Capítulo 11.

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[Capítulo corto
pero intenso.]

—¡Ya estoy en casa! —grité alertando al resto, pues estaba en el gimnasio hasta hace media hora.

—Bienvenida —Jisoo fue la primera en hablar, levantando la mirada del libro que estaba leyendo para saludarme—, Lisa llegará enseguida, ¿porqué no vas a darte una ducha?

Asentí dispuesta a subir las escaleras, pero el estruendo de la puerta principal azotarse con fuerza me alertó.

—¡Vaya mierda! —vociferó la maknae frustrada.

Me acerqué a ella rápidamente para tomarla por el brazo.

—Lisa, ¿qué ha...

—Ahora no, ____. —susurró entre dientes zafándose de mi agarre con fuerza.

Fruncí el ceño, ¿qué demonios le pasaba? Sin esperar una respuesta de mi mente me acerqué de nuevo a pasos rápidos y un vez más la detuve—. Lisa, enserio, ¿qué ocurre?

—¡Por Dios déjame en paz! —estalló moviendo su brazo una vez más para zafarse— ¡Vete a molestar a otra persona, lárgate de mi vista joder!

Un nudo que hacía tiempo que no estaba apareció en mi garganta dificultándome el habla. Tragué saliva pesadamente sintiendo mis ojos arder y las lágrimas luchando en vano por no caer. Mis labios temblaban y un sollozo incontrolable surgía de ellos. De todas las personas que conozco, ella era la última que me esperaba que dijera eso. Las lágrimas gruesas caían abiertamente por mí rostro, pero las quité con rudeza. Apreté los labios antes de huir fuera de la casa. Porque lo sabía. Sabía que era una cobarde, y que no iba a poder mirarle a la cara.

Notaba cómo alguien me seguía, pero no podrían alcanzarme, lo sabía. Me escabullí de cualquiera que pretendiera atraparme y estuve escondida un rato, intentando analizar lo que acababa de ocurrir. Mi corazón latía desenfrenado, incluso me dolía el pecho, aunque no sabía aseverar si fue por la repentina carrera que acababa de hacer, o por las palabras de la tailandesa. Tal vez por ambas. Solté un grito al cielo de frustración. Me había dolido mil demonios su comportamiento.

Empezaba a hacer frío. Saqué mi móvil del bolsillo trasero de mi pantalón. Marcaba las ocho de la noche. No volvería. El problema sería dónde me quedaba. Como si se tratara de un destello, la casa de Lisa vino a mi mente. Me acordaba de dónde dejaba las llaves de respuesto. Sin muchas más opciones, pues la casa de Min estaba muy lejos y Kai siempre traía a más chicas, decidí encaminarme hacia allí.

Con frío y tiritando, arrastré los pies hasta aquél lugar que por suerte recordaba. A mitad camino el tiempo empeoró, y una fuerte lluvia vino de la nada. Me tocó correr desesperadamente hasta la casa de Lisa. Empapada busqué entre las macetas la llave hasta que la enconté. La metí en la cerradura y me adentré en la casa calada. Estaba helada, se notaba que ella no solía frecuentar por aquí, pero estaba increíblemente limpia.

Lo primero que hice fue ir hasta su habitación y tomar un par de prendas suyas para darme una ducha caliente. Allí lloré todavía más. Me desahogué, maldecí y le grité a la nada. Sequé mi pelo como pude y lo desenrredé despacio mientras no dejaba de sollozar.

¿Hace cuánto que no me sentía tan débil? Llevé la camiseta a mí nariz y aspiré lentamente. Mierda, mierda, y más mierda. Huele a ella. Todo el ambiente huele a ella.

Obviamente idiota, estás en su casa.

Rebusqué entre los armarios hasta conseguir una manta y me eché en el sofá sin ganas de nada. Mi móvil no dejaba de vibrar. Lo encendí para revisar mensajes sin entrar en el chat.

𝐄𝐍𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀𝐃𝐀. || Lisa y tú. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora