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Arya viajó varias semanas en la Dama de los Ríos hasta llegar a Westeros. La costa de Salinas era distinta a lo que recordaba, el tiempo y la guerra la habían transformado. Un puñado de edificios estaba quemado pero el puerto parecía funcionar bajo la vigilancia de varios recaudadores de impuestos. No se arrepentía de irse Braavos, no tenía remordimientos por dejar su entrenamiento incompleto. Había aprendido lo suficiente para dar el don a quien quisiera, cuando quisiera y como quisiera. Probablemente los nombres más importantes de su lista estaban muertos, pero alguno debía seguir vivo. Comenzando por la reina.

Había ocupado el viaje en cultivar los modales elegantes de su madre y la dulce disposición de su hermana. No se ensuciaba jamás ni decía palabras soeces. Limpiaba su ropa todos los días y la doblaba lo mejor posible, decía sólo cosas agradables que le grajearan simpatías, peinaba su cabello cien veces hasta que brillaba. No estaba acostumbrada a suprimir sus impulsos ni a preocuparse tanto por su aspecto. Su temperamento era fuerte como una tormenta y sufrió hasta que controlarlo finalmente se volvió una costumbre.

Me he disfrazado de vino para esconder el veneno.

Bajo la máscara de dulzura seguía siendo la niña loba. Escuchaba todo lo que marinos y pasajeros hablaban, a escondidas o abiertamente. Aprendía tres cosas nuevas cada día. Daenerys Targaryen tenía tres dragones y Aegon Targaryen estaba vivo, ambos dispuestos a recuperar el trono. Los Lannister estaban en decadencia, la reina casi despojada de su poder por los Tyrell. Arya Stark había huido de su esposo, sumiendo a los Bolton en las burlas de los señores de todo el continente.

Una hora después de avistar Salinas, la Dama de los Ríos atracó en el muelle. Arya ansiaba partir a donde la llevara su destino sin perder tiempo. Sin embargo, todos los que bajaban del barco querían despedirse de la encantadora doncella que hechizaba sus corazones. Donnel en particular juró que buscaría a Mercy en Braavos. Arya le pidió que le diera los saludos de Nan Waters. El pobre chico se ilusionaba con la idea de volver a verla y por alguna razón no quería destrozar su corazón diciéndole que la pequeña actriz estaba muerta. Dio al capitán las monedas prometidas y fue a buscar una posada. Tras pagar su habitación salió a comprar con las monedas de Wendeyne. Ahora son mis monedas, se regocijó. Gastó y gastó. Un mapa. Vestidos, ropa de chico para montar, provisiones. Al terminar tenía varias monedas menos, pero en cambio tenía objetos que eran suyos. Suyos, sólo suyos como no había tenido en la Casa de Blanco y Negro.

Volvió a la posada, tratando de pasar desapercibida se encerró en su habitación. Se probó uno de los vestidos: seguía siendo baja, pero había florecido y tenía formas de mujer. Vendando su pecho pasaba fácilmente por un chico y seguiría sin llamar la atención, lo que era conveniente y mucho mejor que una belleza exuberante como la de su hermana. ¿Qué diría Sansa si la viera con un vestido?

Tendrías que casarte con Hodor, porque eres igual que él: ¡estúpida, peluda y fea! ¡Aunque uses un vestido sigues siendo horrible!

Su corazón latió tan fuerte que su pecho le dolía.

Ella sólo era una niña, pensó. Una niñita enojada y triste. Ignoró el dolor y estudió el mapa grabado en cuero toda la tarde. En la noche bajó a cenar y se sentó en una mesa ubicada en el hueco de la pared para oír lo que conversaban los demás. Varios hombres con emblemas de león y torres azules hablaban a gritos, no debía esforzarse demasiado. Escuchó que el Perro se había unido a un grupo de forajidos, pasando a los hombres de los Frey por la espada, robando a todo el que podía y quemando los asentamientos de los señores. El Caballero de Salinas se había escondido, pero fue obligado repoblar el lugar por ser un enclave marítimo importante. En tiempos de guerra quien tenía los puertos podía pedir ayuda y bloquear los suministros de los enemigos. 

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now