CAPITULO XVI -Protección-

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La lluvia no cesaba y el frio era prácticamente imposible de soportar. Sin mediar ninguna palabra sabíamos que lo mejor era entrar a la casa y acobijarnos frente al cálido fuego de la chimenea.

La sensación era muy confortable, recuerdos de mi niñez brotaban a medida que la maestra nos llamaba para que comiéramos los alimentos que ella misma había preparado –No entiendo el motivo científico, pero es impresionante como la cocina de cualquier abuela siempre será la mejor-. Nos sentamos las tres en la mesa de madera del comedor, el pollo relleno que teníamos frente a nosotras se veía delicioso, que más se podría esperar después de un arduo día de trabajo y entrenamiento.

De conversación poco hubo, nuestras bocas no se podían dar el lujo de desperdiciar un segundo sin dejar de alimentarnos, era un festín para tres luchadoras.

-Buen trabajo el que están haciendo –Dijo la maestra a la vez que cortaba el silencio.

-No creo que sea de esa manera –Respondí pesimista.

-No digas eso Kel, de verdad lo estás logrando –La rubia siempre dándome ánimos.

-Entonces, ¿Por qué no he logrado nada aun?

-Ahí es donde influyen los sentimientos niña mía, es la razón de ser de nuestra existencia y nuestro motor de arranque.

-¿Insinúa que no tengo sentimientos?

-Nada de eso niña, todo lo contrario –Tomó un pequeño sorbo de té-. Tú sientes demasiadas cosas, pero no te canalizas aun en el correcto para activar el detonador.

-¿Y qué sentimiento debe ser ese?

-De saberlo, créeme que no estaríamos en este lugar.

Un silencio barrió el comedor en aquel momento, fui una insolente en todo sentido.

-Lo lamento mucho maestra –Mi rostro se hundía entre mis manos.

-No tienes que disculparte por nada Kel, todo es muy entendible -Se levantó de su asiento-. Ya que han terminado de comer, tomen un baño y descansen, se lo han ganado.

Ninguna dijo una palabra más, no queríamos arruinar aquel momento y convertirlo en algo peor. Aparte, ¿A quién realmente le gusta lavar trastes?

Ruth y yo subimos las escaleras hacia la habitación que compartíamos en total silencio, decidimos que ella sería la primera en tomar la ducha que tanto deseábamos y que luego yo sería la afortunada. Habían muchas cosas de las que deseábamos hablar.

La rubia entró al baño, la toalla cubría perfectamente cada centímetro de sus caderas, fuertemente aferrada en su busto. Yo pude observar aquel espectáculo al mismo tiempo que tomaba un viejo libro que la maestra me había prestado para leer –Creía que de esta manera podría inspirarme para mejorar en mis prácticas.

La lluvia retumbaba en las ventanas, por un instante creí que era el día del juicio y todos terminaríamos ahogados. Me senté cómodamente en una esquina del marco de la ventana, a diferencia de la oscuridad que había en el exterior, la luz de la habitación era perfecta para poder ver aquellas poderosas páginas de "La Sal de la Vida", una obra maestra de la escritora Anna Gavalda.

Ya me quedaba poco para terminarlo, mi alma se sentía un poco más liberada. Cada libro es un universo único de experiencias, y yo estaré allí dispuesta siempre para poder entrar en ellos. Con el tiempo he aprendido que siempre hay algo que aprender en unas cuantas páginas que reflejan el alma de un escritor.

Todo estaba en total tranquilidad, el agua de la regadera sonaba fuertemente, por debajo de la puerta del baño podía notar como salía vapor –A Ruth siempre le gusto el agua muy caliente-. De pronto el teléfono sonó, el sonido fue sorpresivo, no teníamos cobertura en aquel lugar tan remoto. Me levante rápidamente de mi lugar de confort y busque desesperada el sonido.

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