xvii, impresiones

62 10 15
                                    


De nuevo nada que agregar, esto solo es romance y un poco de Mycroft siendo posesivo -w-...

¡Capítulo!

* * *

Lestrade no dejó de maldecir, una vez dentro de un nuevo coche, de mil formas distintas a Stephen, hasta el momento en que Mycroft le aseguró al mostrarle la prueba sobre el cheque falso que había entregado al hombre larguirucho, justo entonces el inspector se le acercó para agradecerle en una lluvia de besos que cubrió por completo su rostro, envuelto de una corriente de energía, orgullo, admiración y un cálido profundo amor que en su vida Mycroft hubiera experimentado.

Era una fuerza que lo consumía, ahogándolo en un hermoso océano de idílico sentir, dulzura innata que fácilmente lo tomaba desde su centro, haciéndole olvidar lo que hubiera a su alrededor, lo envolvía en su aroma, su calor, su sabor. Sin esforzarse en absoluto, el pequeño hombre ya lo sostenía en la palma de su mano, sin pedirlo consiguió dividir su lealtad y descubrir en múltiples incontables sentidos lo que nunca creyó ser capaz de hacer por otra persona. En cuestión de días la revolución terminó, la neutralidad reinaba despejando el recelo, entregando a su alma las primeras señales de que la paz gobernaría por encima de todo. La tensión y las dudas, los temores, eran ya de un Mycroft antiguo.

Una pregunta se levantaba como un niño nacido entre la gracia de la renovada serenidad, mientras el coche se abría lentamente paso entre las calles de regreso a Longley Street y sus labios consumían de nueva cuenta el adictivo sabor de la fina boca.

Siempre supo que desposar una mujer nunca estaría entre sus planes, encontrar a... el primero descartó por completo la idea, ahora resguardaba entre sus brazos al más dulce hombre que conocería en su vida, el mismo que le mostró, ajeno a vacuos objetivos, una escena que en su vida anterior se vio obligado a eliminar. Sobre los matrimonios clandestinos fue consciente desde hacía un tiempo; se trataba en su lugar de colocar en un único firme movimiento ante su rostro la posibilidad de desposar, esta vez, a quien le costó un par de días revolver su universo como si consistiera de un simple reloj de arena.

—My-Mycroft... —susurró el inspector, agarrando los finos dedos sus anchos hombros. Aprendía rápidamente la adecuada forma de corresponder, pero solo a Greg pertenecía el mérito de todas las veces en que llamaba a Mycroft, y la manera en que cedía sumiso el control, y el hecho de que cada vez menos reprimía de su voz dulces gemidos.

Fue cuando una pequeña mano le hizo rodear su cintura, que los argumentos se deslizaron en su mente con facilidad sobre un terreno todavía inexplorado. Greg Lestrade iluminaba su oscuridad, encendía su pasión, vertía sobre su vacío infinitas emociones que lo inundaban desde profundidades nunca antes descubiertas. Resultaba claro, al punto de lo abrumador, la manera en que sus nuevos renovados sentidos parecían sobrepasar la línea de lo conocido ante la menor de las acciones hechas por su amante. ¿Cómo permitiría a alguien tocarlo o saberlo libre para ser tomado? La joya más preciosa de la corona debía ser admirada, adorada y él como su guardián, nunca permitiría dejarla caer en manos impuras que jamás sabrían apreciar el verdadero valor de Greg.

La respuesta, por supuesto, incluso si se basaba en una mera actuación, parecía obvia; se casaría con él.

En menos de dos horas de haber tomado su nueva resolución, terminó al fin el sinuoso recorrido entre las calles nocturnas, Greg recostado pacífico y perfecto contra su hombro, sus labios maravillosamente hinchados, pintados de rojo brillante. Encajaba como dos piezas de engranaje dentro de su abrazo, no permitiría que nadie en el mundo le hiciera ver otra cosa, el pequeño hombre había sido creado para él.

InsultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora