ii, inquietud

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¡Nuevo capítulo amor mío! :D

Primero que nada, déjame disculparme, cariño, porque estaba tan emocionada de publicar esta historia que confundí los archivos editados y por error abrí el documento que no estaba actualizado, así que publiqué uno con dos o tres errores que ya había corregido ^^U... ya publiqué el capítulo, ¿ok? lamento las molestias jajajaa XD

Ahora, segunda aclaración, hasta el capítulo diez u once (creo), escribí este fic con los personajes canónicos (aunque en el mismo rango de edad, osease más jóvenes), y no me decidí por Jeavons ni por Charles hasta después, este es un dato quizá totalmente irrelevante, la verdad es que me esforcé mucho para mantener las personalidades, pero ya sabes, esto de no hacer un terrible OoC con personajes que apenas se conocen en el canon es difícil, pero bueno... ya nada.

Tercera cosa; este capítulo está enteramente dedicado a venatrix720, porque sin ella y sus hermosos comentarios esta historia se habría quedado en un capítulo y la magia simplemente no hubiera sucedido C:, entonces, mil millones de gracias, cariño, sabes que eres una mis más grandes inspiraciones.

No escribo más.

¡Capítulo!

* * *

Lestrade en verdad tuvo el fútil pensamiento de que algo pasaría tras el significado que intentó imprimir en sus ojos hacia al hombre que salvó su vida. A pesar de comprender las pocas probabilidades de que averiguara a cuál hospital lo trasladaron, una sutil ilusión se negaba a dejarse morir. Aún con sus malos pensamientos y reproches burlándose de él al haberse ilusionado por un efímero encuentro.

¿En qué pensaba? Obviamente el apuesto caballero no iba a tomarse la molestia de seguirlo después de tantas dificultades. Ya había hecho su parte, Lestrade debería estar satisfecho con eso. Comenzar a olvidar, naturalmente, debería ser el siguiente paso. ¿Qué esperaba ganar de todas formas? Ya transgredía la ley que juró proteger al tener esas antinaturales preferencias hacia su mismo sexo. Tomar parte en un romance junto a un atractivo hombre como aquel consistía en un paso que nunca, ni siquiera desde sus años mozos, se atrevió a dar. A pesar de las ocasiones en que hubo posibilidad u oportunidad de iniciar algo con quienes pudieron haber tenido real gusto y convicción, cual cobarde, nunca hizo algún movimiento. Rechazó a unos pocos, casi siempre terminaba escapando, jamás dando razones o excusas. Desaparecía.

Ser consciente de que a su edad sus labios todavía ignoraban la sensación de un beso ya resultaba humillante, creer además —haciendo un extremo uso de su imaginación— tener la capacidad de formar un lazo con el galante, alto y robusto caballero de ojos color niebla, sobrepasaba demasiado su ya limitada cordura. Un par de gracias, en caso de su repentina aparición, debería bastarle.

Tal vez como precaución alguna amenaza sería una buena idea.

Recordaba la conversación a medias, si bien paradójicamente conseguía sin problemas dibujar detrás de sus párpados los detalles del hombre, a pesar de la escasa luz; los matices, las sombras y las texturas, los ángulos cerrados quedaron grabados en sus ojos. Incluso después de tantos días parecía ser suficiente el solo parpadear para descubrir su imagen. Lo dicho en medio del dolor en su cuerpo, por otro lado, fue poco menos que un actuar descuidado e irresponsable. No importa si en verdad creyó estar en el paraíso mirando al guapo hombre, declarar de una forma tan desvergonzada su secreto mejor guardado estaba lejos de ser un movimiento digno de un Inspector de la Yard. Se obligaría, dado el cariz tomado desde su estupidez, a encontrar la forma adecuada de asegurar cero consecuencias.

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