All Men Must Die [GENDRYA]

25

Sansa ya no era la niña delgada de dulces facciones que Bran recordaba sino una mujer alta y esbelta de cabello rojizo. Aunque era un poco más oscuro que antes seguía siendo el cabello de su madre. Sus rasgos eran puramente Tully por lo que aparte de su estatura, más elevada que la de lady Catelyn, apenas se diferenciaban. Eran iguales casi en todo.

En lo bueno y lo malo.

Aunque estaba feliz de verla, sintió que su entusiasmo desaparecía al notar la forma en que miró a Meera. No necesitaba entrar en el corazón de Sansa para entender lo que pensaba de la chica vestida con ropas viejas y embarradas, cuyo rostro tenía pequeñas cicatrices.

- Os agradezco de corazón que protegieseis a mi hermano, lady Meera - sonrió glacialmente sin que la sonrisa llegara a sus ojos -. Vuestra ayuda será debidamente recompensada.

Meera se sonrojó al contestarle que no era necesario y Bran quiso gritar a su hermana. ¿Cómo podía insinuar que Meera estaba cerca suyo por interés? Cualquier otra persona le habría entregado a los Bolton en vez de acompañarlos hasta Más Allá del Muro. No sólo habían ido juntos, sino que la chica se sentaba para abrazarlo cada vez que lloraba silencioso en lo más profundo de las cuevas, quedándose varias horas hasta que las lágrimas desaparecían. Jamás hablaban de eso a la luz del día, pero ambos sabían lo mucho que su presencia significaba para él. Otras veces Meera era quien estaba enferma y mientras Jojen salía a vagar en busca de hierbas medicinales con los cantores, Bran le hacía compañía, sosteniendo la cuchara con sopa frente a su labios para ayudarla a comer. La nostalgia a veces la hacía enfermar, pero a Bran no le importaba cuidarla porque haría cualquier cosa por ella. Sin Meera, el mundo era negro y lleno de dolor.

Una vez más se preguntó qué pensaría si le dijera que la amaba. Le gustaba imaginar que sus ojos brillaban mientras una nube rosa subía a sus pómulos pálidos, que tomaba su mano y ambos se miraban sin decir cosa alguna porque habría sido innecesario. Aunque debía confesarse a sí mismo que si lo hacía era mucho más probable que se estremeciera sin saber qué decir, que bajara la vista y le pidiera perdón con un nudo en la garganta por ser incapaz de amarlo. ¿Cómo podría amar a un tullido? Y Bran la perdonaría de todo corazón. Porque la amaba.

Un rayo rojo apareció ante ellos y por fin Sansa apartó sus ojos de Meera. Rickon estaba hecho un verdadero salvaje, con el pelo largo y varios amuletos de dioses antiguos, mucho más que los que adoraba su padre. Aprovechó la confusión para pedir a la chica de los pantanos que lo llevara a la pequeña gruta en el bosque del castillo y que vigilara que nadie se acercara a él.

Eligió un árbol, luego otro, luego otro hasta no ser un humano sino el árbol mismo en el centro del bosque de los dioses Winterfell. El aire olía a la mutilación de sus hermanos, cuyas ramas ardían en piras a lo lejos. Era uno con el arciano aunque le habría gustado introducirse dentro de su huargo, pero sabía que era imposible. Arya le había obligado a jurar que no usaría el cuerpo del animal a menos que fuera un caso extremo y al ver sus ojos grises mirando con dolor su rostro tallado pensó en lo mucho que debía sufrir por ellos. Tenía los labios apretados y al subir a su corcel soltó un gemido que heló a Bran hasta la médula.

Junto a Arya vio a otra niña que llevaba las riendas de un caballo frente a un bosque de los dioses más frondoso y oscuro que el que conocía, lleno de musgo anaranjado que tapizaba los troncos blancos. Vestía una armadura hecha de piezas que no encajaban entre sí, como si las hubiera robado. Su hermana desaparecía mientras la niña que colgaba el escudo en el árbol se hacía más real.

- No convoques al consejo porque perderás todo – se dirigía a un hombre sentado sobre la hierba cuyo pelo brillaba como plata -. Nadie te apoyará para que seas rey. Elegirán a Robert porque tiene sangre valyria pero no es hijo de un demente. No me mires así, estoy traicionando a mi padre al decirte esto.