Chapter six

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- No puedo creer que acepté esto - se quejó la chica subiendo dos cajas de provisiones al barco.

Sinbad no hizo caso en lo más mínimo a lo que la princesa y el dios le dijeron, entre mas le contaban más creía su curiosidad por ese lugar y su presentimiento con la chica castaña también, él sabía que Artemis no los dejaría ir solos más siendo ella experta en el tema de la mitología de los dioses.

El se sentía en el mar dando a entender que la noche estaba apuntó de caer, Sinbad había tenido que hacer algunas cosas antes de partir dejando a la esposa de Hinahoho y a sus bebés a cargo de la empresa de Sindria. Artemis no estaba del todo convencida con el viaje, ya le había advertido a todos sobre los peligros más conocido y hay más que ni ella misma conocer, pero aún así no la escucharon.

Tampoco puede dejarlos solos por allí, los hombres se dejan engañar fácilmente y además que necesitarán ayuda femenina aunque no lo admitan abierta y explícitamente.

- Mirale el lado bueno - le dijo Jafar a su lado - es una nueva aventura.

- Me parece más bien una muerte segura, ustedes no entienden el peligro de ir a Tártaros - dijo ella exasperada.

- Vamos princesa, que quejumbrosa eres - se burló el capitán.

Artemis bufó molesta y siguió subiendo cajas de comida y demás cosas al barco.

Subió una mochila con tres cambios de ropa, entre ellos una armadura por si acaso y su infaltable espada de siempre, su contenedor de metal, donde se encontraba su djinn. Media hora después, el barco zarpó siendo despedido por todos los empleados de Sinbad, la castaña por su parte estaba en su camarote con un mapa en su cama.

Muy cierto es que no hay una ruta exacta a Tártaro o como se conoce también, el Reino del caos, sólo los dioses saben cual es y para llegar allá un Dios debe marcarte el camino con las estrellas o en el agua para poder llegar.

- ¿Tienes alguna idea de como se llega a Tártaro? - preguntó Sinbad recostado en el umbral de la puerta.

- La gente muere en Tártaro - le respondió la chica sin despegar la mirada del mapa.

El capitán del navío entró sin ser invitado y cerró la puerta a sus espaldas, se acercó a Artemis con naturalidad y se sentó en una silla frente a ella.

- ¿A dónde quieres ir?

- Sería bueno ir a Siracusa. Podríamos establecer una alianza con el rey y el príncipe, son personas razonables...

- No me hagas cambiar de opinión, Artemis - sonrió Sinbad.

- Harás que nos maten - lo vio sería.

- ¿Sabes como se llega a Tártaro? - volvió a preguntar. 

- No dejaras de insistir ¿cierto?

- No - respondió rápido el marino.

- Los dioses - respondió ella a lo que él chico la vió sin entender - los dioses o un Dios debe decirte el camino y trazarlo ya sea en un mapa, el mar o el cielo.

- Bien, dile a Apolo que lo haga - le dijo él.

- No creo que Apolo nos quiera llevar a nuestra muerte - respondió parandose de la cama y rescostandose en la mesa que estaba cerca de allí.

- ¿Porque no? - preguntó Sinbad parandose de la silla y caminando hasta ella.

Simbad era un chico atractivo, de físico y cuerpo llamativos y cautivadores ojos mieles, lindos a decir verdad, cabello pecualiarmente morado y alto, más alto que ella.

- Ni lo dioses volvieron a poner un pie en Tártaro cuando desterraron a los gigantes allá - trataba a toda costa de convencerlo pero sólo parecía alimentar su curiosidad.

- Seremos los primeros en hacerlo entonces.

La princesa guerrera todo los ojos fastidiada ¿Qué acaso este hombre era tonto? O ¿le gustaba el peligro? Porque nadie en su sano juicio iría a un lugar lleno de criaturas que no conocían.

- Bien, le diré a Apolo - dijo resignada.

Sinbad se acercó hasta quedar frente a ella a una distancia considerable, el corazón de la chica dio un gran giro al tenerlo allí tan cerca de ella.

- Gracias Artemis... sé que te vas a divertir conmigo - susurró con aire provocador y sin darse cuenta, el joven ya la tenía agarrada de su cintura con ambas manos.

Un garraspeo la hizo despertar de su ensoñación, se de paro rápidamente de él algo sonrojada, Jafar los veía desde la puerta con una sonrisa pícara en su rostro y aumentando el sonrojo de ella.

- Toca antes de entrar - le regaló el capitán.

- Como sea ¿Cómo llegaremos a Tártaro? - preguntó viendo a la ojiazul.

- Cierto - dijo ella.

Salió de la habitación no sin antes tomar su contenedor de metal, seguida por los dos chicos hasta llegar a proa, invocó a su djinn quien al verla le dio una mirada severa  a su ama y tenía los brazos cruzados.

- No me veas así - le dijo ella.

- Les gustan las emociones fuertes a ustedes - comentó el Dios.

- ¿Nos guiaras? - preguntó Mystras.

Hizo unas muecas con las manos al cielo nocturno donde habían varias estrellas en ella pero sin ninguna señal de la luna.

- Sigan esa estrella hacia el horizonte - señaló una estrella que destacaba entre todas - Así llegarán a Tártaro, el Reino del caos.

- Tártaro - mencionó Sinbad - allá te veo - se burló del Dios quien desapareció malhumorado.

Artemis se fue a su camarote, no tenía nada que hacer después de todo, a Sinbad no le gustaba que tomarán el timón de su barco por ende ella no pertenecía afuera con el resto. Se acostó en su cama y se quedó dormida por quien sabe cuánto tiempo.

Cuando volvió a despertarse escuchaba ruido afuera, salió cambiada con algo más ligero para ella, veía a todos trabajar en ciertas partes del barco muy deprisa, se dio vuelta y un gran valle de rocas. En otras palabras era un cementerio de barcos el que estaba allí, se acercó a Sinbad quien estaba popa dirigiendo el timón.

- Ya has...

- Si ya lo hemos hecho antes - interrumpió a la chica.

- Pero...

- No hay otra manera y no digas más - dijo él - además... un barco no es lugar para una mujer.

Artemis se enfureció con sus palabras, muy coqueto,  muy caballero con las otras y todo pero le decía eso a ella después que gracias a ella sabían el camino al Reino del caos. El barco se adentro en el cementerio de los barcos, el lugar daba miedo, era oscuro, silencioso y el agua estaba algo calmada cosa que no le agradó a la chica para nada.

A estribor había un barco con una sirena tallada en proa, era lo único que se veía y el resto estaba destrozado, habían un sin número de navíos destruidos que eran imposibles de contar con las manos.

Tu pirata soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora