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Las alas de Rhaegal eran las más rápidas, las alas de Drogon las más fuertes. Sin embargo, Viserion había surcado el cielo como una nave de marfil tan rápido, que ninguno de los dragones pudo alcanzarle. Por primera vez, Daenerys divisó la capital de su reino, un conjunto informe de techos oscuros. Un enorme edificio rojo, una fortaleza, se elevaba desafiante ante ella como diciéndole que no era bienvenida.

Dio la vuelta furiosa, casi dejando caer a Aegon por su descuido. Por suerte, el joven era lo bastante hábil como para mantenerse en la silla pese al precario balanceo al que se veía sometido.

- No volverán.

Dos o tres semanas habían convertido a Aegon en un ser callado y silencioso, con los ojos llenos de fuego oscuro y el pelo erizado.

- No, no volverán.

Responderle con la verdad había sido difícil. El joven era un reflejo de sí misma y nada iba como lo esperaba. La experiencia los había unido, aunque no de la forma que ella quería. No podía amarlo, pero lo respetaba.

Y lo necesitaba, pero sumido en la apatía era inútil.

En esos momentos la precepción de su propia imagen sufría estragos. No podía dejar de pensar en las noticias que llegaban del continente, las cartas enviadas por algún hombre que Tyrion había contratado expresamente con el fin de recoger cualquier mención sobre ella. Ni siquiera las frases aduladoras del magíster Illyrio podían amortiguar el efecto de los rumores que la falsa reina sembraba.

Clamar por el trono de Westeros no parecía tan seguro, aunque ella sabía que era lo correcto. Sin embargo, los Targaryen habían perdido el trono y para recuperarlo de forma legítima debían levantarse en armas, tal como hizo el usurpador. Y, aunque la vieran como la hija de un loco y viuda de un salvaje dothraki, tenía a Aegon de su lado, un joven noble e hijo de un príncipe amado... al que podía controlar desde las sombras. Unidos serían imparables. Si lo quisieran, podrían dominar el mundo, hacer lo que su antepasado no se había atrevido a soñar nunca.

Debían recuperar el dragón.

- Rumores. Un rayo blanco sobrevuela la capital trayendo infortunio – informó Varys dos semanas después de la huida -. Afirman que anida en las cenizas del septo de Baelor. Otros juran haberlo visto en el Valle de Arryn.

El rostro del eunuco mostraba desazón, como si el dragón que había huido fuera el suyo. Esa misma noche, las doncellas lo comentaron.

- No entiendo por qué el castrado se preocupa tanto por este reino.

Jhiqui jamás se entrometía en materia política, por lo que le sorprendió y a la vez molestó que lo hiciera. Había subido a su cámara para que la peinasen como correspondía a una reina, no para oír sus preocupaciones.

- Jhiqui...

- No, Irri, lo diré. No me importa si me atan a los caballos y me torturan cuando termine, pero habéis de oírlo khaalesi. ¿Por qué el castrado muestra tanto interés en un lugar donde ni siquiera nació? Uno de sus sirvientes me dijo que tiene trece amuletos en su cuarto y el trece es un mal número, todos lo saben.

- Cállate, eres una tonta. Molestas a nuestra khaalesi.

- Ya sé que no soy muy lista, pero no soy idiota – insistió arrojando el cepillo -. Khaalesi, en Essos nunca nos ha preocupado este continente. Nadie jamás se ha entrometido en asuntos que no son de su incumbencia. ¿Por qué creéis que los dothraki vivimos como lo hacemos? Porque no molestamos a nadie. Sí, asaltamos los pueblos, quemamos algunas ciudades y nos llevamos a su gente, pero nada más que eso. Este eunuco... no sé, es un hombre malvado. Es como una araña lista para atraparos en su red.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now