Capítulo XLII -Oxígeno en el fuego-

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De nuevo en Portland, nos habíamos refugiado nuevamente durante un par de horas en la base secreta que había escondida en aquella ciudadela. El recorrido a tan tempranas horas de la madrugada nos permitió deleitarnos con un sol que empezaba a asomarse y cubrir a la humanidad de su tan esperado calor. Aspiré fuerte mis últimos instantes de libertad y abordé el avión, nuestro destino ahora era Chicago.

Había pensado que durante las cuatro horas de viaje lo mejor que podría llegar a hacer era obtener la mayor información sobre a qué nos enfrentaríamos, así que ataqué a Ruth sentándome a su lado, ella era una presa fácil del cotilleo.

-¿Qué tal va el pequeño Oliver dentro de ti? –Buena forma de romper el hielo, amiga.

-Si quitas los mareos, que odio todo y que aunque tenga hambre vomito lo que sea, todo está de maravilla.

-¿Te he dicho de las arrugas que se te marcan en el rostro cuando eres sarcástica? –Su dedo rápidamente señalaba cada poro de mi rostro.

Típicas peleas de amigas, pero ambas sabíamos que nada se podía tomar en serio.

-Se siente vacío el avión –Le dije, el frio que repentinamente sentía lo intenté cubrir con mis manos.

-Eso es porque no se encuentra Oliver, querida. Seguramente extrañas que el chico te mire una y otra vez, esperando que ni una mosca se te acerque.

-No digas eso, sabes que no es solo su culpa que tenga ese comportamiento. Ambos cometimos el error.

-¡Ha! –Rió- Kel, ¿De verdad crees que él se comporta así desde que quedaste embarazada de él? –Yo asentí- Pues estas muy mal amiga, el chico lo hizo cuando viajamos a Tokio y un millón de veces antes de eso. Solo imagina lo mucho que te ama que hasta evadió el golpe, que definitivamente, estaba destinado a tu rostro.

-¿Tú crees? –Acaso había alguna esperanza.

-Kel, solo hay que estar ciega para no verlo.

En ese instante me sentí la persona más ciega sobre la tierra.

El buen piloto de Rick anunciaba por los parlantes que todo estaba listo y que pronto el vuelo daría inicio, nos pidió que nos sentáramos y nos abrocháramos el cinturón. Los siete obedecimos al capitán.

Ya en el aire, la turbulencia hacia que dentro de mí sintiera golpes desgarradores, intenté hacer presión con mis manos, pero aun así no podía soportarlo. Bastó que el avión estuviera totalmente estabilizado para que yo pudiera regresar a mi estado natural.

-Que susto me diste, Kel. Incluso tus ojos brillaron como dos soles.

-¿Qué ha sido eso? –Pregunté asustada.

-Los dioses han empezado a deliberar –La maestra respondió al otro lado del pasillo.

-Pues a buena hora deciden hacerlo –Aunque mis palabras fueran duras, por dentro le pedía una y otra vez a Flora para que me pudiera sacar de todo aquel problema- ¿Alguna noticia de Cronos?

-Ninguna querida, como juez designado esperamos su veredicto.

Maldije al infeliz, no entendía por qué no hacia su trabajo un poco más rápido.

-Ruth, ya que estamos aquí encerradas las dos por lo que sea que dure este viaje –Ahora la miraba seriamente-. ¿A que nos enfrentamos?

-Sabes bien que desde un inicio no debiste estar aquí, más aun es tu estado.

La rubia dejaba los audífonos de su iPod a un lado y centraba toda su atención en mí.

-Lo sé, solo quiero saber, únicamente por si me toca actuar.

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