22

80 5 0
                                    

Su hija no volvería. Su dulce e inocente Myrcella.

Cersei apretó la carta con fuerza hasta que sus manos palidecieron. Miró hacia el techo abovedado como buscando un remedio para su pena. Ni siquiera podía abrazar a su hijo menor en busca de consuelo. Tommen había caído de la ventana de su habitación el día que explotó el Septo de Baelor. Algunos decían que se lanzó a propósito, pero se negaba a creer lo que decían tales víboras. Tommen había caído. Un terrible accidente.

Su amor maternal se negaba a creer que hubiera muerto por propia iniciativa. Aún después de los meses de duelo, su corazón ardía en un agonizante dolor. Ni siquiera saber que había detenido el avance en la corte de la maldita perra Tyrell servía de consuelo cuando ninguno de sus hijos estaba ahí para acompañarla. Margaery, sus estúpidas primas, el Gorrión Supremo... Todos ellos muertos, carbonizados, ardiendo en los infiernos tal como merecían.

Observó la llama que ardía frente al cuerpo de la septa Unella. La única septa que quedaba en la ciudad. Tal vez en la región, muchas de ellas estaban en el septo cuando lo hizo volar. Llevaba meses siendo torturada, demostrando ser bastante fuerte al sobrevivir. Estaba durmiendo, así que Cersei arrojó su vino sobre su boca. La mujer despertó tosiendo.

- Es una vergüenza que bebas vino siendo una septa - se burló sonriente -. Confiesa que te gusta. Confiesa tus pecados. Te gusta tanto como te gustó cortar mis cabellos y quitarme la ropa. Tal vez hasta te excitó ver a una mujer tan bella como yo en medio de esa turba.

La septa se retorcía como un gusano.

- Sí, es probable. No te interesaba mi alma, lo hacías por placer. Yo lo entiendo muy bien.

Pronto la aplastaría.

- Peco porque siento placer. Es por eso que hice volar el Septo de Baelor. Maté al Gorrión Supremo, a los Hijos del Guerrero y a los Clérigos Humildes. El fuego era hermoso, y la explosión mató a muchos de los hombres y mujeres vulgares que se burlaron de mí.

Puso su mano en la mejilla de la mujer.

- Me place torturarte. Como ves, creo que no aguantarás demasiado - suspiró pellizcando el rostro hasta dejar una marca roja -. Todos los placeres tienen su fin.

- Estoy lista para ver a los dioses - susurró la septa con un soplo de voz -. Los espero con el corazón abierto.

Cersei rió tan fuerte que Unella la miró con sorpresa. Y miedo.

La más deliciosa de las miradas.

- Jamás dije que ibas a morir - vio cómo el rostro de la mujer pasaba del rojo al blanco, y luego al morado -. No te mantuve viva para nada. Ser Robert.

El gigantesco hombre estaba detrás de ella, como siempre. Se acercó a la tarima y a su señal se quitó el casco mostrando su horrible rostro. Clegane nunca había sido demasiado atractivo en vida, pero la muerte lo había desfigurado a tal punto que no era el mismo.

- Es el campeón que demostró mi inocencia ante los Siete - sonrió mientras la septa lo miraba con miedo -. Dicen que el dolor extremo purifica. Tal vez te acerque a tus dioses.

Salió riendo como una niña pequeña. Cerró la puerta con cuidado, viendo por la rejilla que Robert se acercaba más a la mujer. No creía que la violara, aunque por lo que sabía era algo que solía hacer cuando estaba vivo. De todas formas, no le importaba. El maestre Qyburn la miró con ojos amables cuando estuvo afuera.

- No debe morir aún. No importa el estado en el que esté, la quiero consciente.

- No os preocupéis, majestad - Qyburn caminó a su lado -. No morirá hasta que lo ordenéis.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now