8: Enséñame a amarte.

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Comenzaba a preocuparse. ¿El dolor de su corazón era normal? Sus lágrimas tampoco dejaban de salir a raudales como si fuera un río que buscara una cascada para dejar caer las cortinas de agua con sabor un poco salado. Había estado llorado por tanto tiempo que ya ni siquiera intentaba despejar sus fosas nasales para respirar, simplemente tomaba bocanadas de aire y seguía sollozando de dolor, recordando una y otra vez lo que había pasado hace tan poco tiempo.

Intentó llamar a Chittaphon para disculparse, para rogarle que olvidara lo que le había dicho y que lo perdonase por haber sido un completo idiota y egoísta. Sabía que debió haber escuchado al tailandés, su instinto se lo había dicho desde un inicio, pero su deseo de creer que Yuta era el hombre perfecto había sido más fuerte y se había dejado caer en la tentación que aquel alfa significaba en todo aquello. Las llamadas seguían entrando, pero no recibió respuesta en ningún momento. Optó por rendirse, al día siguiente estaría dispuesto a arrodillarse frente a él para que lo escuchara y le diera una segunda oportunidad.

Escuchó que alguien tocaba a su puerta desde fuera, pero no tenía los suficientes ánimos de seguir escuchando más reclamos y que le echaran las cosas en cara. Estaba cansado por ese día. La persona del otro lado seguía insistiendo, pero el omega no contestó e intentó hacer el mínimo ruido, pero poco le servía puesto que su aroma debía ser tan fuerte que se podría percibir por toda la casa. Se recostó por completo en su cama y se tapó con las sábanas cuando el crujido de la puerta abriéndose se hizo escuchar, le saldría bien fingir que dormía y evitar tener que hablar con quien sea.

—¿Sicheng? —escuchó la apacible voz que solo le dio más ganas de llorar.

Kun adentró la mitad de su cuerpo por la puerta de madera café. Rápidamente identificó el bulto bajo las cobijas que se removía incómodo, respirando pesadamente para que pensara que estaba en un profundo sueño, pero Sicheng jamás podía engañar a su hermano mayor.

—Oye... —murmuró una vez más. Cerró la puerta y se acercó hasta la orilla de la cama, sentándose con cuidado y palpando el muslo de su hermano.

Sicheng se estremeció por el toque, mordió su labio inferior e hizo su mayor esfuerzo para no soltar más jadeos por culpa de su llanto.

—¿Pasó algo? —preguntó, pero el silencio siguió siendo lo único en la habitación-. Háblame o no podré dormir.

«Ya seríamos dos» pensó el menor con amargura.

—Estoy bien —se atrevió a responder. Kun sonrió al escucharlo, pero no porque creyera lo que le decía, sino porque había logrado hacerlo hablar.

—Tu aroma es amargo —informó como si el omega no fuera consciente de aquello—. Estás triste y he venido a saber porqué.

Sicheng cerró sus párpados con fuerza, dejando salir ese par de lágrimas que se quedaban al filo de su precipicio. Su boca se formó en una línea recta y apretada. No quería ponerse a llorar como un cachorro perdido, ya no quería que los demás lo siguieran viendo como un niño que no tenía absoluta idea sobre la vida o de cómo vivirla. Hacía tiempo que se había convertido en un adulto, ya era hora de que todos se dieran cuenta que necesitaba hacer las cosas bajo su propio y criterio y responsabilidad, Sicheng estaba dispuesto a hacerlo, pero todos a su alrededor no parecían quererlo. Su familia y pocos amigos querían seguir tratándolo como a un bebé y él, sinceramente, estaba harto.

Estaba harto de sentirse tan desorientado.

Cuando se había presentado por primera vez como un omega a los once años, su madre y abuela materna le dieron una larga charla sobre lo que conllevaba aquella etiqueta tanto social como fisiológica. La vida de los omegas solía ser complicada en ciertos puntos y momentos; la presión de todos por tener que encontrar un buen alfa al cual servirle y amarle para vivir toda una vida a sus expensas. En la antigüedad había sido peor, todo un tema represario y machista que, se supone, había quedado en el pasado, pero que seguía siendo un tormento para cualquier omega hombre o mujer. Sicheng no tenía nada en contra de vivir una vida predecible; matrimonio, familia y responsabilidades del hogar. Pero tampoco quería vivir siendo tratado como un idiota que no era capaz de cuidarse a sí mismo.

Hiroki Y Yo. ((yuwin omegaverse))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora