14: Sálvanos.

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Quizás el responder ese cuestionamiento básico sea de lo más difícil de lograr verdaderamente.

¿Quiénes somos?

¿Quién realmente sabe la respuesta correcta?

Ni siquiera tenemos idea de si aquello exista realmente, pero mientras se llega a una misma conclusión, es nuestro trabajo el respondernos a nosotros mismos el quiénes somos; quizá un tumulto de emociones y sensaciones indefinidas que necesitan ser llamadas por algún punto en específico, o quizá solamente nos gusta rompernos la cabeza con preguntas que no necesitamos, con emociones que podemos tirar a la basura para olvidarnos de todo lo que nos obliga a sentirnos siempre cuesta arriba.

Incluso arriba o abajo, ¿qué importa cuando no se tiene lo esencial?

Quizá no importe en lo absoluto. Quizá nunca lo sepamos. Quizá la respuesta la tengamos ante nuestros ojos, esos ojos que se empeñan en mantenerse cerrados, vendados ante las malas acciones o las malas intenciones que no logramos captar a tiempo.

Nakamoto no se consideraba una persona profunda, ni siquiera alguien que encontraba fanatismo en los sentimientos pesados y oscuros, o en las parcialidades o totales de las cosas. Había llegado a un catastrófico punto en donde nada le interesaba en realidad y en donde aquello que alguna vez amó tuvo que aprender a dejar ir... Y seguía aprendiendo sobre ello.

Si tuviera que exponer el único pensamiento que rondaba constantemente por su cabeza sin agotamiento, era el saber que no era bienvenido. Y no como esas incómodas ocasiones en donde no eres invitado a una fiesta y aún así asistes, ni siquiera cuando tu alrededor solamente logra menospreciarte. Yuta sabía que no era bienvenido en ningún lugar. Lo sabía porque podía verlo en la mirada de su padre, en las acciones de su madre y en la partida que todo el mundo dejaba en su corazón. De la misma manera en que había aprendido a amar, había tenido que odiar. De la misma manera en que decidió confiar, fue de la misma manera en que decidió jamás sentirse menos que nadie, solamente más y más arriba aunque todo se sintiera como el subsuelo, por debajo de todos porque sus sonrisas jamás eran sinceras, porque respiraba para solamente sobrevivir y no para vivir.

Estaba loco, podía aceptarlo y creerlo, pero no por eso quería que todo el mundo se diera cuenta de la realidad que tenía por adelante y por detrás, de toda esa basura que jalaba desde atrás ni de toda esa desesperanza que devisaba con cada paso que daba hacia adelante.

Estaba perdido.

Estaba furioso.

Odiaba no saber quién era él mismo, pero odiaba aún más el no poder deshacerse del dolor que profanaba su corazón. Odiaba el darse cuenta que se encontraba en la cima, pero que al mismo tiempo se encontraba nadando entre la miseria y la desconfianza.

La puerta de aquella habitación se abrió de repente, de allí salió un viejo hombre lleno de canas y arrugas, portando una bata blanca que comúnmente era compañera de malas noticias. Yuta solamente así pudo regresar a la absorta realidad, recordando en dónde se encontraba y porqué. Presentía que nada bueno podía recibir cuando se encontraba en situaciones como aquella.

—¿Cómo está él? —preguntó la única mujer en la sala. El doctor particular la miró por un momento y de inmediato desvío su mirada a sus manos—. Por Dios, diga algo.

La madre de Mark siempre resultaba siendo una alfa desesperada y con poca paciencia. Yuta se sentía de la misma manera parado justo a su lado.

—Ahora está estable —habló por fin el doctor Park, ese hombre que era el médico familiar de los Nakamoto—, pero tienen que saber que todo esto está llegando a su límite, va a llegar un momento en donde su cuerpo no lo resistirá más.

Hiroki Y Yo. ((yuwin omegaverse))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora