Chapter Thirteen

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Otro amanecer con un brillante sol recibiendo los buenos días de la mayoría de los aldeanos y trabajadores de Reim.

Algunos felices por un nuevo día que los dioses le permitieron tener y otros, deseando revivir los sucesos de los días anteriores sólo para tener un poco más de tiempo con aquellas personas que no son fáciles de olvidar. Era otro día de arduo trabajo para Sinbad y compañía sólo que cinco de ellos no estaban del todo bien para el día que les esperaba, ni siquiera ánimos de probar comida tenían, se la pasaban trabajando y de vez en cuando comían a penas y bebían un poco de agua.

Sinbad junto a Mystras estaban en el mercado central del imperio, según los tratando de vender pero lo cierto era que ninguno tenía buena cara para eso.

- Mira mami... mi planta no creció - se escuchó la queja de una pequeña niña al lado de su puesto.

- Vaya... es una lástima cariño, seguro la diosa de la tierra fértil está triste - comentó su madre a la pequeña.

- ¿Cómo triste? Se supone que los dioses son criaturas llenas de alegría mami ¿porque una diosa estaría triste?

- Tal vez extraña a alguien o algo así en su paraíso. Tranquila pequeña, verás como dentro de poco tu planta crecerá.

La diosa de los terrenos fértiles, la diosa Artemisa, mejor conocida como Artemis en Sindria y para Mystras, Vittel, Jafar e Hinahoho era la novia de Sinbad, este último suspiro con pesar al escuchar la conversación de madre e hija. Pues ellos más que nadie habían tenido el honor de conocer a cuatro de los doce dioses principales del Olimpo y uno de ellos era especial para aquellos jóvenes.

...

- ¿Dónde está Artemisa? - preguntó Zeus a su hijo Apolo.

- En el bosque, siempre se va allá después de llevar la noche a la mitad del mundo - le respondió el mellizo de la joven diosa.

Sin más que decir Apolo siguió su camino y Zeus se fue al bosque a buscar a su hija, la busco en la entrada, en el corazón del bosque y nada hasta que recordó que más joven iba al lado oeste, donde había un hermoso lago y la luz de la luna entraba directamente en cierto punto aclarando el agua y las luciérnagas iluminaban la preciosa noche.

Estando en el Olimpo, los dioses de la naturaleza, del día, noche, estuvieran donde estuvieran el tiempo cambiaban si el dios estaban en un lugar en sin especial. Zeus fue directo a dicho lugar encontrándose con la diosa de la noche quien estaba rodeada de ciervos y varias mariposas, y aunque fuera de noche se veía perfectamente todo.

- Aquí estas - habló el dios barbon con su típica voz grave.

- Hola - sonrió rápido ella para luego volver su vista al claro.

- ¿Qué haces aquí?

- No puedo descuidar mi bosque - dijo con simpleza.

- No has ido a la tierra - hablo luego de un rato el dios del rayo.

Desde que se despidió de los chicos no había vuelto a ir a la tierra y ya no le gustaba ser llamada por Artemisa, le gustaba más el Artemis así como sus amigos la llamaban, así como él le decía algunas veces.

- No he... tenido tiempo - mintió.

- Bueno, cuando puedes ve... las cosechas se han atrasado un poco, los terrenos han estado infertiles - informó Zeus para después irse dejando sola a la castaña.

Ella se pienso un poco mientras acariciaba la cabeza de un ciervo macho  tocaba delicadamente sus cuernos... estaba vestida con un tono vestido de seda y una gema azul marino como collar, más su arco y flechas que la representaban, siempre con ella.

- Terrenos infertiles - susurró - Tal vez una visita nocturno no sea malo.

...

La noche cayó y con ello las bella estrellas blancas adornando el precioso cielo. Las parejas enamoradas siempre se acostaba en el bosque a admirar lo bello que era el paisaje, una estrella fugaz pasó a la vista de todos y los pocos que la vieron pidieron un deseo esperando que se cumpliera.

Esa noche, la diosa de los terrenos fértiles visitaba cada cosecha del imperio Reim, le preocupaba que no crecieran las palabras ya que la mayoría de personas vivían de eso, la cosecha, sentaban y vendían las frutas, verduras y legumbres de sus tierras y ella había sido desinteresada con eso.

Cuando terminó emprendió vuelo al cielo pero paró de repente al sentir una mirada, ella en forma de estrella no llamaba la atención y sabía que varios la veían pero una mirada en especial fue la que sintió, aquella mirada que había sentido antes.

Era él. No había duda, era Sinbad él marino, se volteó viéndolo fijamente, estaba afuera en el balcón de su habitación, su torso estaba desnudo y traía puesto unos pantalones flojos blancos, estaba descalzo y la única luz que lo alumbraba era la de su habitación.

Bajo hasta estar frente a él y lo admiro mejor, su rostro pálido por la falta de suelo, ojos triste y rojos a causa del llanto y estaba perdiendo peso, no tanto pero se notaba de cerca. Levanto su mano queriendo tocarlo y se detuvo bruscamente cuando el levanto la vista hacia ella, su corazón se detuvo un microsegundo al ver lo hermoso de sus ojos, antes tenían un lindo brillo y ahora estaban opacos y sin vida.

- Artemis... - dijo él en voz baja.

Ella abrió los ojos sorprendida ¿la abra visto? Imposible, ella era invisible para los mortales en ese momento y sólo la veían como una estrella fugaz cuando bajaba del Olimpo a la tierra.

- Te extraño tanto... - continuó hablando mirando en dirección a ella - extraño tu risa... tu voz... tu lindo rostro, extraño pelear contigo, hacerte enfadar - se rió y ella igual pero en voz baja - No tienes idea de cuanto te extrañamos aquí, Rurumu quiere conocerte y le mentimos diciendo que estabas de viaje como a todos aquí. Incluso tu hermana a preguntado por ti en cartas y siempre responde Rurumu diciéndole que estas de viaje y al parecer a ella ha no le extraña.

No tenía porque, ella siempre se iba de viaje a entrenar, la mayoría de veces se iba sin siquiera avisarle a nadie, así que ¿porque me importaría?

- Artemis... vuelve a mi - suplico derramando una lágrima - Te amo, más que nada y no importa que seas una diosa... siempre te amaré lo juro - y con esas palabras se fue a su habitación.

Artemis subió al Olimpo con el corazón echo añicos. Esas palabras le habían roto el corazón más de lo que ya estaba, Sinbad la amaba, lo había dicho frente a ella fuerte y claro, se adentró en lo más profundo del bosque donde cayó después de correr mucho, la noche era testigo de sus llanto de dolor, quería tanto una vida humana, una vida normal, enamorarse, casarse y tener hijos.

Pero no... No podía, era la maldita diosa de la castidad, de la virginidad y no se le permitía mantener relaciones sexuales con nadie por respeto a su don y bendición, pero ella no quería ese don.

Ella quería a Sinbad, lo quería más que a nada en el mundo.



Tu pirata soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora