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─¿Por qué te gusta tanto el carrito de los juegos?, si sabes que nunca arrancará, ¿verdad?

─Mueve así─. Mi pequeño se quedó parado y empezó a tambalear su cuerpo de adelante hacia atrás, me acerque más, asegurándome que en una de esas no termine cayéndose por perder el equilibrio.

─Si… Supongo que solo es mi envidia por ser demasiado grande para subirme a eso.

Lolo y yo reímos ante mi último comentario, es un domingo muy tranquilo, el día anterior lo use para no pensar en nada que no sean gritos y las carcajadas llenas de alegría de Manolo cuando su carrito chocaba o explotaba, definitivamente apenas entiende, debo explicarle que ese no es el propósito del juego, pero mientras él sonría, es mi mayor logro, todo por verlo reír.

Regresábamos de hacer las compras de la semana, deje que el cargue la bolsa que traía la caja con leche chocolatada, de hecho no la quiso soltar desde que la cogió de su estante, y está bien, no pesa tanto, sin embargo la bolsa enorme en la que la habían metido, obstruía la visión de mi pequeño, así que tenía que asegurarme de ver por dónde camina para que no choque con nadie.

─¿Qué quieres comer hoy? Puedo hacer desde un estofado a…

Me fije apenas un segundo en los ingredientes que traía en mi enorme bolsa, cuando Manolo chocó con alguien y al segundo siguiente mi hijo estaba en el suelo, cayó sentado, tirando su cajita de leche, haciendo un puchero.

Lo primero que hice fue levantarlo mientras él llevaba una de sus manos a su traserito, sobándose al parecer. Gruñí; estuve a dos segundos de lanzarme sobre la otra persona por hacerle daño a mi pequeño y no disculparse, pero fue mi descuido, así que respirando hondo, subí la mirada para enfrentarme a unos penetrantes ojos marrones, que me observaba de arriba hacia abajo.

Un tipo entretenido con su celular en la mano y un portafolio en la otra. Cargue con mucho cuidado a Lolo, sosteniendo bien la bolsa con las compras, aunque la de la leche quedó en el suelo.

─Oye, lo siento, no fue su culpa, no podía ver al frente─. Hablé con todo el buen ánimo del  mundo, aunque apenas ese sujeto me barrió con la mirada, los cojones católicos que poseía en este momento se están desapareciendo lentamente.

─No importa, ¿te quitas? Ya estoy lo suficientemente cabreado con la idea de que por poco esa leche cae sobre mi traje.

─¿Qué? Te estoy diciendo que no fue su culpa, es un niño, ¿qué pasa contigo?

─¿Qué pasa conmigo? Mejor dicho, ¿Qué pasa contigo que aún no te quitas? ¿No ves que mi tiempo si vale la pena? Dedícate al mocoso y deja de ser tan descuidado.

─¡Iriota!─. Ambos volteamos hacia mi pequeño en brazos, quien lo miraba con el ceño fruncido, arrugando su barbilla y mandándole pequeños gruñidos. No pude evitar querer reír, aunque lo siguiente fue la gota que derramó el vaso.

─¿Iriota? ¿Este engendro acaba de llamarme “idiota”?

Es el colmo. No me tomo mucho el pensar que podía hacer para realmente hacerle daño a ese imbécil, cuando tomé que sus piernas estaban lo suficientemente separadas, sin más ni menos, le di una fuerte y bien dirigida patada justo en medio de estas hasta que el sujeto chillo, decidí retroceder

─Gilipollas.

Logré decirle antes que el mismo instinto me lleve a correr lo más lejos que pueda, cargando a Lolo al igual que la bolsa; mientras el tipo se encogía cubriéndose sus partes, incluso su portafolio junto al celular, cayeron al suelo, no me importo voltear después de eso.

𝒯𝒽ℯ 𝓅ℯ𝓇𝒻ℯ𝒸𝓉 ℴ𝓂ℯℊ𝒶  (editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora