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─Prometeme que no te vas a alejar mucho.

─Lo prometo.

─Por la garrita, Manolo.

Mi bebé estiró su manita y me mostró su pequeño meñique, yo estire el mío y enlace ambos antes de asentir con la cabeza, dándole permiso para que salga corriendo hacia los juegos para niños pequeños. Viernes por la tarde, tenía tiempo para salir a pasear con mi pequeño antes de volver a casa y enviarle las fotos seleccionadas al editor, él ya se encargaría de ver cuales se mandarán a la revista y si necesitaba algo más, me lo haría saber.

Hasta el momento todo marchaba de puta madre, aunque sé que éste día tomé el último supresor de los que me regaló Mónica y no cuento con el dinero para comprar más, estoy bien, fue una buena semana, quitando el hecho de que los primeros días estuve con un celo altamente insoportable, me considero lo suficientemente estable en este momento como para sobrevivir a los idiotas que seguro empezarían a molestarme el lunes por la salida en la universidad.

Sentí que alguien se sentó a mi lado y suspiré, odiaba el contacto innecesario, habiendo tantas bancas en el parque ¿qué necesidad? Yo había tomado mi último supresor, así que no es exactamente por mi olor o eso quiero pensar. Sin embargo había algo diferente, por el hecho de que estar en un espacio abierto, me es un poco difícil definirlo, pero eso no evitó que su delicioso aroma entrará en mis fosas nasales y en menos de dos segundos todo mi ser gimiera de puro gusto. Joodeer.

─¿Qué haces aquí?─. Logré decir, queriendo sonar tan amenazante como un león, aunque un gatito llorando sonaba mejor que yo. Lo observé sonreír y aparté la mirada, no iba a enamorarme de esa hermosa sonrisa o del modo como sus ojos se achinaban un poco y se le hacían arruguitas en sus ojos. Dios, Gustabo controlate coñoo.

─Oh, ¿ya no me tratas de usted? ¿Debo de sentirme mejor por qué tomas confianza?

─No, yo...─. Su tono irónico no me gusta, pero tampoco puedo decir que me disgusta, simplemente me deja sin habla y mi omega... Bueno, él ya se había colocado en cuatro en éste punto. ─¿Me estás acosando? ¿Te debo algo por salvarme ése día?

─No, al contrario─. No comprendo a que se refiere, sin embargo no me llama la atención hablar, menos cuando su rodilla tuvo contacto con la mía, enviandome una corriente de placer, que pasó tal cual una descarga por todo mi cuerpo. Quise encogerme, deseé alejarme de ese contacto, pero por el contrario ronronee a gusto, divisando aún a mi pequeño Manolo a una distancia prudente, hablando de quien sabe que con los niños pequeños que lo rodeaban.

─Conway, ¿qué...?

─Gustabo, mirame─. No tardé ni dos segundos en obedecerlo, aunque hubiera deseado lo contrario, anhelaba observar aquellos ojos que no salían de mi cabeza o esa boca que me robó el mejor beso de toda mi vida. Su piel, su rostro, de verdad estaba aquí a mi lado, sentado, rozando y frotando suavemente su rodilla con la mía. ─¿Te gustaron las flores?

─Si, gracias.

Mordí y tiré suavemente de mi labio, ¿entonces es verdad? ¿Conway me está cortejando? ¿En qué punto debía de saltar de alegría o decirle de una vez mi situación para apartarlo lo antes posible y no salir herido? Suspiré y sentí un lado de mi romperse al recordar mi situación, yo no soy material para cuento de hadas, soy Gustabo, el omega imperfecto. Observé a Lolo a la distancia, con un ligero silbido lo llamé, él ya conoce aquel suave sonido que tanto había practicado con él, así que me miró y mostró una de sus más hermosas sonrisas, corriendo hacía la banca, casi cayendo al ir tan rápido y lanzándose sobre mí, aterrizando en mi rodilla, por lo cual que separé un poco de Jack, lo suficiente para acomodarme y sentar a mi pequeño sobre mi muslo contrario.

𝒯𝒽ℯ 𝓅ℯ𝓇𝒻ℯ𝒸𝓉 ℴ𝓂ℯℊ𝒶  (editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora