capítulo 4

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—¡Oye! Disminuye la velocidad, Moroha. Mi pequeña bailarina pasa volando junto a mí en la cocina, dando un salto, la atrapo y la recojo en mis brazos. Envuelve sus minúsculas piernas alrededor de mi cintura.
—Mami. —Me frunce el ceño desaprobadoramente y ese lindo hoyuelo aparece entre sus hermosas cejas—. Estaba platicando mis saltos.
—Sé lo que estabas haciendo, Moroha bebé, y es bueno practicar. —Le pellizco la nariz con mi pulgar e índice—. Pero la cocina no es el lugar para hacerlo. Y tienes clase de ballet en treinta minutos, por lo que allí practicarás mucho. —Necesitamos un estudio de baile aquí, para que pueda platicar todo el tiempo. Le sonrío. —Ya, ¿no sería increíble?
—¿Podemos tener uno? Su rostro se ilumina y me río.
—No, Moroha. Tal vez si viviéramos en una mansión, pero aquí en casa de abuela Kaede, no. Se retuerce en mis brazos, girando su cara hacia tía Kaede que está parada junto a la encimera, preparando café.
—Abuela Kaede, ¿puedo tener un estudio de danza aquí, pol favol? Se acerca y la toma de mis brazos. moroha se envuelve a su alrededor como una manta. —Pol favol, abuela Kaede. Lealmente, lealmente quiero uno. —Le coloca sus manos en las mejillas y le da ojos de gacela. Tiene los ojos de Inuyasha. Grandes, azules y difícil de rechazar.
—Por supuesto que puedes. —Tía Kaede se desarma como un mazo de cartas.
—¡Hurra! —grita, y gimo—. ¡Abuela kaede, eres la mejol! —Le da un beso en la mejilla. Luego se desliza fuera de sus brazos y sale corriendo de la cocina.
—¡Deja de correr! ¡Y no te despeines o ensucies la ropa! Y trae tus zapatillas de ballet de tu habitación. ¡Nos iremos pronto! —grito.
—Sabes que esa niña no está escuchando ni una palabra de lo que dices, ¿verdad? —Tía kaede se ríe.
—Sip. Porque alguien le acaba de prometer un estudio de danza en la casa. —Le doy una mirada mordaz y se vuelve a reír.
—Es imposible decirle que no. Especialmente cuando está vestida tiernamente en su ropa de ballet. Me recuerda a ti a esa edad. Supongo que tendré que convertir el comedor en un estudio de danza para ella. Suelto una carcajada.
—Sí, y vamos a comer en la sala de estar, balanceando la cena en nuestras rodillas. ¿Por qué te cuesta tanto decirle que no? Nunca tuviste ningún problema para decírmelo cuando era niña. Me sirve un café y me entrega la taza. La agarro.
—Porque eras mi hija, Kagome. Es más fácil decirle que no a tu propia hija. Los nietos, imposible. Mi corazón siempre se hincha cuando dice ese tipo de cosas. Y me siento emocional después de los eventos de la noche anterior, así que pongo mi café sobre la encimera y envuelvo mis brazos a su alrededor.
—Te amo —digo. Presiona un beso en mi sien.
—También te amo, niña. Cuando retrocedo, me toma la cara con sus manos y me mira a los ojos. —¿Todo está bien? Me muerdo el labio y sacudo la cabeza.
—Vi a Inuyasha anoche —digo en voz baja—. Estaba en el club. Una multitud de emociones destellan a través de sus ojos. La ira es la principal.
—Es por eso que volviste a casa temprano.
—¿Te desperté cuando entré?
—Estaba leyendo en la cama. Nunca duermo hasta que estás en casa. Ya lo deberías saber. Toco su mano con la mía. Entonces, me alejo, tomo mi café y bebo un sorbo. —¿Te habló? Asiento. —¿Qué dijo?
—Me preguntó qué estaba haciendo ahí. Frunce el ceño.
—¿En el club?
—Sí.
—¿Y qué le dijiste?
—Dije que estaba trabajando.
—¿Preguntó por…? —Señala con la cabeza en dirección a la puerta por donde Moroha acaba de desaparecer hace unos minutos. Suspiro pesadamente y bajo mi taza.
—No. Sus ojos se vuelven llamaradas y sus fosas nasales se ensanchan.
—¡Ese hijo… de… uta… idiota! —susurra ferozmente. Aquí somos una zona libre de maldiciones. Moroha tiene los oídos de un murciélago y la caja de voz de un loro. Escucha y repite todo. Y me refiero a todo.
—No estoy sorprendida, tía kaede. Tú tampoco deberías estarlo. Dejó sus sentimientos perfectamente claros hace cinco años.
—Lo sé, pero aun así… —Aprieta los dientes. Su mandíbula se flexiona con furia.
—No importa. Él no importa.
—No, no importa. Tú y Moroha lo han hecho bien sin él —agrega.
—Sí —coincido. Pero Moroha no debería haber tenido que hacerlo, agrego silenciosamente. Coloca un poco de pan en la tostadora. —¿Puedes poner una rebanada para mí? Voy a juntar sus zapatos de ballet y alistarla para irnos.
—Seguro. Me detengo en la puerta de la cocina.
—¿Quieres salir a cenar esta noche? —pregunto—. Tú, Moroha y yo. ¿Noche de chicas? —¿No irás a trabajar en el club? —No. Creo que voy a renunciar. Solo en caso de que… ya sabes. Su rostro se suaviza.
—Lo sé. Y me encantaría salir a cenar con mis chicas. ¿Dónde estabas pensando?
—¿DiMaggio? —sugiero.
—La comida italiana siempre es buena. —Sonríe.
—Oh, y necesito pedirte un favor. ¿Podrías cuidar a Moroha por algunas horas el miércoles a la noche?
—Seguro. No hay problema. ¿Verás a koga?
—Ajá. —Mis mejillas se sonrojan un poco. Sabe de mi arreglo con koga. No juzga. Probablemente porque vio lo que pasé con Inuyasha. Eso, y que nunca ha tenido una relación seria en su vida. Casada con el trabajo, siempre me dice.
—No me iré hasta que ella esté en la cama.
—kag, deberías salir. Y no solo para una revolcada con koga.
—Por favor, nunca vuelvas a decir eso —gimo, dándome una palmada en la cara. Se ríe.
—Sal y diviértete. Haz que koga te lleve a cenar o tomar algo. De acuerdo, me retracto. Ella nunca solía intervenir. Me pregunto si haber visto a Inuyasha la noche anterior ha provocado esto.
—No hacemos eso —digo—. Y salgo suficiente. Se gira, enfrentándome, y apoya la cadera contra la encimera. 
—Deberían hacerlo. A koga le gustas. Mucho. Me doy cuenta. Siempre me pregunta por ti. Es un buen chico, kag. Te cuidará. —Quieres decir que no es Inuyasha.
—No, no lo es. Necesitas comenzar a vivir tu vida, kagome.
—La estoy viviendo. —Me cruzo de brazos a la defensiva.
—Tu vida se centra en Moroha. Y eso es genial. Así debe ser. Eres una madre increíble. Pero no haces nada por ti. No sales. No tienes citas. Y sé que es por lo que te hizo él.
—Tú no te has comprometido con un hombre —interrumpo—. Nunca tuviste un hombre en tu vida mientras yo crecía. Y aún no lo tienes. Suspira y se pasa una mano por su cabello largo y oscuro.
—Pero eso no es por algo que alguien me hizo. Me casé con mi trabajo en el momento en que me convertí en policía. Y cuando viniste conmigo… me necesitabas. La vida que tuviste con tu madre… Dios, amaba a mi hermana, kagome. Y no quiero hablar mal de ella, pero no hizo las cosas bien contigo. Era una adicta. Te mudaba todo el tiempo. Dejaba entrar y salir a diferentes hombres de su vida. La intenté ayudar, hacer que se pusiera sobria, pero no escuchaba. Luchó contra mí en cada paso. Ya era muy tarde para ayudarla. Pero a ti no. Y honestamente, de todos modos, iba a ir tras tu custodia si ella no hubiera muerto. Inhalo audiblemente.
—Nunca me dijiste eso. Levanta un hombro.
—Te amaba. Y quería que estuvieras a salvo. Necesitabas seguridad y estabilidad, Kagome. Estoy casada con la insignia. En ese entonces, tenía espacio para una sola persona en mi vida, y eras tú. Me dan ganas de lloriquear. Normalmente no soy tan emocional, pero verlo a Inuyasha anoche realmente me ha desviado del camino. Tía kaede se me acerca, se detiene frente a mí y agarra mi largo cabello, alisándolo sobre mis hombros. —Solo quiero que tengas algo para ti —dice.
—Bailo —digo suavemente.
—En el club, lo cual es trabajo. Solo quiero que salgas esta vez, te sueltes el cabello y te diviertas.
—De acuerdo —concedo—. Iré a tomar algo con koga. ¿Feliz? Sonríe triunfantemente.
—Sip. Ruedo mis ojos justo cuando suena el timbre.
—Iré a atender —le digo. Después de salir de su abrazo, me detengo y la miro. —Sé que no te llamo mamá, pero pienso en ti como mi madre. Lo sabes, ¿verdad? Su expresión se vuelve tierna.
—Lo sé. El timbre vuelve a sonar. —Cristo. ¿Muy impaciente? ¡Ya voy! —grito. Salgo de la cocina dirigiéndome a la puerta de entrada y paso por las escaleras. —moroha , ¿ya has recogido esos zapatos de ballet? Nos iremos en unos minutos.
—¡Los voy a recoger ahora! —Su voz suena aguda y chillona, y solo es así cuando está haciendo algo que no debería hacer. Me detengo al pie de las escaleras. —¿Moroha? El timbre vuelve a sonar. Miro por encima de mi hombro hacia la puerta y grito: —¡Ya voy! —Luego, regreso la mirada hacia las escaleras—. Moroha Izayo Higurashi, trae tu tierno culito aquí abajo ahora mismo. Aparece en la parte superior de las escaleras, saliendo de detrás de la pared. —Oh, por el amor de Dios. ¡Moroha! Supongo que lo que era mi nuevo lápiz labial rojo ahora mancha toda su cara. Parece un payaso. —¿En qué estabas pensando? Se encoge de hombros.
—Lo siento, mami. Pero estaba allí, y era tan helmoso. Lo siento veldaderamente. Me aprieto el puente de la nariz.
—Ve al baño. Responderé la puerta y luego iré allí a ayudarte a lavarlo. Corre hacia el baño. Murmuro algunas palabras selectas en voz baja y me dirijo a la puerta principal. Me inclino y recojo el correo. Luego, desbloqueo la puerta y la abro, y mi corazón se detiene.
—¡Jesús! —El correo cae de mi mano y se desparrama en el piso. Su labio se eleva en la esquina, dándome su característica media sonrisa.
—Bueno, aún sigo con el nombre Inuyasha, pero me puedes decir Jesús si quieres.

Ruin (Adaptada) (InuKag)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora