Si nos citamos

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La historia de como vencieron a Diavolo le había sido contada a Jolyne varias veces y por varias personas, todas las veces decían lo mismo con ligeras variaciones  por la perspectiva de cada uno, por eso comprendió rápidamente que quería decir.

-Estaba en su cuerpo. Fue a mi a quien empalaron. Fui yo el que murió. Y sin embargo regresé a mi cuerpo mientras que Narancia no lo hacía nunca más. Jolyne, fui yo quien al quedarse mató a Narancia, aunque fuese Diavolo él asesino yo soy el culpable de su muerte.

Jolyne dejó con cuidado el retrato desenvuelto y se dirigió hacia él, no quería mirarla cuando lloraba y apartó la vista. Era una persona cabezota y resolutiva, así que sin pedir permiso se sentó sobre sus rodillas y lo acunó con fuerza. Y Giorno, lejos de escapar, lloró. Lloró por la perdida como no se había permitido, perdiéndose en el pecho de Jolyne, que le abrazaba con la misma fuerza que él lloraba, siendo su roca en el mar de tristeza. Lloró hasta que solamente espasmos ligeros salían de él y fue capaz de sentir los besos que ella depositaba en su cabeza, sin saber hacer nada más, solamente estar ahí y hacerle notar que no iba a irse. Para Giorno eso era más que suficiente, le había permitido soltar tanto dolor que pesaba en el fondo de su pecho y que nunca se iría...

No se bajó de encima para alcanzar un pañuelo, para eso su stand era bastante útil, lejos de ofrecérselo ella misma limpio con delicadeza los rastros de lágrimas de su cara.

-Si no hubieras sido tu, otro no habría podido empuñar el Réquiem -le cogió la cara con las dos manos y con infinito cariño le dio un beso en la frente- que tu vivas fue un regalo para el mundo, no una traición. 

Giorno agarró las manos de la mujer entre las suyas solamente para besarlas con devoción con un único pero prolongado beso. La miró al hacerlo y aunque se encontraba despeinada y con los ojos un brillantes por las lágrimas que acompañaban a las suyas, le parecía un ángel, una de esas estatuas que expresaban el amor de dios a los hombres. 

-Si no hubieras sido tu los otros habrían muerto. Si no hubieras sido ti, magnifico idiota, mi dorado imbécil, no habría podido conocerte. Y la idea de no hacerlo me rompe el corazón.

No necesitó ni medio suspiro más para besarla como le estaba pidiendo su alma desde hacía meses. Jolyne pareció dudar por unos instantes, aunque más que duda fue sorpresa lo que sintió, pues una vez comprendió la situación no dudo en devolverle el gesto con la misma pasión que le estaba imprimiendo él y, aunque la suma de dos factores iguales debería dar como resultado el doble, eso acabo multiplicando la pasión. Ninguno de los dos dejaba espacio a la duda con respecto a sus deseos, lo que hizo que las inhibiciones de ambos saliesen por la ventana. 

Sus cuerpos ya estaban pegados en una postura intima desde el momento del abrazo, pero lo que había sido un cobijo para sus penas ahora era pleno acceso a un cuerpo caliente que gritaba por él. Jolyne no recibía los besos pasivamente, no había movimiento no correspondido ni beso que no fuese devuelto con el mismo fervor. Sus labios chupaban, lamían y mordían la boca del rubio sin verguenza, como si fuera totalmente suyo para disponer como le placiese, y nada parecía placerle más que darle ese tratamiento que lo estaba llevando a recibir el mejor beso que creía que podía ser recibido.

Con necesidad de respirar y de seguir descubriendo los regalos que escondían sus cuerpos se rompió el beso. El tejido de los pantalones de Giorno era muy fino y suave, por lo que sentía perfectamente como las piernas desnudas de Jolyne se sobre él, incluso la ropa interior de ella era palpable. Gimió contra el cuello de ella al notar contra su pierna como las bragas de ella comenzaban a estar calando la humedad en sus pantalones. 

La ropa simplemente estorbaba. Jolyne no lo estaba diciendo con palabras, pero suponía que el tirón que le había dado a su camisa, haciendo saltar varios puntos de las costuras en el acto, era suficientemente claro. Lo que había sido una camisa de seda ahora era una elegante mariposa que huía de la habitación, total, ya estaba rota. Le vino la lucidez momentáneamente para pensar en que su primera vez con ella se merecía una cama, ya habría tiempo para usar el sofá y todos los muebles que estuvieran al alcance, pero tener a su uso una cama de tamaño king size y no usarla sería desaprovechar oportunidades. Le susurró "cama" contra el cuello y ella lo entendió a la primera, quitándose de encima de él de un salto, casi se estremeció por la perdida del calor de golpe. 

Ambos se rieron con risas ahogadas mientras se ponían de pie para ir al dormitorio. El camino no era muy largo, pero les dio tiempo a comerse a besos varias veces, en una de ellas el camisón de Jolyne se iba levantando preparado para ser olvidado en algún sitio, posiblemente en el suelo. Todo era tan real y al mismo tiempo tan perfecto que no les extrañó cuando empezó a sonar una canción. Hasta que Jolyne abrió los ojos de golpe dándose cuenta de que era su alarma.

-Joder, ¡joder! -gritó Jolyne frustrada- Tengo que irme para prepararme o no llegaré a recoger a mi madre a tiempo.

Giorno lanzó un largo suspiro ahogando la queja antes de sonreír ligeramente. La agarró para darle un afectuoso beso en los labios y apoyar su frente contra el hombro de ella.

-Ve, corre, el coche está preparado, no es el de Mista pero creo que te servirá.

-Giorno... -lo miró seria, sus labios hinchados y su sonrojo le restaban un poco de aplomo- Lo que estaba pasando... -se dio cuenta de que parecía que iba a rechazarlo y se le escapó un quejido- Quiero decir, quiero que pase, ¿tu quieres...?

Él en respuesta la volvió a besar, con suavidad, deleitándose en sus labios. Ligeramente enfriado pero usando los labios para comunicarle sin hablar otras cosas.  Un te quiero era pronunciado sin hablar en cada beso, pero la alarma no cesaba, ya habría tiempo.

-Vete, o no llegarás a tiempo y lo último que me interesa ahora es disgustar a tu madre.

Jolyne asomó la cabeza medio vestida al pasillo y al ver el camino despejado huyó hasta su propia habitación. Ya era diciembre y aun así pensó en darse una ducha fría, pero lo descartó pensando en que pillar un resfriado ahora sería una manera más de retrasar la consumación. Vestida con un jersey y pantalones vaqueros y el cabello con sus dos moños característicos pero sin trenzar, estaba lista para ir al aeropuerto. Un miembro del personal le comunicó que estaban colocando unos cuadros, pero que tenían las llaves y el coche para ella en la entrada principal.

Era un jodido Lamborghini. No le extrañaba que Giorno tuviera un Lamborghini Aventador, sabía que tenía bastantes coches. Pero no se imaginaba que tuviese uno rosa. Aunque bien pensado tampoco es que le extrañase, la verdad. Tenía la licencia para conducir desde hace poco y la verdad es que se habría conformado con un coche mucho más modesto. Se notaba al pasar dentro que aunque estuviese muy limpio, era el coche personal del Don. Pétalos de flores secas, el olor a su propietario, la música que sonó al arrancarlo y encender la radio. 

El camino hasta el aeropuerto estaba bien señalizado y parecía que el coche era bastante reconocido por todo el mundo, pues hasta los taxistas la ayudaron a aparcar en su zona diciendo que por favor, le diese sus recuerdos a Don Giovanna.

El avión a penas y vino con media hora de retraso, lo que era una gran sorpresa, a penas y le había dado tiempo a pasear aburrida por la zona de llegadas. Anne Cujoh parecía cansada, pero nada más ver a su hija una enorme sonrisa alegró su semblante. Madre e hija se abrazaron, sin parar de hablar se pasaron a recoger el equipaje e ir derechas al coche. A su madre tampoco le extrañó que Giorno tuviera un coche rosa, se ve que los días que había pasado con él no habían sido en balde. 

El bello y la bestia (Giorno x Jolyne)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora