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EMILIO

Estoy encima de él.

Encima de su fisonomía como si de un animal salvaje, atacando a su presa me tratara.

Intento por todos los medios quitarle el puto revólver y es entonces que el estallido me atonta. Me deja en absoluto estado de shock y a Joaquín; a mi precioso gitano, lo paraliza.

Con una lentitud desesperante y todo mi cuerpo estremeciéndose, empiezo a alejarme, al menos unos pocos centímetros.

Me cuesta enormidades respirar y los latidos cada vez más acelerados y, desenfrenados me abruman.

- ¿Joaquín? -lo llamo en un acto reflejo propio de una mente embotada. Pensando que quizá lo que veo es producto de mi imaginación; que en realidad el hombre que amo simplemente me ignorará, o me mandará a la mierda como sabe hacerlo-. Joaquín, cielo, contéstame... -pido con la voz quebrada y los ojos cristalizados-. Joaquín... Por favor.

No responde y sí, es obvio... Lo estoy perdiendo; porque me niego a reconocer que tal vez ya lo perdí y, de la peor forma.

- ¡Joaquín! -Grito, entre alaridos arropándolo, pegando su figura inmóvil a mi torso, como si eso fuese a devolverle el habla, la razón, la vida al cuerpo-. ¡Pero mi amor qué hiciste! -bramo desconcertado, meciendo su frágil fisonomía cubierta de sangre. Sangre que mancha mis manos, mi ropa, el piso, su exquisita piel desde la sien hasta el torso.

Las lágrimas que duelen; que me lastiman caen y la impotencia que siento es enorme.

La culpa que me aplasta es inmensa, porque yo lo orillé a esto.

En vez de tratarlo bien desde el principio, tiré, tiré y tiré del hilo hasta romperlo.

Y ahora...

Inhalo hondo con dificultad, paso mis dedos por su cabello ensangrentado y se lo quito de la frente. - ¡Meredith! -rujo como los pulmones me lo permiten y, las cuerdas vocales lo admiten-. ¡Meredith! -exhalo lentamente y, precavido, aprecio su rostro: antes de querer acabar con su vida, cerró los ojos. Los cerró por miedo, por dudas, porque muy en el fondo, el desea seguir viviendo y, yo haré lo imposible, de ser necesario para que sus iris marrones vuelvan a observar el mundo. Estoy seguro; me rehúso a que éste sea su final. Definitivamente me rehúso.

Los pasos acelerados de la nana generan ecos en el pasillo y, jadea cuándo frena en el umbral.

Evito mirarla; evito responder a las miles de preguntas que habrá de estar formulándose y, únicamente, con un timbre vocal sombrío ordeno -: Llama a emergencias.

- ¿Qué pasó, Emilio? -pregunta ahogada, reprimiendo sollozos-, ¿qué pasó? -repite.

Rechino los dientes y, aunque entiendo su desconcierto, su temor, la estupefacción que le embarga al ver lo mismo que yo, levanto la cabeza y la fulmino con la advertencia plasmada en la mirada. - ¡Llama a una puta ambulancia, Meredith! -Digo, adoptando la idéntica frialdad que me consumió el día en que nada pude hacer por Niurka, o la semana posterior, cuándo nada pude hacer por Juan-. ¡En el pantalón! -Exclamo, sin conseguir elaborar una oración coherente-, ¡En el bolsillo! ¡Mi teléfono!

Asiente y, logro percibir su angustia, el impacto negativo que tal escena le genera.

Se acerca hacia dónde estoy sentado, prendado de Joaquín y rodeado de trozos de vidrio; con nerviosismo tantea el bolsillo delantero del pantalón y, saca rápidamente el móvil. Noto que los dedos le tiemblan y su semblante ha palidecido varios tonos.

- ¡Apúrate! -Aúllo-. Apúrate, Mer -murmuro en un lamento.

Desbloqueando la pantalla, marca los dígitos de emergencias. Toma distancia y, balbucea lo sucedido apenas le atienden. Pide con suma urgencia una ambulancia, pues un chico de veintitantos, extranjero, sin documentación, de nombre Joaquín Bondoni Gress, ha intentado quitarse la vida.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora