13: La piedad de los que perdonan.

725 97 85
                                    

Las piedras preciosas son un lujo, uno que la mayoría de las personas piensan que no pueden darse por lo costoso que resultaría. Pero comúnmente la gente también comete errores respecto a esto. Aveces no importa qué tantos diamantes o zafiros puedas tener colgando del cuello, muchas veces la piedra preciosa más valiosa es la que tenemos dentro de nosotros mismos. Y aunque suene ridículo y demasiado metafórico...

Aveces optamos por portar estas piedras en el exterior porque no somos capaces de tener nada en el corazón.

Era el caso de Nakamoto Yuta.

Había nacido bajo circunstancias complicadas que en realidad no habían sido su culpa, pero por más que intentaba ignorarlo, no podía dejar de pensar en que todo se había vuelto peor a consecuencia de su llegada al mundo. Había crecido con ausencia en su corazón, con pensamientos erróneos que nadie se tomó la molestia por cambiar o remediar.

Tuvo que aprender a sobrevivir solo, sin nadie que quisiera acompañarlo en el duro camino que era el crecer sin uno de sus padres, el más importante si alguien le llegaba a preguntar.

Podía tener todo el dinero para gastar en miles de cosas, pero realmente se sentía como un inútil al no saber cuidar lo verdaderamente importante ni tampoco saber darle el valor que se merece.

Sicheng lloraba al frente suyo sin compasión, su pecho subía y bajaba por los jadeos que su llanto ocasionaba.

Lo más fácil sería abandonar la lucha.

Aunque realmente no entendía porque el menor comenzó a llorar en cuanto bajaron del auto.

Habían salido del hogar de Jungwoo después de una extraña y larga conversación que solo mantenía preocupado al alfa, pero al final logró relajarse cuando el omega aceptó darle un par de buenos besos. Ahora habían llegado al hogar de los Dong, era bastante tarde y la casa parecía estar en completo silencio. Yuta deseaba que nadie se diera cuenta que el pequeño omega escandaloso había regresado a casa. Sicheng había bajado del auto y Nakamoto le había seguido el paso, pero antes de que pudiera despedirse y por fin perderse, Sicheng comenzó a llorar como un niño pequeño.

—¡Mi familia te odia y ahora por tu culpa también me odian a mí! —le reclamó entre lloriqueos. Yuta hizo lo más posible por no echarse a reír.

—Ellos no pueden odiarte —respondió sin más. Yuta no creía que fuera algo del todo cierto, pero había descubierto que a Sicheng le gustaba más escuchar mentiras lindas que una fea realidad.

Los orbes llorosos del menor recayeron sobre el alfa que se veía realmente incómodo con todo aquello. Sicheng se cruzó de brazos y optó por una expresión de enojo, una que no pasó desapercibida por el japonés, pero tampoco comentó nada al respecto porque no quería seguir discutiendo y perder el tiempo con ese chico tan complicado.

Todo sería más fácil si Yuta se diera cuenta que el complicado no era solamente Sicheng.

—Entra, anda —pidió, pero el chino no se movió ni un centímetro, tampoco dejó de mirarlo en ningún momento.

—No quieres esto, ¿verdad? —preguntó el otro cambiando totalmente de tema. Ya no era relevante si su familia lo odiaba o si pensaban reprenderlo de por vida.

El alfa de Nakamoto tembló por un momento. ¿Por qué de repente podía preocuparle el que Sicheng pensara aquello?

—No lo quieres, deja de fingir —continuó el otro sin espera. Ya no tenía tanta paciencia como al inicio, ahora los silencios del mayor pesaban como cientos de kilos encima.

Yuta sonrió cabizbajo.

—No puedo —respondió—, solo sé fingir y fingir. Lo he hecho toda mi vida y seguramente lo haré por lo que me resta.

Hiroki Y Yo. ((yuwin omegaverse))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora