xiv, contacto seguro

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La voz cargada y profunda de Mycroft resonó dentro Greg durante un largo maravilloso minuto después de darle el hombre un beso en la frente y sin mediar palabra desvanecerse de su vista en un parpadeo. ¿A qué lugar recóndito terminó huyendo su voz ahora que la quería utilizar? Reconocía el ansia ardiendo tras los ojos de niebla, planeaba retribuirla apropiadamente. Puede que le hiciera falta mucha práctica, si en cambio ofrecer voluntarioso su cuerpo sería tomado como un pago aceptable, lo haría sin dudar hasta que Mycroft consiguiera su liberación. Quizá no llegaría a igualarlo, nada podría compararse frente al infinito y vasto universo que sostuvo entre los dedos en cuanto la más erótica de las voces le hizo eyacular, igual quería intentarlo.

Demasiado tarde regresaría su voz, en un segundo el hombre se esfumó de la borrosa visión de Greg, dejándolo con su respirar agitado y esperando la hora en que la masa derretida en su cráneo reconociera en dónde se ubicaba qué cosa, sentía sus miembros esparcidos en pedazos alrededor de la cama, advirtió que sus piernas débiles se negaban a responder, mucho menos lo hacían sus manos, lo único que entendía es que ese hombre sin lugar a dudas iba a matarlo. Pues si eso es lo que podía causarle teniendo pocos recursos a su alcance, el día en que los requisitos estuvieran dispuestos y el acto fuera premeditado, ¿cómo terminaría eso?

Decidió, por el bien de su cuerpo agitado, detener los pensamientos que giraran en aquella dirección, sintiéndose vulnerable bajo el silencio repentino, sus sentidos exigían un descanso. Una duda de ese tamaño no desaparecería simplemente deseándolo. Aun fue capaz, sin embargo, de persistir en su primera idea; quería devolver el afecto de Mycroft.

Habiéndose él alejado ninguna esperanza sobreviviría. ¿Debería preguntarle a su regreso? Greg quería tocar, escuchar y admirar —alabar— cuanto pudiera de su amante, en realidad se le hacía inexplicable imaginar la razón de habérsele negado ese placer. El tétrico silencio de la habitación le respondió, rendido en los brazos de la soledad, el deber llamaba a lo lejos, Mycroft de verdad lo dejó sin decir otra palabra y no existiría forma en que se sintiera menos solitario. Aquel beso insuficiente perdía su fuerza contra las dudas, ¿creía su hombre que, dada su inexperiencia, se mostraría incapaz de hacerle llegar al orgasmo? O tal vez...

—Debo disculparme, concédeme despejar tus dudas, cometes un error en cada pensamiento, Greg —dijo Mycroft desde la puerta, acomodando los puños de su camisa y luciendo tan resuelto como si la escena estuviera en orden, como si dominara los resquicios de la situación. Lo hacía. Nada se movía sin que él lo supiera, la realidad consistía en una maquinaria que Mycroft controlaba a placer.

Su aura poderosa, ahora que Lestrade lo admiraba desde esa nueva traslúcida perspectiva, andaba a la par de los altos mandos que había conocido al momento. Supo desde un inicio que no se trataba de un hombre común, al enfrentarse a su apellido imaginó tener una idea, parecía ser que la verdad se revelaba ante sus ojos; sus simples y mundanas creencias acerca de lo que sabía deberían ser multiplicadas varias veces. Y aun cuando le miró atravesar la pequeña habitación hasta llegar a la cama, deteniéndose a su lado y tomándolo con una de sus grandes manos del mentón, pensó que tal vez nunca entendería del todo esa magnificencia.

—Si permito que me toques, estoy seguro, querido, no te dejaré salir de esta habitación a menos que haya memorizado cada uno de tus detalles —soltó en un susurro cargado de oscuras promesas. Greg tragó, asintió luego de obligarse a hacerlo, la voz baja que fue más como un gruñido eliminando de un tajo cada pregunta, sus pensamientos expuestos ante Mycroft de una forma apenas comprensible, su mente un libro abierto—. Pero mucho me temo, hay trabajo por hacer.

A Lestrade se le ofreció la ayuda de una mujer que cocinaría y se encargaría de las labores del hogar en estricto secreto. De quedarse, ella ocuparía una de las habitaciones, y él o Mycroft tendrían que acostumbrarse al sofá, de tal forma Lestrade dispondría del tiempo que quisiese para enfocarse en su caso, faltaban cuatro días para verse cumplido el destino de la nota del supuesto amante de Charles y se convertiría en una pérdida absoluta atender las labores del hogar. Greg se negó. No debido solamente a cuánto podría estar en soledad con su amante, pensaba mejor al moverse.

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