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Tras la batalla la nieve caía bondadosamente, como si los dioses quisieran ayudarlos a borrar la sangre. El Winterfell que Arya recordaba no existía. Muchos edificios eran cimientos quemados mientras otros estaban despojados de toda belleza. Casi no quedaban flores en los invernaderos o aves en las pajareras.

La Torre Rota seguía rota.

Decenas de botas pisaban trozos de madera carbonizada procedente del bosque de los dioses. Afuera de las murallas el pueblo estaba vacío, las casas derruidas acentuaban la sensación de abandono y los esqueletos despojados de carne eran un mal presagio. Sólo la cripta permanecía inmutable con el paso del tiempo. Los antiguos Stark le daban la bienvenida, fila tras fila de estatuas puras como el hielo. El severo rostro de su padre la observaba fríamente. No llevaba su mandoble.

Un copo de nieve rozó su nariz cuando abrió la puerta que daba al exterior. De camino a las celdas acomodó su capucha, pensando en lo mucho que les costaría convertir el castillo en un hogar otra vez. No sólo para ella, sino para sus hermanos y el resto de los norteños.

Jamás había visitado las celdas sola, en su infancia solían usarse para guardar mercancías o custodiar presos camino al Muro. Recordaba un edificio decrépito . Desde lejos vio el brillo de un yelmo adornado con cuernos, el cual hizo llegar instantáneamente a su cabeza la imagen de un siervo del León de la Noche de Yi Ti que devoraba la carne de las doncellas núbiles. En cierta forma es cierto, rio al ver a Gendry quitarse el yelmo.

Los caballeros de Colina Hueca se veían imponentes con sus capas de tela oscura y las armaduras bruñidas. Los presos parecían algo atemorizados, especialmente Ramsay, al que tenían aparte. Era lo mejor, no podrían juzgarlo si treinta o cuarenta hombres lo despedazaban antes. Los ojos de Gendry parecían piedras, ni siquiera pestañeaba. Los demás se entretenían mirando el yelmo o hablando entre ellos, excepto Anguy. Trenzaba un par de plumas con una sonrisita socarrona mientras miraba la celda de Ramsay, cubierta de flechas.

- ¿Listo para otra ronda, Ramsay? - el aludido se movió para evitar ser alcanzado cuando el arquero apuntó -. Joder, que lento.

- Alto - Gendry puso su mano sobre el arco como queriendo decir que lo dejara en paz.

- Oh, vamos - Anguy torció los labios asqueado -. ¿Acaso se te ha olvidado toda la mierda que ha hecho?

Arya sabía que no era así. ¿Quién no sabía de las atrocidades perpetradas frente a cientos de testigos? Ni siquiera Brienne se alzaba para defenderlo como prisionero de guerra. Apareció silenciosamente y los hombres se arrodillaron al verla, incomodándola.

- ¿Dónde está Roose? – preguntó apenas se levantaron.

El camino a la celda le pareció larguísimo, un par de brazaletes dorados la cegaron antes de llegar a la puerta. El jefe de los hombres libres le dio un apretón de manos como reconociendo su desempeño en la batalla, explicándole que Roose Bolton estaba incomunicado por orden de Jon. Él se había ofrecido a vigilar al señor de las pieles, jurando matar a cualquiera que intentase liberarlo. Arya le creía.

Al abrir la puerta le costó enfocar los ojos por la luz colándose a través de la única ventana. Roose meditaba en medio de varias pieles que formaban una especie de lecho en un rincón. No dirigió sus ojos hacia ella hasta que la tuvo frente a él. ¿La reconocería?

- Recuerdo cuando tomasteis Harrenhal – Arya se sentó en el suelo -. Los sirvientes me odiaron por lo de la sopa. Pensé que me podríais llevar con vos. No quisisteis. 

- Nan. Nymeria - los ojos descoloridos se volvieron aún más pálidos -. Jamás habría pensado que volvería a verte. Menos con un nombre tan poderoso.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now