xiii, la esencia de Eva

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Lo prometido es deuda... aunque me haya atrasado otra vez, pero bueno... ¿supongo que puedes perdonarme? >///< Es un smut... el más largo de este tipo que he hecho hasta ahora, pero no diré más, aquí te lo dejó... ¡Lo siento de nuevo!

* * *

Habiendo Greg cedido el control más rápido de lo que pudo o no calcular, Mycroft percibía su orgullo creciendo, —afortunado o no— en consecuencia el dominio sobre su deseo se hacía menor, las palabras salían de su boca sin las trabas que anteriormente luchaba por superar. De esa manera, tan colmado de emociones y sentires como nadie lejos del hombre entre sus brazos habría sido capaz de provocarle, lo único que lo detenía de cantar su esperanza de hacer suyo el delicioso cuerpo consistía en la dulce boca entrelazada contra la de él. Claro, eso tampoco ayudaba, no le impedía actuar.

El anhelo se arrastraba sinuoso, ahogando cada pensamiento coherente, dejando marcas que únicamente podían ser colmadas gracias a los centímetros de piel morena que dejaba atrás con sus manos. Quemaba, ardiendo en sus venas obligándole a poseer la totalidad del adorable hombre. Ese, quien no temía mostrarse impaciente, dispuesto a rogar por su toque en una intensidad que descubría a su igual en la batalla frente a la que Mycroft se mostraba inclinado a ofrecer. Ni siquiera hizo amago de evitarlo, negarse sería un insulto a esos ojos castaños, al cuerpo ansioso, hambriento de sus manos y su tacto.

Devoró sus labios, lo recostó suavemente en el delgado colchón teniendo especial cuidado con las delgadas piernas y el hombro vendado. Para un hombre alto como él la cama parecía pequeña, resultó aun ser bastante cómoda al hincarse sobre el suelo y tener delante de él su sacrificio dispuesto a ser consumido.

Apartó despacio el saco junto a la camisa, despejando el camino hacia el pecho que subía y bajaba en un ritmo acelerado aunque silencioso. Acarició con la punta de los dedos el vientre plano, deleitándose de su firmeza, el calor se expandió conforme subía hacia el estómago, hacia las costillas. Admiraba los centímetros libres del menor rastro de vello, permitiéndole ver la piel erizada mientras dibujaba líneas de adoración a lo largo y ancho.

Poco le hizo falta para notar la hinchazón dentro de los pantalones oscuros, fue mucho menos lo que le tomó llevar la mano libre hasta el área. Inhaló a profundidad al oír un gemido ahogado, sus sentidos se agudizaron todavía más, cada parte de su cuerpo gritando e implorando por hacerlo cantar, robar toda clase de hermosos sonidos. Palpó la dureza escondida bajo las capas de tela, la alta temperatura le provocó un escalofrío, pensar en su interior lo dejó a un paso de arrancarle el pantalón e interiores y ponerlo sobre sus rodillas. Sin embargo, cuando el adorable inspector moldeaba en su rostro lindos gestos solo de sentirlo tocando superficialmente, ceder a su pasión no haría sino asustarlo, frente a su delicadeza debía corresponder como un caballero. Lestrade pronto le dio una merecida recompensa.

Arrastró la palma desocupada a lo largo del torso, alcanzó su cuello y le hizo levantar lo necesario para tomar su boca, al corresponderle inició un delicado movimiento sobre el endurecido falo. Mantuvo la calma en sus acciones, el sensible inspector reaccionaba demasiado favorable a ellos, provocándole, jugando con el fuego que Mycroft procuraba controlar. La tentación amenazaba superarlo, el pequeño hombre entregándose a sus caricias, confiando ciegamente, dejándose a su entera disposición, deshacía eficaz todas sus cadenas hacia el descontrol total.

Los castaños ojos se cerraron al Mycroft dejar atrás su nuca para llegar a su pecho, esta vez deteniéndose en los oscuros tentadores pezones que no tardó en acariciar. Imprimió un delicado toque usando apenas la punta de los dedos, jugando y burlándose de la delicada aureola izquierda, apenas tocándola para retroceder de inmediato. Lestrade se separó de sus labios, dando una profunda bocanada antes de llevar una de sus manos a su boca, silenciando su encantadora voz. Se le veía aturdido de escuchar sus reacciones, así que Mycroft le permitió durante unos cortos minutos guardar silencio.

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