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EMILIO

El dolor, la rabia y la ira me están matando.
La impotencia que siento es como una puñalada directo al pecho, y la angustia oprimiéndome hasta las ideas no me deja respirar con normalidad. 

Lo vi irse... De nuevo.

A la distancia, su espalda se mezcló con la multitud y no importó cuánto gritara su nombre, porque el gitano no volteó la cabeza en ningún momento.

¿Lo perdí? ¿Acaso su frialdad para hablarme y su manera de ignorarme es un indicador de que me va a dejar?

No soporto siquiera suponer que Joaquín me va a dejar. Lo tengo metido en mi piel y no tolero la idea de una vida en la que él no forme parte.

Amo tanto a ese endemoniado hombre que por amarlo así, otra vez la cagué a lo grande. Y fue tan inmenso mi error que el miedo a perderlo me carcome, me vuelve loco, me está sacando de quicio.

Soy un idiota. Soy un jodido idiota.

¡¿Porqué no le dije la verdad cuándo me lo preguntó?!
¡¿Porqué por querer cuidarlo siempre termino lastimándolo?!
¡¿Porqué no le obligué a que me escuchara?!

A que cerrara su preciosa boca unos segundos simplemente para aliviar su pena, eliminar su incertidumbre y borrar de una vez por todas la desconfianza de su cara, con la justificación más absurda; con la explicación más tonta del mundo: que Marina está completamente desequilibrada. Que yo he hecho hasta lo imposible para alejarlo de ella y evitarle los malos ratos. Que como se lo conté una vez en Riad, tuvimos sexo apenas puse un pie en Italia y tras saber que era la prometida de mi mejor amigo lo que menos quise fue permanecer cerca de los Fioremontti.

Debí repetirle que sí he estado con otras mujeres a lo largo de éstos años. Que sí tuve mis deslices y mis aventuras pasajeras pero que eso cambió radicalmente, el día que volé a Arabia con mi pequeño de cabellos castaños tirado en los asientos, largando insultos y burlándose de mí.
Desde ese día y precisamente desde hace ocho meses, para mi piel sólo ha existido Joaquín Bondoni; porque para mi corazón y mi cerebro ha sido él desde siempre.

No quiero caerle pesado ni resultarle empalagoso, pero me reprocho el no decirle absolutamente todo lo que siento cuándo lo veo. Que su presencia llenó de luz cada rincón de mi mansión en Riad, que lo respeto como si de un dios se tratara, que nunca dejará de ser el centro de mi mundo y que amándolo como lo amo, ni siquiera se me cruzó por la cabeza buscar en Marina lo que él no estaba dispuesto a darme.
Que fueron tres meses en Arabia Saudí dónde me escapaba para desahogarme y encontrar en Eduardo, un consejo, apoyo, alguien que escuchara mis culpas, mis remordimientos, mis sentimientos, mi soledad, mis enojos y mis preocupaciones.

Ésta es la verdad que exigía el gitano.

Que Marina Fioremontti está obsesionada conmigo y con mucha saña y veneno le contó una historia que es mentira; una gran mentira.
Lamentablemente, si tenía que verle la cara no era por placer sino por mera obligación. Cada miércoles y viernes, visitaba su casa, sí, pero para hablar con mi amigo y abogado, tomar uno, dos o tres vasos de whisky y descargar mi frustración, temor y rabia, nada más.

Me recrimino a mí mismo no poder repetirle hasta el cansancio que a esa modelo la odio, como odio a Andrés; su ex novio.
Es una embustera, una avara a la que no le alcanza su fortuna y la de su familia, que ansía tener más. Es una mujerzuela y el peor error que cometí en mi juventud.
Es quién destrozó la vida de Eduardo y no conforme con eso, trató muchas veces de joder la mía. Olfateó mi estatus económico y quiso atarse a mí por el poder monetario que un empresario joven, inexperto, solo y ante todo millonario, podía brindarle.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora