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-Eso es. Mírate una vez más.

Parpadeo y mis pestañas suben y bajan con cierta coquetería.

Estoy parado frente al espejo de cuerpo entero que decora uno de los rincones del cuarto de Meredith. Llevamos casi dos horas y media encerrados en el, después de haber llegado de las estresantes, positivas y maravillosas compras.

Todavía me estoy preguntando el porqué accedí a vestirme en su dormitorio, como si mi arreglo personal fuese un secreto de estado. Efectivamente me pregunto eso.

-¡No quiero parecer un muñeco disfrazado de carnaval! -rechisto frunciendo la nariz, observándola a través del espejo.

-¡Calla, niñito! -me reprende -. No tienes ni idea de lo que implica una cena a la que asistirás con traje, ¿no?

Enarco una ceja y conteniendo las ganas de burlarme, pregunto -¿Matrimonio? Porque a decir verdad, de la forma en que me arreglas, es lo único que consigo pensar. Que Emilio me propondrá matrimonio y por cierto eso es algo bastante alejado de la realidad.

Ella bufa.

-¡Pero qué bruto eres a veces! -gruñe -. Un traje como este que traes puesto, implica el cuidar cada detalle. El cabello bien peinado -explica-. Los zapatos adecuados; o inclusive un perfume que vaya acorde a la ocasión. Es una cena romántica -enfatiza-. Una velada que conociendo a Emilio, hará honores a las épicas escenas de películas cliché donde se te bajan hasta los calzones.

Meredith da por terminado el trabajo y, esbozo una sonrisa. Me levanto de la banca en que permanecí sentado mientras me peinó, y al tiempo que paso mis manos por la suave tela a la altura de la cadera, mirándolo inquisitivo, curioseo -¿Cómo sabes eso?

-¡Ay, Joaquín, lo conozco! -exclama con obviedad-. ¡Como si lo hubiera parido! Es un romanticón, aunque no lo parezca.

-¡Anda dime la verdad! -insisto, dando cortos y tambaleantes pasos hacia adelante, dónde encima del tocador se encuentra el perfume con notas de orquídeas negras y vainilla, que voy a usar-. Dime, ¿a cuántos tuviste que arreglar para que Emilio llevara a cenar? -intentando ocultar la molestia que me produce sólo imaginar semejante situación, simulo diversión y añado-. Varios. Estoy seguro.

Su semblante se torna serio de pronto y acercándose a mí, me acomoda mi cabello perfectamente elaborado.

-Conmigo no tienes porqué fingir -dicta-, ni hacerte el superado, o el auto suficiente. En primer lugar, Emilio jamás, pero jamás, ha traído a un chico a esta casa. Sinceramente nunca le conocí muchacho alguno desde que se desarrolló. Siempre fue muy centrado en sus estudios. Ahora, desconozco su vida amorosa o sexual, tras su partida de Arabia.

-¡Era un Don Juan! -bufo, pulverizando mi cuello con el perfume delicioso, girando sobre mis talones-. Estoy seguro que era un Don Juan. Un mujeriego. Un idiota que se acostaba con todos.

-¡Joaquín! -exclama Meredith, sujetándome del brazo con delicadeza.

-¡Qué! -susurro.

-¡Te pones celoso por algo que tú imaginas! -declara- Y para colmo que si ocurrió, pues ocurrió en el pasado.

Levanto mi mano derecha en dirección a ella e inmediatamente se calla -Tranquila fiera; no me pongo celoso por algo que imagino, porque no lo estoy imaginando. Es obvio que Emilio era un hombre mujeriego. O por lo menos, acostumbrado a saciar sus necesidades fisiológicas en el instante que se le diera la gana.

-¡Ay no! -se lamenta, tocándose el puente de la nariz.

-¡Claro! -asevero triunfante, como un auténtico hombre desquiciado-. Vas ocho años de tu vida enamorándote platónicamente de un chico seis años menor, pero me dices entonces que pasas ocho años de tu vida sin sexo. ¡Sin sexo! -largo una carcajada y agrego-. Okey, me corrijo, tal vez no era mujeriego, pero sí un hombre que no se privó de disfrutar del sexo. ¡Es mi palabra final y estoy convencido!

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora