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Los Tyrell, el Septón Supremo, el pueblo. Eran los enemigos de la reina. Los haría sufrir por someterla al paseo de la vergüenza. La ira la volvía loca. Especialmente deseaba hacer sufrir a las septas que la prepararon y condujeron por la calle: les arrancaría los dedos uno por uno para darlos a los perros, las desollaría vivas y las mandaría a empalar desnudas en los muros más altos del castillo para que todos vieran sus decrépitos cuerpos marchitos. La septa Unella, la septa Scolera, la septa Moelle...

Todas ellas. Cersei sirvió su vino en la copa dorada. Cada vez se aficionaba más a su sabor cálido, vigorizante. De pronto recordó a Robert. Un cerdo asesinado por otro cerdo. Lo odiaba. Lo odiaba incluso después de tantos años muerto. Lo odiaba, aunque por primera vez en toda su vida comenzaba a entenderlo. Robert se excedía en los placeres carnales para controlar la culpa que sentía, para ahogar el recuerdo de la chica Stark, para evadir la presión por el liderazgo. Robert Baratheon era un cobarde, pensó con rabia. Aunque fuese el gran guerrero que asesinó a Rhaegar, en lo más profundo de su ser siempre fue un maldito cobarde. Yo no soy como él. Nací para ser reina, la más poderosa de las reinas. Casterly Rock es mío. Westeros es mío. Todo este continente me pertenece. Nadie volverá a dejarme de lado y ningún hombre volverá a dominarme.

El vino era fuerte y la reconfortaba. El pensamiento de enfrentarse a su juicio la enfermaba. La sola posibilidad de perder la preocupaba. Absurdo, Strong ganaría para ella. Sólo sus ojos inyectados en sangre bastaban para impresionar a sus enemigos. Pero seguía algo nerviosa. Su belleza había sido cuestionada por zafios patanes lascivos y mozas de taberna ignorantes que se habían tomado la libertad de humillarla. Aún le dolía. ¿Por qué excitaban su ira contra ella? Ella, una mujer de origen noble. Sólo eran plebeyos y aun así se habían atrevido a herirla e insultarla. Nunca olvidaría cómo el maestre Qyburn curó sus malheridos pies. De no ser por él las heridas causadas por la caminata seguirían cubriendo su rostro y su cuerpo. Eso era más humillante que cualquier otra cosa, especialmente cuando sabía que el pueblo se mofaba de ella. Las putas de la ciudad se teñían el pelo de amarillo y caminaban desnudas por las calles con banderas de leones mientras los hombres arrojaban monedas. Ni siquiera de oro o plata, sólo trozos de cobre del más ínfimo valor. Los inútiles del consejo no hacían cosa alguna para proteger a la honra de su reina. Los malditos cobardes ni siquiera habían sido capaces de decirle que el hijo mayor de Rhaegar estaba vivo, dispuesto a quitarle su trono. También la ramera de los dragones. ¿Cómo pretendían resguardar los intereses de Tommen si no le permitían protegerlo?

De todas formas, ellos estaban al otro lado del Mar Angosto. Su problema más se llamaba Margaery, la reina más joven y bella. No, no puede ser más bella que yo. Sólo era inseguridad por culpa de la humillación sufrida, Margaery no la igualaba siquiera. Margaery tiene los mismos ojos que la mitad de las siervas y su cuerpo es flaco. Su única ventaja era la juventud, una piel rosada por la falta de preocupaciones. Por desgracia su juicio sería uno común, sin campeones ni dioses, además de estar bajo la custodia de lord Tarly. No importaba: estaba decidida a arrancarla de sus garras para castigarla, aunque ambas murieran. No, la única que iba a morir era la ramera Tyrell.

Tocaron la puerta. Qyburn, con una expresión cansada en su viejo rostro acarreaba un montón de pergaminos. Había investigado cada depósito del castillo con el fin de encontrar más depósitos de fuego. El Gremio de Alquimistas trabajaba día y noche para fabricar más sustancia. Tenían suficiente para quemar un reino.

- Aunque hayamos usado muchos frascos en la guerra quedan los suficientes para lo que deseéis, alteza - sus ojos cansados brillaban con la idea -. Invité a la cabeza de los alquimistas a un pequeño festín en nombre de la reina y también les envié un regalo, un cáliz de plata con el emblema de los Lannister grabado en oro. Hallyne dijo que no recibía tales honores desde el reinado de Aerys. Hará lo que deseéis, reina mía.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now