CAPITULO XIII -Una gota de esperanza-

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Era de noche, no sabría muy bien en qué momento me encontraba, terminaba de despertar después de un terrible fiebre. Sentía frio, provenía del oscuro pasillo que conectaba a mi habitación. La puerta aún seguía abierta y podía observar al cuerpo oscuro que reposaba en la cama del pequeño Jobs, Oliver aún seguía allí.

Quise llorar en ese momento, odiaba verlo en tal situación y todo por mi culpa. Él era un chico precioso, se preocupó por mí desde siempre.

Extrañaba los buenos momentos que pasamos juntos, pero más lo extraña a él. Fueron rápidos e intensos, ¿Pero el amor no es así?

Cerré los ojos, lloré, quería estar junto a él. Fuéramos lo que fuéramos, solo quería que él estuviera bien.

Inmediatamente puse un pie en la alfombra de mi recamara, se sentía fría pero no le di importancia. Al poco tiempo otro pie se movió de entre las sabanas y en cuestión de segundos yo estaba de pie entre tanta oscuridad.

Cada paso quemaba mi pecho, pero sabía que era lo correcto, me tambalee como si hubiera bebido a lo largo de tres largos días, parecía una borracha. Intenté reposar un instante colocando mi mano en una de mis verdes paredes y allí, justamente allí, fue donde vi que todo se había convertido en un desastre.

En la pared había colgado un pequeño espejo que tenía desde pequeña, las esquinas se habían llenado del musgo que hace un día había expulsado de mi interior. Pero no fue eso lo que me sorprendió, la verdadera sorpresa fue lo demacrado que tenía mi rostro. Me veía cansada, agotada, las ojeras se marcaban de manera espantosa sobre mi rostro, mi cara era prácticamente una calavera y mi cabello que normalmente era un castaño liso, ahora era una maraña de paja, semejante al nido de las aves.

Intenté apartar la mirada del espejo, pero durante unos instantes no pude, era yo quien se reflejaba en él. Bajé la vista un segundo, tenía puesta la ropa se solía utilizar para dormir en los días de mucho calor, pero mi cuerpo no era el mismo de siempre, era un saco de huesos y piel pálido, apenas si me podía mantener de pie.

Intenté separar esos pensamientos de mi mente y poder continuar con mi travesía. Me arrastré por las paredes hacia Oliver, pase por el aún más oscuro pasillo, donde una oleada de frío viento penetró mis huesos, para así poder llegar finalmente al marco de la puerta de la otra habitación.

Dude un segundo si debía pasar, no quería ver lo que sabría que vería. Oliver estaba justo frente a mí, escuchaba pequeños quejidos provenientes de él. Me aterre por un segundo, pero sabía bien lo que tenía que hacer, di unos pocos pasos lentos en su dirección.

Estaba bañado en sudor, su cara expresaba dolor. No quise continuar, me quede paralizada, lo que tenía frente a mí me aterraba, en cuestión de segundos podía perder al chico que tanto amaba.

Otro susurro salió de su boca, pero al intentar escucharlo y acercarme lentamente, Oliver empezó a dar grandes saltos involuntarios en la cama, estaba convulsionando.

Corrí rápidamente hacia su torso, gritaba su nombre desesperadamente mientras lo abrasaba. Nada de lo que hacía ayudaba. Las lágrimas empezaban a brotar de mí y gritos de espanto llenaron el interior de la habitación y sucesivamente la casa. Me aparté rápidamente de él gritando por ayuda, no podía creer lo que veía, no podía hacer nada para ayudarlo.

Me tambalee hacia el pasillo y mientras aun me encontraba en el marco de la puerta, pude escuchar como mi madre encendía las luces al salir de su habitación.

El mundo se volvía simplemente neblina a mi alrededor y todo se convertía en sombras nuevamente. Lo último que pude ver fue a mi madre correr hacia mi mientras se agachaba, y mientras gritaba por ayuda, levantaba mi frio cuerpo del suelo.

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