iv, ¡no!

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Pues ya nada... ¿sabes lo difícil que es encontrar un café internet abierto en estas fechas navideñas? T-T

Como sea... ¡Capítulo!

... Yeeeyy ^^UUu

* * *

Lestrade no sabía con exactitud lo que sucedía frente a sus ojos.

Quería creerse lo suficientemente inteligente para entender aquello escondiéndose a simple vista, descubrir siquiera un ápice, para su malestar, quedaba muy lejos de él. No aseguraría que hubiera prisa alguna, en cambio esos ojos grises, los que tan fácil le resultaba leer, continuaban diciéndole en una claridad aterradora lo mucho que le costó evitar ese simple gesto. Pronto se sintió enrojecer.

El hombre guapo había besado su mano tal cual lo haría a una señorita y él se sonrojaba como una. ¿Algo se relacionaba con esa intensa mirada? No lo sabía, parecía irrelevante sobre el tema en cuestión. ¿Por qué no comenzaba a alejarlo? La sensación apremiante de incomodidad que debería estar haciéndole retroceder e incluso echar del lugar al ángel, tanto como lo negaba, poco hizo falta para entender que no aparecería. Enfocarse en imaginar extraer de un recóndito sitio en su interior una buena razón y detener al hombre, por mucho que lo buscara, simplemente no existía.

Y eso dolía como un puñetazo.

Greg Lestrade no era una mujer, pero las atenciones que el gran hombre le daba, el examen sobre su cuerpo de esos orbes de niebla, añadiendo su elección de palabras, comenzaron repentinamente a destruir su fortaleza. Una fortaleza cuya estabilidad, se supone, ni siquiera debería poner en duda. Greg Lestrade no era una mujer, y por más que Mycroft aspirara a convencerlo de que nunca lo vería de esa forma, en sus manos ninguna herramienta se disponía a ser usada en contra de la apremiante sensación de... fragilidad. Una fragilidad que hasta hace un minuto ignoraba y que pronto consiguió empujarlo directo a una caída libre en la cual, afortunado él —al menos durante un parpadeo—, esa debilidad repentina le hizo caer de lleno sobre las manos de quien amaba y por quien se creía correspondido.

¿Después de todo, qué tantos errores se concentraban en él? El mundo reclamaba a gritos que miles. Sin embargo, en esa pequeña habitación, con Mycroft Holmes resguardándolo en sus ojos hipnotizantes, su rostro gentil haciéndolo calmar y sus manos anchas y frías aislándolo del mundo, toda respuesta se le antojó positiva. Déjate caer, susurraba. Déjate vencer, cantaba. Déjate amar.

Al hombre que llevara el apellido Holmes se le dificultaría equivocarse fácilmente, ¿no es así? Y tal vez pretendiera convencerse de aceptar el obvio errático sentir, mas siendo protegido y resguardado por el aura estremecedora y el silencioso secretismo entre esas cuatro paredes, a Lestrade le parecía razonable aceptar que esa clase de tiernas atenciones, en realidad, no eran tan malas.

Aun guardaba resistencia al pensamiento, desde luego, consiguió ganar la voluntad para negarse a que él soltara su mano, sintiendo a las puñaladas en su cuerpo regresar en toda su ferocidad como desde aquella noche, teniendo su alma repentinamente expuesta, no se iba a permitir que el valor otorgado desde una simple conexión se desechara en su segundo de duda. No quería dejarlo ir. Mycroft lo afirmó con mayor fuerza y una suave manta de tranquilidad comenzó a cubrirlo, un escudo que le ayudaría, pensaba, a protegerse cuando volvieran sus pensamientos a ese terreno cubierto de afiladas piedras e imperdonables ofensas.

No obstante, nunca importaría cuánto quisiera ser sostenido en esas grandes manos, ante la entrada de Gregson, su contacto y el anhelo resguardado tras la atrayente mirada, se vieron cortados de un tajo. Lestrade sintió el dolor en la piel debido al rápido alejamiento, cada herida sanaba perfectamente, se trataba de las ubicaciones, aunado a la culpa, lo que le impidió una completa movilidad, al darle una rápida revisión omitió en lo posible pensar en su corazón.

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