xxiv, sublime imperfección

61 11 10
                                    

¡Penúltimo capítulo! ¡Penúltimo capítulo!

¡Atención! Esto no es un simulacro. Repito; esto no es un simulacro...

¡Bebé! ¿Sientes tanta emoción como yo? OwO ¡Esto se acaba la próxima semana! Y aun así ya me están temblando los dedos, no sabes las ganas que tengo de subir el último capítulo de una vez, ¡pero no! Tu y yo debemos tranquilizarnos, respirar y pensar que la espera (con mucha, mucha suerte), valdrá la pena UwU. Estoy tan emocionada que no puedo pensar en nada qué escribir aparte de, como siempre, darte las gracias por soportarme a mi y mis locuras.

Sé sinceramente que esta historia no es para todos los gustos, y que incluso si estabas buscando algo de esta shipp con personajes parecidos a los canónicos, probablemente todavía no es lo que buscabas, pero si llegaste hasta aquí y te gustó un poco o si solo leíste para insultar mi trabajo (?); ¡muchas, muchas gracias! *3* Cada lectura marcada cuenta (excepto las mías, así que siempre resto un par en cada capítulo jajaa xd), incluso si son seis o siete los que puntualmente tengo cada semana, yo soy muy feliz por eso TwT <3

Ok, ok, iré a llorar en mi esquina, te dejo el capítulo, cariño <3...

* * *

Tres semanas sucedieron en un parpadeo.

En seguida de haber obtenido el permiso de pasar el resto de su convalecencia en casa —teniendo, claro, la debida supervisión del doctor Evans cada tres o cuatro días— una vez se le consideró lo suficientemente estable tras casi una semana en el hospital, Greg comenzó a poner en marcha su plan de hacer salir indemne a Mycroft de cuanto pudiera acusársele.

Se convertiría en una situación enrevesada y exageradamente política para sus estándares, sin embargo, tal como quedaba demostrado, poco habría que no hiciera por su amante. Además, si bien estaba lejos de ser lo suyo ir en contra del sistema patriarcal que continuaba pagándole su salario o que le permitía conservar el resto de sus beneficios estando él fuera de servicio, tenía una deuda que pagar. Quizá llegaría a sentirse culpable de explotar los eslabones débiles de una cadena en general tan favorecedora, presionar las heridas que ello causaba en sus oficiales e incluso lamentarse de aumentar el rencor en torno a un asunto cuyo límite se acercaba día a día... pero nada se comparaba con tener a Mycroft Holmes encerrándolo en un fuerte abrazo al tenerlo de regreso en su hogar cada tarde. Y las leyes eran injustas, al estallar la proverbial caldera él se confesaría último en la lista de provocadores.

Su Holmes parecía, o ser consciente de esos hechos o confiar a plenitud en la promesa de Greg, pues omitió mencionar algo al respecto, simplemente aceptó el acuerdo; se tratara de lo uno o lo otro, ambos se notaban conformes sobre el asunto. Ninguna palabra que girara alrededor del tema surgió en el corto lapso de Lestrade llevando al hombre a casa.

Casi dos semanas después de su salida, Greg, todavía lastimado, hizo cuanto fue posible en su misión de convertir su entorno en algo que fuera merecedor de su amante. No lo logró. Siempre se topaba algo que lo hacía sentir inseguro lejos de la enorme cama adquirida hace seis meses y por la que ahorró años, desde sus sencillos muebles a la pobre decoración, desde sus blandas numerosas almohadas al diseño del papel en las habitaciones, e incomprensiblemente halló la forma de recriminar la ubicación de las paredes. Una noche antes de recibir a Mycroft, pensó en que su pobre madre debería estar regañándolo en alguna parte del paraíso al ofender de esa forma su adorable casa. La que heredó a Greg antes de morir dando a luz a su séptimo primogénito, la que debió entregar a su primer hijo y que aun a pesar de sus quejas o las de su esposo nunca claudicó, entregándosela a él de igual modo.

Su preocupación fue un completo sinsentido. A la llegada de Mycroft, acompañado de sus escasas pertenencias, cerrándose la puerta a su espalda ni siquiera dejó pensar al inspector antes de abrazarse a su cintura, acorralarlo contra la pared más cercana y tomar sus labios como si quisiera sacarle el alma desde la garganta. Inmediatamente, mareado, teniendo los pies sobre nubes y las rodillas tambaleantes, Greg se perdió la mitad de las adulaciones que su poderoso señor Gran Hombre dio a la casa. Halagó el sofá sobre el que lo besó hasta hincharle la boca, alabó la tina en la que se bañaron juntos —para su sorpresa sin muchas dificultades, Greg en verdad ocupaba menos espacio del que creía— y, en toda su caballerosidad, enalteció en dulces palabras la cama sobre la que encerrado entre su abrazo firme durmieron hasta bien entrada la mañana.

InsultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora