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Pensó que el niño se enfadaría con ella. Pero no. Robert no cabía en sí de felicidad al saber que era Sansa, su prima y una noble. No una bastarda que debía casarse con Harrold. Él no quiere que me case con Harry, pensó dubitativa.

- Robalito, tienes que jurarme que no lo dirás a nadie a menos que te lo pida - susurró tapándolo con las mantas -. Lord Baelish me ha ocultado porque tenía miedo de que alguno de los señores fuera un traidor. ¿Comprendes?

- Sí. Pero no te preocupes, no hablaré. Y si tratan de hacerte algo los lanzaré por la Puerta de la Luna. 

Convencerlo no había sido difícil, Robert confiaba en ella más que en cualquier otra persona desde la muerte de su madre. Si todo iba bien, pronto volvería a ser Sansa y no tendría que casarse con Harry. Tal vez incluso podría deshacerse de Petyr. Arropó al niño y lo dejó durmiendo con la promesa de verlo al día siguiente. 

Arreglarse para el baile le tomaría mucho tiempo.

Sus doncellas le pusieron un hermoso vestido y peinaron su cabello. El tinte se estaba desvaneciendo, para un observador imparcial eran reflejos rojizos provocados por la luz de las velas. Sólo resistiría un par de lavados. El azul celeste no hacía más que resaltar el color. Las chicas le pusieron la corona de reina del amor y la belleza. Esta noche las rosas se marchitarán. Eran color crema con cintas azules. Si bien eran los colores del Nido de Águilas, más bien la hacían recordar a la amable Margaery Tyrell, la joven rosa de Highgarden. Es una suerte que se haya casado con Tommen y no con Joffrey. Tommen es un niño bueno. 

Así engalanada salió de la torre, siempre escoltada por Harry. Todo el tiempo estaba cerca de ella, había pasado de detestarla a seguirla como un rendido admirador. Cuando paseaba en el jardín de pensamientos. Cuando leía para las damas en el salón. Cuando jugaba con Robert a construir muñecos de nieve. Siempre. Miraba fijamente su cuerpo, como si pudiera ver algo bajo sus ropas. Alguna vez había leído la palabra lascivia. Ahora comprendía perfectamente el significado.

- Mi señora, esta noche ninguna estrella podría rivalizar con vuestro resplandor - dijo en un corto momento en que se vieron solos en uno de los pasillos -. Sois la mujer más bella de este castillo y de todo el reino.

Ella le agradeció y aferró su brazo. Al llegar al salón se sentó en la mesa designada para ella, esta vez no en la tarima principal. Porque era una bastarda. No lo soy, se dijo. Mi padre era Eddard Stark de Winterfell y mi madre Catelyn Tully, hija de lord Hoster Tully, señor de las tierras de los Ríos. Aunque él está muerto y los Frey dominan ese lugar ahora, si es que no me han mentido. 

Se estremeció. Harry el Heredero la miraba desde arriba sonriendo dulcemente. Parecía un héroe, como el que había robado el corazón de la Doncella. Sonrió a su vez. No olvidaba lo cruel y desagradable que había sido con ella la primera vez que la vio. El mundo estaba lleno de personas crueles que a veces ni siquiera sabían que herían a los demás. Recordó a Jon Snow. Era un bastardo, igual que la chica despreciada por Harry. Seguramente él se había sentido tan mal como ella cuando el joven halcón gritó a los cuatro vientos que no toleraría la presencia de una bastarda. Una lágrima recorrió su rostro, aún le escocía. Jon, sin embargo, sufrió desde niño el dolor de ser un bastardo. Dioses, estoy arrepentida. Fui cruel con él, tantas veces. Lo despreciaba y ahora estoy en su misma posición. Jon Snow era el pariente vivo más cercano que tenía. No era su medio hermano, era su hermano. Él y ella tenían la misma sangre, no importaba lo que su madre pensara. Madre lo trataba así porque estaba enfadada con padre. Su rabia no era por culpa de Jon, era culpa de padre. Y de la mujer que él amaba.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now