Capítulo 44. Presas

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—Esto te va a doler— la voz de Orkias sonaba a preocupación, pero era todo lo que podía distinguir.

Sabia que Iracema estaba aquí, porque la siento, la huelo, la escucho, así como a Atria quien seguro está buscando algo en los cajones.

De la nada siento un piquete en el brazo, y el cuerpo comenzó a arderme.

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo?—Pregunta Atria quién creo pasa a  Orkias algo, porque escucho el frasco chocar contra los anillos de mi maestro.

—Sí, Solei me dejó en claro que es alérgico a la apitoxina.

—¿Por qué le inyectas algo a lo que es alérgico?—la voz de Iracema sonaba preocupada, y la verdad es que ahora también me estoy preocupando yo.

Porque mi cuerpo comienza a sacudirse, mi pecho me aprieta, el aire no ingresa a mis pulmones.

Intento por todos los medios meter aire, pero no puedo, sólo escucho el chillido de mis esfuerzo.

—¡Por Dios! ¡Luriel! ¡Luriel!—La voz de Iracema me llega llena de desesperación, y eso me mortifica aún más—¡Orkias, haz algo, por favor, Orkias!—Iracema ya estaba llorando mientras suplicaba.

—¡Ahora!—La voz de Orkias ordena, y de nuevo siento un piquete, pero esta vez en el cuello—Sujetala, que no haga una tontería.

Por un momento el silencio se hizo en mis oidos, mi alma parecía salirse de mi cuerpo, es más, estoy seguro que estoy fuera de él.

Estaba levitando, cual espíritu, y vi a Iracema en los brazos de Atria, ella parecía estar gritando y llorando desgarradoramente, mientras Orkias, sólo bebía de su taza de té.

Mi cuerpo, o mi ente giraba en el aire, me estaba acercando al techo, cuando el canto de una joven me sobresaltó.

—Bienvenido Cairo— mi cabeza colgaba al igual que mi cuerpo, por lo que veía a la joven invertida—. Te presento al mundo de los espíritus...

La rubia, hermosa por cierto, tenia un ojo gris, y el otro marrón, era tremendamente hermosa, incluso, con aquellas imperfecciones que rodeaban a su ojo gris, como si fueran cicatrices.

—¿Me vas a llevar al Tapekué?

—¡Ja! No, al contrario, te voy a devolver al mundo de los vivos... esto debía pasar en algún momento... pensé que seria en una batalla sangrienta, pero, nop. Aquí estamos... en fin, tampoco es que no sea peligroso que los avispones asesinos estén tras ustedes.

Mi cuerpo gira, e intento colocarme recto, como ella esta, pero creo que no tengo el suficiente manejo de mi ente, porque parece que sólo aleteo en el aire.

—¿Los qué?—Pregunto rendido, dejando que mi cuerpo haga lo que se le antoje al final.

— Los avispones asesinos... ayyy los mata abejas, es así como los conocen...

—¡Ah! ¿Es ese sacerdote no?

—Sí, y una mujer... que anda merodeando por allí, cuando te vuelvas a cruzar con ella te la mostraré.

—¿Cómo?

—Ahhh a partir de ahora voy a ser tu guarda espaldas...

—¡Ay no! ¿Ya no tendré privacidad?

—Nunca la tuviste... pero, más allá de eso, a partir de ahora, ya no tendrás en privilegio de la paz, Luriel, tuviste suerte de no desvanecerse ante ellos, si eso hubiera pasado... ya estarías muerto, agradece a la joven Guerrera.

>>Pero como decía, a partir de ahora... tus peleas serán tantas que ya no va a importar... ¡Puedes dejar de aletear!

—¿Por qué no tengo control?

El internado de La colmena [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora