Capítulo 2x√−3. Caperucita, Blancanieves y otras crueldades

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Me hallaba aún ante la pantalla parpadeante verdinegra CRT Monitor II, parte de cierto complejo cacharro que solo a un científico loco se le habría ocurrido fabricar. ¿Cual era mi objetivo? Despertar a Kala Auton, mi amiga y mi única compañera en esta claustrofóbica pero segura autocaravana.

Ella yacía en su litera como la Bella durmiente, a la espera del príncipe que la despierte... Mientras que su padre, víctima de otra maldición, ya se había convertido en una momia reseca y vacía que ensuciaba la triste y gris moqueta de este coche rodante al que tiempo atrás se le habría prohibido algo llamado libertad.

Adquirí información que era difícil de entender incluso por una protohistoriadora como yo, pues se trataron de datos que un científico de ciencias aplicadas, naturales o lógicas sí habría comprendido... Era un hecho que escogí el oficio equivocado.

"Pulse la tecla para regresar al menú de la aplicación." Consecuentemente seguí las instrucciones del verdoso texto con la esperanza de hallar alguna clase de manual de instrucciones o tutorial para revertir el proceso al que mi amiga pelicarbón había sido sometida.

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/PRODOS8.PROJECT_LEGACY::BIOS_BRANCH

] You haven't said the magic word. Ah, ah, ah!

] PASSWORD?: _

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¡Qué manía con llenar todo de contraseñas y trabas a las noveles usuarias y usuarios! ¡Ni que fuese el panel de control de un imaginado zoológico de dinosaurios!

Cuando aún me llamaba Beatriz, los fabricantes de entonces lo llenaban todo de permisos, autentificaciones y palabras clave, contraseñas que estaban por todas partes y que quien se apoderaba de ellas, aún sin tu permiso, literalmente se hacían con tu vida, en especial por estar todo conectado por la Red de redes.

De hecho, recuerdo que indirectamente te forzaban a ello. En mi caso, esas empresas llegaron a amenazarme con quitarme el número de teléfono móvil; era un arcaico aparato de prepago al que no le podías instalar (más bien, no le podían instalar) aplicaciones de ningún tipo. Por añadidura, la banca llegó a amenazarme con cerrar mi cuenta bancaria en caso de no acceder ante sus telemáticos encantos.

Así terminé cambiando de compañía cada dos por tres... Quizás era desconfiada o demasiado paranoica, pero su retorcida insistencia; al principio a buenas, mediante promociones únicas fuera de catálogo. Llegaron a ofrecerme el teléfono último modelo más caro de la tienda con montones de apps inútiles (las entendidas y entendidos lo llamaban bloatware) preinstaladas.

Más tarde pasaron a las malas praxis, dicho esto, te hacían pensar sobre lo desesperados que estaban por convertirse en tu principal proveedor de servicios. Este caso quizás sí se justificaba; se trataba de una supuesta máquina de salto dimensional, algo... Un poder que muchas y muchos desearían tener en sus sucias o limpias manos.

¡Qué remedio! Podría intentar adivinar la contraseña u obtener por fuerza bruta, pero ninguna de las dos era una óptima idea. Fácilmente podría tener un solo intento, fallida intentona que llevaría a un bloqueo del sistema o algo peor. Por ejemplo, que se borrase el programa o saltasen chispas del chisme y provocase un incendio del que fuese imposible de escapar.

¿Y si empleaba el método de fuerza bruta? No tenía ninguna pista y no conocía la longitud exacta de la contraseña del terminal, incluso en el supuesto de que dispusiese de intentos ilimitados, aquello me llevaría una eternidad que no resistiría el cuerpo durmiente de Kala.

Reencarnada en una Miserable Vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora