus manos en el cabello de Sebastián, jalando sin miramientos cada vez que él mordía un punto sensible en su cuello.

Sebastián comenzaba a desesperarse por la falta de contacto que el vestido causaba. Metió una mano entre las faldas, haciendo un puño de tela en su mano izquierda y comenzó a levantarle la falda, provocando que la tela quedara arrugada alrededor de la cintura de Diana. Mientras seguía dedicándole atenciones a su cuello comenzó a pasar su mano y la punta de sus dedos suavemente por el muslo que había quedado al descubierto, cubierto por la media. Diana arqueo la pierna, provocando que su entrepierna se pegará aun más a la pretina de los pantalones de Sebastián. Ambos gimieron al mismo tiempo.

-Necesitamos quitarte este vestido cariño.

Sebastián se puso de rodillas, todavía entre sus piernas y comenzó a desvestirla comenzando por los zapatos, con más prisa de la que le hubiera gustado. Se dijo a si mismo que ya tendría tiempo para verla con calma pero no justo ahora que llevaba esperando demasiado tiempo para verla.

Diana termino solamente con la camisola de fino algodón. La escasa luz se filtraba por la fina tela, dando un vistazo de lo que se ocultaba debajo. La entrepierna, a esas alturas demasiado abultada, comenzó a dolerle de la necesidad. Sin esperar más indicios que el sonrojo y los sonidos de excitación que Diana producía le tomó ambos pechos con las manos, pasando los pulgares por los pezones produciendo que estos se endurecieran considerablemente. Diana arqueó la espalda, sin saber que más hacer.

La apuesta del marquésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora